La Piedra

La Piedra queda en Corvalán 2499. Esquina Hubac. ¿Qué las calles no suenan céntricas? Es verdad. Pertenecen a Villa Lugano, uno de los barrios periféricos de Buenos Aires. Sin embargo, este café es un claro ejemplo que la mística cafetera porteña no se reduce a algunos barrios en particular.

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La Piedra, Villa Lugano – Ph: Café Contado

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Rosmari

El último café contado (Café Saavedra) refirió a los bares próximos a las estaciones ferroviarias. Almagro es un barrio atravesado por el ferrocarril, sin embargo las vías circulan varios metros por debajo del nivel de la calle. Los cafés entonces duplican sus secretos porque al misterio del adiós que siembra el tren se le suma la magia de los puentes que remiten a ciudades milenarias de otros continentes. En la esquina de Lezica y Rawson se da esta combinación (poco común en una Buenos Aires plana con pocos desniveles). El resultado es Rosmari, un sitio que de haberlo conocido Jorge Luis Borges lo hubiese tomado como esquina rosada para un cuento de cuchilleros, o parador durante sus caminatas cuando avanzando desde el norte se adentraba en el sur de la ciudad. Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme, «El sur» (1956).

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Bar Rosmari, Almagro – Ph: Café contado

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El rey del martini

«El Garden se puso de moda en la época del Di Tella. Con Marta, sobre todo. Marta Minujín. La Galería del Este también hizo su aporte. Tuve y tengo mucha relación con Marta y con toda su familia. Ella es cafetera de toda la vida, pero nos hicimos amigos», cuenta Charly Berta con 45 años de servicio en la barra del Florida Garden.

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Lee la nota completa del Diario Clarín: 

http://www.clarin.com/ciudades/rey-martini_0_1196280472.html

El Boliche de Roberto

Buenos Aires tuvo hasta avanzado el siglo XX varios almacenes con despacho de bebidas. Por lo general el almacén estaba en la esquina con ingreso por la ochava y en una pieza separa pero contigua, también con salida a la calle, estaba la barra donde se juntaban por la tarde los hombres (no estaba bien vista la mujer que frecuentara esos ambientes) a tomar alcohol y jugar a las cartas. Cuando la legislación se modificó, muchos terminaron derribando la pared que los separaba y ampliando el salón reconvirtiéndolo en grandes almacenes que luego derivaron en bares o restaurantes. Los hay y muchos. Y muy conocidos: el Bar de Cao, Miramar, Difei, etc. Pero existe un caso singular en Almagro. El almacén de la esquina cerró y cambió de rubro y quedó sólo el pequeño bar que con los años se convirtió en el Boliche de Roberto.

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El Boliche de Roberto está en Bulnes 331, casi esquina Perón. En diagonal a la Plaza Almagro. Es uno de los Cafés Notables de Buenos Aires. Pero lo suyo es el bajofondo. Abrió en 1893 y se lo conocía como «La Casaquinta». Tenía palenque donde descansaban los caballos de los carreros que iban al Mercado de Abasto. Más tarde se lo llamó 12 de Octubre (es su nombre oficial). En 1960 Roberto con su hermano Jorge heredan el almacén-bar. Sigue leyendo

Montecarlo

En Palermo, extenso barrio hoy dominado por la cultura francesa de las patisserie, boulangerie y cafés gourmet, se sostiene desde principios del siglo XX, en una esquina, a puro café con leche con tostado mixto, independiente, orgulloso y gallardo: Montecarlo.

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Montecarlo queda en Paraguay 5499, esquina Emilio Ravignani. Es un viejo café de esquina que data de 1922. La cercanía a dos líneas ferroviarias más el viaducto Carranza lo incomunicaron otorgándole un halo de misterio e intimidad. Ese es su secreto. Su invalorable aporte al listado de cafés que conectan con lo porteño manteniendo la esencia. Aún no es Café Notable. Típico exponente de los que apenas se notan. Gerardo, su actual propietario, es artista plástico y lo heredó de su padre gallego que lo compró en 1960. El porqué del nombre no pude saberlo, pero sí que la leyenda cuenta que el Che Guevara lo frecuentaba o que hasta 1940 los petiseros ataban sus caballos en la puerta luego de varearlos desde el Hipódromo (que, accidentes urbanos modernos mediante, está a pocas cuadras). Sigue leyendo

El café de la librería del Pasaje

Palermo es hoy un barrio trendy de Buenos Aires. Un mega espacio a cielo abierto donde lo vintage y el diseño de vanguardia conviven definiendo las pautas que rigen la movida porteña. Durante décadas (y centurias) fue límite geográfico y político de la ciudad. El arroyo Maldonado (que corre entubado por debajo de la Av. Juan B. Justo) servía de frontera natural con el «interior». Palermo era el arrabal donde transcurrían historias de guapos de a cuchillo. La periferia cuyas senderos terminaban en el desierto. Allí donde a Jorge Luis Borges se le ocurrió fundar míticamente a Buenos Aires. Sin presumir de toda esta carga histórico-cultural, pero haciéndose cargo de su capital simbólico existe un café, o librería con café, o café donde se venden libros que pone en juego todos los antecedentes mencionados. Es el café de Libros del Pasaje.

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Libros del Pasaje queda en la calle Thames al 1762. El pasaje que referencia el nombre es Russel (entre Costa Rica y El Salvador). El café ocupa el espacio que debió ser el patio descubierto de una típica casa chorizo. Pero, además, las mesas ganan espacio en el interior de la librería lo que permite degustar un café sentado entre estantes de libros que brindan la sensación de estar en la cafetería de la biblioteca de babel borgeana. Piso, mobiliario y carpinterías remiten al más puro patrimonio urbanístico barrial de Buenos Aires. Sigue leyendo

La polémica entre los grupos Boedo y Florida

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«Ajuste de cuentas. Boedo y Florida entre la vanguardia y el mercado» es un acercamiento de la Doctora en Letras (UBA) Gabriela García Cedro a la polémica que dividió a la crítica literaria y al mundo intelectual. Polémica que, en algún punto, parece teñir los distintos momentos históricos en nuestra sociedad. Los integrantes de cada grupo solían reunirse en cafés donde fijaban sus posturas políticas. El Florida (con Jorge L. Borges entre otros) lo hacía en la Confitería Richmond. Los Boedistas con Elías Castelnuovo, Álvaro Yunque y Leónidas Barletta a la cabeza no tenían un sitio de referencia con la presencia de la Richmond, pero sí se reunían y publicaban sus obras en editoriales del barrio (Claridad, Av. Boedo 837).

A continuación se reproducen tres fragmentos de la Introducción del libro.

Este libro toma como eje la polémica entre Boedo y Florida. El objetivo consiste en reconstruir el diálogo que se dio entre las publicaciones dirigidas por Evar Méndez y Antonio Zamora, recuperando la voz que le ha sido negada, salvo en esporádicas ocasiones, a Boedo. Propongo leer el enfrentamiento a partir de las fuentes, de lo publicado en las revistas, para constatar en qué consistió realmente, por qué y en qué términos discutieron. Boedo y Florida disputaban, fundamentalmente, el derecho a la legitimidad.

La lectura de la polémica sostenida por Boedo y Florida ha contribuido a acentuar un antagonismo esquematizado: por un lado, la literatura social, el afán pedagógico y, por el otro, el arte por el arte, el culto a lo nuevo. Sin duda, hay elementos que justifican esas aseveraciones, pero el esquematismo obtura el ejercicio crítico.

No me interesa hacer crítica con la crítica. Mi investigación apunta a retomar la polémica a partir de las voces de sus protagonistas durante los momentos más crispados del enfrentamiento. Sólo conociendo los espacios comunes, lo que se disputó y los términos en que se hizo, la polémica podrá ser vista como un elemento esencial en la constitución de la vanguardia porteña. Porque si, a noventa años de ocurrida, la polémica sigue resultando tan atrayente como conflictiva, es porque ahí hay un problema fundacional en la literatura argentina que debe ser revisitado.

 

Para los interesados se adjunta Introducción completa y tapa:

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Ajuste de cuentas tapa

Crítica al libro en el diario El Litoral:

http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2013/12/16/opinion/OPIN-02.html

Crítica al libro «Boedo y Florida, una antología crítica» (misma autora) en el diario Página/12:

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-2396-2007-01-07.html

 

 

Café Tortoni

A casi un año de comenzar este blog es momento de ocuparse del Gran Café Tortoni. En verdad, no lo hice antes porque es un café del cual queda poco por decir, mucho se sabe y es muy fácil encontrar información veraz. Pero, en fin, es como escribir sobre la cultura incaica y no mencionar Machu Picchu. Y «el público se renueva» diría una legendaria estrella del espectáculo vernáculo. Sobre todo, el público extranjero, de donde provienen muchos de los lectores. El Café Tortoni es el más viejo (aún funcionando) de Buenos Aires, data de 1858. El local daba sobre Rivadavia y recién cuando se construyó la Avenida de Mayo, un 26 de octubre de 1894, se inauguró su hoy tradicional puerta de ingreso (a la altura del 825) a través de la gran vía porteña. Esta fecha la adoptó la Legislatura de la Ciudad para celebrar el Día de los Cafés (ver https://cafecontado.com/promocion-2-x-4/)

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El nombre Tortoni homenajeaba a su homónimo de la ciudad de París que fuera creado después de la Revolución Francesa por un italiano, vendedor ambulante de helados, que lo hizo famoso y donde popularizó la «cassata». Describirlo es innecesario. Las fotos son elocuentes y la información gráfica abundante. Lo importante es lo que representa para todos los argentinos. Si en Buenos Aires el café es religión, el Café Tortoni es su Templo Mayor. Ingresar al Tortoni es como hacerlo a una Institución formadora de una cultura que trascendió generaciones («la escuela de todas las cosas» de Discépolo). Como las legendarias construcciones medievales de Universidades que se erigen orgullosas en ciudades milenarias. En su interior se hace difícil abstraerse del entorno. No hay modo de sostener una charla, por importante que sea, sin dejar de estar consciente del lugar donde se la está manteniendo. Definitivamente no. Uno está en el Tortoni y eso aporta su propio peso específico y simbólico. Sigue leyendo

Evaristo Carriego, el poeta que describió al barrio, los cafés y los guapos

EvaristoCarriego«Es curioso y llama la atención. El hombre nunca escribió un tango pero en su obra siempre aludió a elementos muy tangueros como el barrio, las novias solas, los hombres con secretos llenos de tristezas… Por eso se lo menciona como “el primer espectador de nuestros barrios pobres”, según definición de Jorge Luis Borges. Y hay otra curiosidad: a pesar de haber pintado en sus escritos la vida y las cosas de la Ciudad, ni siquiera había nacido en Buenos Aires.»

 

Nota publicada en Revista Ñ (Diario Clarín)

 

 

Lee el texto completo:

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Evaristo_Carriego-poeta-mistica-tanguera_0_1074492964.html

 

Los cafés y el tango

cafe- inmortalesAndaba el cronista, en la entrega de julio, reseñando los cafés elegantes de principios del siglo XX y prometía, cerca del final, ocuparse de los cafés literarios que por esa época comenzaron a florecer en Buenos Aires. Pero repasando un poco sus archivos y la colección de Desde Boedo que piensa dejar para sus nietos cayó en la cuenta de que a lo largo de los años, desde 2010, había hablado largo y tendido tanto de La Helvética como del Aue’s Keller, de La Brasileña y de Los Inmortales (foto), del almacén de Piaggio y de varios otros tugurios de la cortada Carabelas donde sentaban sus reales Rubén Darío, Florencio Sánchez, Evaristo Carriego, José González Castillo y tantos otros literatos de esos tiempos. Así pues, se dijo que en realidad, si quería seguir el hilo cronológico que venía desarrollando, le tocaba evocar los primeros cafés y establecimientos donde si bien no nació, se desarrolló el tango.

No es propósito del cronista terciar en la disputa sobre el lugar de nacimiento de ese género musical, en la que tanto se ha argumentado en favor de uno u otro barrio. Jorge Luis Borges, que para algunas cosas era muy sagaz, decía en su “Historia del Tango” incluida como apéndice de su Evaristo Carriego: He conversado con José Saborido, autor de Felicia y de La Morocha, con Ernesto Poncio, autor de Don Juan, con los hermanos de Vicente Greco, autor de La viruta y La Tablada, con Nicolás Paredes, caudillo que fue de Palermo, y con algún payador de su relación (…) Interrogados sobre la procedencia del tango, la topografía y aun la geografía de sus informes era singularmente diversa: Saborido (que era oriental) prefirió una cuna montevideana, Poncio (que era del barrio del Retiro) optó por Buenos Aires y por su barrio; los porteños del Sur invocaron la calle Chile, los del Norte, la meretricia calle del Temple o la calle Junín (…)”. Seguramente habría que incluir en esta nómina a los Corrales, pero lo cierto es que a fines del siglo XIX los lugares citados eran los arrabales de una ciudad que –citando la feliz frase de Chico Novarro– iba “creciendo a gritos”. La aparición del tranvía en 1871 interconectó esos suburbios entre sí y con el Centro, permitiendo a la población una movilidad hasta entonces desconocida en una ciudad aún ecuestre, en la que las victorias de alquiler no estaban al alcance de todos los bolsillos y que, por otra parte, dejaba mucho que desear en cuanto al estado de sus calles, aun en pleno Centro.

Con esta inopinada ayuda, el nuevo género pronto se extendió por los incipientes barrios y recaló en las “academias” o “cafés de camareras” de San Cristóbal –Solís y Estados Unidos, Solís y Comercio, Pozos e Independencia– y San Nicolás, por 25 de Mayo, por Maipú, por Viamonte (“la meretricia calle del Temple” que cita Borges), por las inmediaciones del Parque de Artillería y por la calle Paraná, donde existían lugares non sanctos en los cuales tocaban desde mediados de los años Ochenta el violinista Casimiro Alcorta –quien habría compuesto allá por 1884 el tango Cara sucia, cuyo título original es irreproducible, luego recopilado por Francisco Canaro–, el violinista y guitarrista Eusebio Aspiazú y el flautista Vicente Pecci; en los famosos cafetines de la Boca; en el Bajo de la Batería; en los “clandestinos”, como el de Laura, en Paraguay y Centro América (hoy Pueyrredón), el de María la Vasca Rangolla, en Carlos Calvo 2721 –donde el moreno Rosendo Mendizábal estrenó El entrerriano allá por 1897 o 1898–, o el de Concepción Amaya (Mamita), en Lavalle 2177, donde habría hecho lo propio en 1900 Ernesto Ponzio, el pibe Ernesto, con su inaugural Don Juan, compuesto hacia 1898.

Cafe_de_HansenOtro rumbo, algo más presentable, fue el de los “Portones” de Palermo: el Belvedere, El Tambito, El Quiosquito, el Pabellón de las rosas o el paradigmático Hansen (foto) que no eran propiamente cafés, sino cervecerías o restaurantes donde las patotas de “niños bien” se entreveraban con compadritos y pesados con resultados muchas veces sangrientos. Fue en El Tambito donde “Cielito” Traverso mató de una puñalada, en 1901, a Juan Carlos “Vidalita” Argerich, amigo de Jorge Newbery, por una cuestión ocasional, según algunos, pasional, otros, y ese enfrentamiento que refleja Celedonio Flores en los primeros versos de Corrientes y Esmeralda perduraría hasta bien entrada la segunda década del siglo. Acotemos que este “Cielito” Traverso era uno de los hermanos –Yiyo, Constancio, Félix y el nombrado– propietarios del café O’Rondeman de Humahuaca y Agüero, frecuentado por el joven Carlos Gardel y que eran los caudillos roquistas del Abasto, como hemos relatado en el número de diciembre de 2012 de esta columna.

Algo alejados de estas turbulencias, florecían por la misma época, por el Centro y aledaños, asociaciones de inmigrantes, que además de su objetivo primordial de “socorros mutuos” también organizaban bailes y otras actividades recreativas. Para ceñirnos solamente al Centro citaremos la Societá Colonia Italiana de Socorros Mutuos, de Paraná 555; la Societá Lago di Como, de Cangallo 1756; la Sociedad Filantrópica Suiza, de Rodríguez Peña 254; la Societá L’Operaio Italiano, de Cuyo (hoy Sarmiento) 1374, con sucursal en Andes (hoy José Evaristo Uriburu) 1240; la sociedad Federal Suiza, de Florida 753; el Centro Eslava, de Suipacha 441; Codigos_BaileUnione e Benevolenza, de Cangallo 1358; la Sociedad La Argentina, de Rodríguez Peña 361 y el mítico Salón San Martín, de la misma calle al 344, que fuera conocido como “el Rodríguez Peña” y al que Vicente Greco dedicó en 1911 su famoso tango homónimo. Sobre el salón Rodríguez Peña refiere García Jiménez en Así nacieron los tangos que “(…) competía entonces, con ventaja, en cuanto a la afición tanguista con otros de asociaciones mutualistas constituidas por honestos súbditos de Víctor Manuel II y Alfonso XIII (…) Éstos se arrendaban a la heterogénea clase media del tango, en noches de entre semana o domingos a la tarde, porque los sábados estaban dedicados a las propias fiestas de las colectividades (…) Reinaba allí el tango sin cortapisas. El lugar era algo así como un término divisorio entre el remoto piringundín de La Tucumana, alumbrado a querosene y con el arroyo Maldonado atrás, y la coqueta casa de madame Jeanne, en la calle Maipú al norte, con moblaje Luis XV y cortinados de seda (…)”.

El lector disculpará la larga parrafada pero al cronista le parecía necesaria para delimitar la cuestión porque todos los lugares nombrados eran, fundamentalmente, lugares de baile, de sociabilidad y también de transacciones amorosas; pero el café con palco u orquesta que estaba naciendo por la misma época era otra cosa. Allí no iban los hombres a bailar, sino a escuchar tangos, a poner los cinco sentidos (y quizás algunos más) en la música que los conmovía, y con la que se sentían identificados, en un rito silente en la cual los músicos oficiaban un culto destinado a configurar la identidad de Buenos Aires y de los porteños. Así pues el cronista comenzará a reseñar los primeros cafés donde fue creciendo el tango, pero eso deberá ser… en el próximo callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 133, agosto de 2013

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