La Orquídea. Almagro.

En Buenos Aires Gardel está íntimamente vinculado con la barriada del Abasto y también con la Avenida Corrientes y el Obelisco. Sin embargo, más arriba en la numeración, a la altura del barrio de Almagro, el zorzal criollo dejó una huella profunda. La leyenda cuenta que cuando el funeral de Carlitos, la procesión, que había partido desde el Luna Park rumbo al descanso final en Chacarita, tuvo un alto fuera de protocolo en Almagro. Corría febrero de 1936. Al llegar el gentío a la intersección de Acuña de Figueroa (4100 de Corrientes) una muy humilde mujer, no muy agraciada, encorvada de angustias y vendedora de orquídeas, se paró frente a la masa deteniendo la caravana. El suceso sorprendió a todos hasta inmovilizarlos. La mujer andrajosa avanzó hasta el coche fúnebre para ofrendar sobre el ataúd sus orquídeas (flor que Gardel le regalaba siempre a su madre Berta). Se sabe en el barrio que un buen hombre conmovido por el gesto la ayudó a retirarse para permitir que el funeral continuase. Y tanto la protegió que la terminó desposando y dándole un hijo al que le pusieron Carlitos. La fuerza de la anécdota no concluye aún. Muchos años después el Mercado de Flores de la ciudad abrió en esta esquina. Y años más tarde el Café-Bar La Orquídea. Pero, hay más. “Almagro” es un tango de Vicente San Lorenzo y que Carlos Gardel cantó con genuino sentimiento y grabó como nadie. Las primeras estrofas rezaban: Cómo recuerdo, barrio querido, aquellos años de mi niñez… Nada es casual. Corrientes esquina Acuña de Figueroa está a la exacta altura de Don Bosco al 4100 (cuadras más abajo hacia el sur) y del Colegio Pío IX donde Gardel asistió de niño. Allí fue compañero de Ceferino Namuncurá y donde compuso su primer tango con letra del indio, pero esa es otra historia. Ésta cuenta que por los sucesos descriptos las almagrenses crearon la Orden de la Orquídea. Y que reconocer su liturgia barrial es fácil. Dense una vuelta por el Bar y toda mujer que vean en la esquina, en actitud desinteresada, en verdad, está esperando que pase un nuevo amor y le cambie su suerte.

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Fotos que dicen/32

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La Flor de Barracas, Barracas – Ph: Café contado

Barrio plateado por la luna,
rumores de milonga
es toda su fortuna.
Hay un fueye que rezonga
en la cortada mistonga,
mientras que una pebeta,
linda como una flor,
espera coqueta
bajo la quieta
luz de un farol.

Barrio, barrio,
que tenés el alma inquieta
de un gorrión sentimental.
Penas, ruego,
¡es todo el barrio malevo
melodía de arrabal!
Barrio, barrio,
perdoná si al evocarte
se me pianta un lagrimón,
que al rodar en tu empedrao
es un beso prolongao
que te da mi corazón.

Cuna de tauras y cantores,
de broncas y entreveros,
de todos mis amores.
En tus muros con mi acero
yo grabé nombres que quiero.
Rosa, «la milonguita»,
era rubia Margot,
en la primer cita,
la paica Rita
me dio su amor.

Melodía de arrabal, Alfredo Le Pera/Mario Battistella (1932)

Cafés del Centro/5 – Más Corrientes

Sigue el cronista su vagabundear por la calle Corrientes, empecinado en glosar los cafés de tango, y está llegando ahora al cruce con Uruguay, que tanto como el de Esmeralda supo ser hasta bien entrado el siglo XX un polo de la vida cultural porteña. Zona de teatros y cafés, su proximidad generaba un fecundo entrecruzamiento de las respectivas faunas: muchos músicos de academia, integrantes de los conjuntos estables de las salas, fueron pioneros del tango, y muchos tangos hoy clásicos fueron parte primordial o incidental de numerosas obras en aquellos tiempos del teatro por secciones.

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Teatro Apolo – Corrientes 1372

En las puertas 1380 al 88 se alzaba el viejo teatro Apolo, inaugurado en 1892, donde se estrenaron algunas de las obras fundamentales de la escena nacional, como La piedra del escándalo de Martín Coronado, ¡Al campo! de Nicolás Granada o Jesús Nazareno de Enrique García Velloso. Reducto de los hermanos Podestá, era también el bastión de los De Bassi, Antonio y Arturo. Músicos con estudio, fueron ambos integrantes y directores de la orquesta, distinguiéndose Arturo también como empresario y autor teatral. A Antonio le debemos la partitura de Manoblanca y a su hermano, más conocido, las de El caburé, El incendio, La catrera y, entre muchos otros, el tango Canchero que con letra de Celedonio Flores popularizó Carlos Gardel. Fue demolido en 1960, cuando comenzaba el furor de la propiedad horizontal, casi al mismo tiempo que el viejo Politeama de Corrientes 1490, una cicatriz en la memoria de la ciudad desde 1958 cuando siguió igual suerte para erigir una gigantesca torre que nunca se concretó. Esta sala fue uno de esos lugares en cuyos alrededores florecieron los establecimientos que amablemente mixturaban tangueros y teatristas. Al lado de su salida por Paraná, donde tenía la secretaría y boletería, se alzaba la vieja sala El Pasatiempo, un varieté de pésima fama inaugurado en 1877, donde antes existía un recreo y cancha de bochas, para ofrecer funciones de “canto, gimnasia y música sin ofender la moral y las buenas costumbres”. Por los pasillos del Politeama y sus alrededores correteó de niño Enrique Delfino, cuyos padres tenían la concesión del buffet, y más de un músico con formación académica formó parte de su orquesta aunque, para despuntar el vicio o completar la olla, también se dedicara al tango. En El Pasatiempo actuó Alfredo Bevilacqua, que en 1902 grabó uno de los primeros cilindros de cera con su pieza Venus y en las fiestas del Centenario ejecutó con una banda Independencia, cuya partitura se dio el gusto de regalar a la Infanta Isabel de Borbón, más conocida como “la chata” por su escasa longitud y más que amplia latitud. Sigue leyendo

Cafés del centro/4 – Siguiendo por Corrientes

av de mayoSigue el cronista callejero recorriendo cafés de tango de la avenida Corrientes y tras visitar el legendario Tango Bar se acerca ahora a la esquina sudeste, donde se alzaba un establecimiento que en el que si bien no se ejecutaba tango era lugar de reunión de la gente del ambiente. La Confitería Real era un elegante local donde a fines de la década del Treinta había sentado sus reales Carlos Raúl Muñoz y Pérez, más conocido como Carlos de la Púa o“el malevo Muñoz”. Alrededor de la mesa del poeta lunfardo solían congregarse Juan Carlos Cobián, Julio De Caro, Ángel D’Agostino, Cátulo Castillo, José Razzano, Gerardo Matos Rodríguez, Aníbal Troilo y otras jóvenes o no tan jóvenes figuras. Algunos autores como Jorge Bossio dicen que alguna que otra vez aparecía “el negro Raúl”, otrora uno de los personajes más famosos del Buenos Aires del Centenario junto con el Payo Roqué, del que varias veces hemos hablado. Raúl Grigera, que tal era su nombre, había nacido hacia 1886 y quedado huérfano muy niño, dedicándose entonces a la mendicidad. Parece que el negrito le cayó en gracia a una de las tantas patotas de “niños bien” que pululaban por aquellos tiempos, la acaudillada por Macoco Álzaga Unzué, que lo tomó como mascota o más bien de bufón; empezaron por vestirlo con las ropas que ellos desechaban para pasearlo por Florida o la Avenida de Mayo y terminaron mandándolo por encomienda a Mar del Plata. Es cierto que una vez lo llevaron a París, pero también que en otra ocasión lo vistieron de Almirante y lo tiraron a una de las fuentes de la Plaza de Mayo, entre otras tropelías de mayor calibre… Pero los “niños bien” suelen crecer y sentar cabeza: Macoco se fue a Nueva York, donde fue dueño del Morocco y se dice que amante de Gloria Swanson, la patota se disolvió y el negro volvió a la mendicidad. Solía recorrer los cafés contando anécdotas de sus tiempos de gloria a cambio de algunas monedas o unas copas, mientras iba hundiéndose en el alcoholismo y la locura, hasta que murió en Open Door en 1955, olvidado por todos. También la “peña” de La Real fue disolviéndose tras la muerte de Carlos de la Púa en 1950 y la confitería se fue apagando, hasta que el 1º de noviembre de 1967 su local fue ocupado por la sucursal Centro de la pizzería Banchero. Sigue leyendo

Café Florida

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Café Florida – Ph: Café contado

En apenas 200 metros de la Av. Boedo hay dos Cafés Notables (Homero Manzi  y Margot), otros dos con igual capital simbólico (Trianón y Pugliese) y propuestas muy interesantes como Pan y Arte. Pero, además de estas notables opciones hay un café (Boedo 944) de los que apenas se notan, el Café Florida.

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Café Florida – Ph: Café contado

Para aquellos que aman la estética de los años ’70, el Florida es un templo en estado puro. Abrió en 1971 y desde entonces se mantiene igual. Es un auténtico café sin otras pretensiones de servicio y gastronomía que no sean las esperables y habituales a un “café de barrio” y no “del barrio, porque hay muchos” como afirma Luis, su propietario. Sigue leyendo

Cafés del Centro/1

Corrientes y Esmeralda (1910)

Corrientes y Esmeralda (1910)

Como venía amenazando desde hace varias entregas, por fin el cronista dirige sus pasos al Centro para continuar con su recorrido de cafés de tango, tras visitar algunos establecimientos de la Avenida de Mayo que hicieron historia. Y por afán didáctico o simplemente de maniático que es, prefiere hacerlo siguiendo el orden ascendente de la numeración, para permitirle al sufrido lector ubicarse con más facilidad. No va a hacer parada en los peringundines -de mayor o menor categoría- de 25 de Mayo, que prefiere reservar para una futura serie de callejeos por boites, cabarets y otros “antros del pecado” que supieron engalanar a nuestra ciudad. Tampoco se detendrá en el Bar Reconquista, también conocido como “lo de Ronchetti”, donde Saborido creó La morocha, al que ya se refirió en septiembre del pasado año, así que su periplo debe iniciarse en la esquina porteña por antonomasia, Corrientes y Esmeralda, donde algún cacatúa que seguramente está solo y espera sueña con la pinta de Carlos Gardel.

Palacio Elortondo Alvear

Palacio Elortondo Alvear

Refiere el historiador Ricardo Llanes en Recuerdos de Buenos Aires que, a principios del siglo XX, esa intersección marcaba el límite de la zona elegante que tenía por eje la calle Florida y en la que se había establecido la gente “de posibles” cuando la epidemia de fiebre amarilla de 1871 la forzó a emigrar de Catedral al Sur hacia el Norte. Las familias de riqueza o apellido se afincaron en el perímetro que abarcan Cangallo, Reconquista, Esmeralda y Córdoba y que fue nuestro primer “barrio norte”, no el que actualmente recibe este tratamiento y que en realidad pertenece a Retiro y Recoleta. Todavía pueden verse, en un edificio del primer piso de la esquina suroeste de Florida y Corrientes, los frescos que pertenecieron al palacio Elortondo Alvear, local que por muchos años ocupó la casa de marroquinería Paco Mayorga y actualmente una hamburguesería que, por suerte, no tuvo la peregrina idea de taparlos con pintura o demolerlos. Esta esquina, pues, marcaba el inicio de “las luces” de Corrientes que se extendían hacia Callao casi sin solución de continuidad, y las iniciaba a toda orquesta, pues en pocos metros por Esmeralda se alzaban los teatros Odeón, en el número 367, y el Esmeralda en el 445, sala ésta que antes supo llamarse Scala y, desde el 4 de mayo de 1928, Maipo; un poco más hacia el Sur, en el 257-65, estaba el viejo San Martín y, por Corrientes, en el 699 -esquina que el ensanche demolió- se alzaba el cine-teatro Empire, en el 835 el Royal Theatre -luego Royal Pigall– y en el 860 el Óperahistory_royalpigall. En todas estas salas, tanto en obras teatrales como en espectáculos musicales, se estrenaron infinidad de tangos hoy clásicos, por lo que el almacén y bar El Guarany, ubicado en la esquina noroeste, era punto de cita casi obligado de artistas, músicos y cantantes. El escritor Bernardo González Arrili, criado en la “casa de fotografía y exposición de cuadros” de su padre, en el 838 de Corrientes, evocó en su exquisito libro Calle Corrientes entre Esmeralda y Suipacha que allá por el Novecientos: Hacia la esquina de Esmeralda, por la vereda de los nones (…) quedaba al fin un almacén, ‘El Guarany’; sobre Corrientes el despacho de comestibles, sobre Esmeralda el despacho de bebidas; la puerta de la esquina, ochavada y reducida, daba a los dos despachos, separados simbólicamente por una Caja tapiada por tres vidrios. En los escaparates de Corrientes (…) se mostraban, como en la mayoría de las casas del ramo, artículos de manducar, por lo general españoles e italianos (…) La otra vidriera de la vuelta era una botillería, que a los muchachos no nos interesaba gran cosa. Lo único que alguna ocasión detuvo nuestros pasos, era el grifo de brillante metal, con tres o cuatro extremos, por donde goteaba el agua sabiamente dosificada para la preparación lenta de los ajenjos, los suisés opalinos que siempre tuvimos ganas de probar”. En este café solían parar Gardel y Razzano que actuaban en el Esmeralda, donde “el mudo” estrenó en 1917, acompañado por José Ricardo, Mi noche triste. En El Guarany debutó en 1927 el primer sexteto de Carlos Di Sarli, integrado por César Ginzo y Tito Landó en bandoneones, José Pécora y David Abramsky en violines, Alfredo Krauss en el contrabajo y el director al piano, formación que sufrió diversos reemplazos y con la que grabó 48 temas, algunos de ellos con las voces de Santiago Devin, Ernesto Famá y Antonio Rodríguez Lesende.

A menos de cien metros, sobre la vereda de los pares y al lado del café Paulista que todos conocían como Los Inmortales, ya visitado por el cronista en repetidas ocasiones, se encontraba el Germinal, cuyo nombre podríamos atribuir a algún dueño de origen galo, ya fuera por dicho mes del calendario civil que impuso la Revolución Francesa o por la famosa novela de Emilio Zola. Más allá de estas suposiciones, pasaron por su palco en distintas épocas Pacho Maglio (¡cuándo no!), el prolífico Anselmo Aieta y Ernesto De la Cruz -los cuales hacían “doblete” con el Café El Nacional-, Elvino Vardaro, Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo.

Ensanche calle Corrientes y construcción del Obelisco

Ensanche calle Corrientes y construcción del Obelisco

Por la vereda de enfrente, sobre las puertas impares y frente a El Nacional se encontraba, hasta el ensanche de Corrientes, el café Los 36 billares que Ángel Pocho Gatti recordó en su tango Corrientes angosta: Corrientes de antes, Corrientes vieja/ de muchachito me conocés,/ yo he compadreado por tus veredas/ paré en el feca Los 36. Si bien muchos conjuntos pasaron por su escenario, el hecho más remarcable fue el debut en 1934 del sexteto de Pedro Laurenz, recién desvinculado de Julio De Caro, cuya formación venía sufriendo problemas internos desde la ida de Pedro Maffia. Laurenz no se fue solo, sino que llevó consigo al “cieguito” Armando Blasco en el segundo bandoneón, a Vicente Sciarretta en contrabajo y a José Niesso en violín, sumando a Sammy Friedenthal para secundar a Niesso y al joven pianista Osvaldo Pugliese, que hacía doblete con Elvino Vardaro en El Nacional y que también se ocupó de los arreglos. Parece que Laurenz se enamoró de esa cuadra porque cuando Los Inmortales fue reemplazado por un edificio de departamentos, en el número 922 de Corrientes, compró uno y allí vivió hasta su muerte.

El cronista ha nombrado repetidas veces al café El Nacional, que se encontraba pared por medio con el teatro epónimo y que fuera llamado “la catedral del tango”. Según relata Jorge Bossio, hasta 1905 se llamaba Café Lloveras, cambiando seguramente el nombre al inaugurarse en 1906 la tercera sala del teatro que había sufrido variadas vicisitudes. Allí actuó en la década de 1920 el sexteto de Anselmo Aieta, con Juan D’Arienzo y Juan Cuervo en los violines, Luis Visca al piano, Alfredo Corletto en contrabajo y José Navarro en el segundo bandoneón y, en 1929, se formó el sexteto Vardaro-Pugliese con Alfredo De Franco  y Eladio Blanco en bandoneones, Carlos Campanone como segundo violín y Alfredo Corletto, nuevamente, en el contrabajo. El Nacional cerró sus puertas en 1952, mientras el palco era ocupado por la orquesta de Juan Polito, pero su semblanza sería incompleta si no se mencionara que en su salón fue concebido, una noche de 1926, el tango El ciruja. Según Francisco García Jiménez, todo fue fruto de una apuesta que le hiciera el cantor y actor Francisco Alfredo Marino al bandoneonista Ernesto De la Cruz en el sentido de que era capaz de escribir una letra totalmente en lunfardo, lo cual por entonces no era muy aceptado. Aceptado el envite, Marino aportó los versos, y con la música del morocho De la Cruz fue estrenado en El Nacional el 12 de agosto por su propia orquesta, cantándolo Pablo Eduardo Gómez que, por su parte, había sugerido el título.

El cronista encamina ahora sus pasos hacia la siguiente cuadra, en la que si bien levanta sus torres la iglesia de San Nicolás, también abren sus puertas cafés y otros establecimientos de diversiones menos santas. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 143, junio de 2014

De Palermo a Balvanera

valvaneraAndaba el cronista, durante su último callejeo allá por los Portones de Palermo, evocando al viejo café La Paloma que, como tantos, ya es sólo parte de la memoria de Buenos Aires y, siguiendo su periplo, prometió rumbear para el Centro, no si hacer algunas escalas necesarias en su gira por aquellos cafés y afines que fueron cuna y hogar del tango. Una parada obligada es el antiguo barrio de Balvanera, que incluye los sub-barrios del Abasto, Once y Congreso, aunque para el imaginario popular dichas denominaciones tengan más fuerza identitaria que la fría letra de las Ordenanzas municipales. El cronista no puede dejar de comentar que Balvanera –hoy delimitada por Independencia, Entre Ríos-Callao, Córdoba y Sánchez de Bustamante-Sánchez de Loria– es, fuera de los fundacionales Monserrat y San Nicolás, uno de los más antiguos barrios de la ciudad, pues su primer antecedente es un oratorio público puesto bajo la advocación de “Nuestra Señora de Valvanera”, creado en 1799 por fray Damián Pérez, procurador del Colegio de Propaganda Fide. Asimismo supo ser hasta bien entrado el siglo XIX su parroquia más extensa, pues abarcaba todo el territorio al oeste de la actual línea Entre Ríos-Callao hasta toparse con su similar de San José de Flores. Sufrió una primera partición en 1869 al crearse San Cristóbal, desgajándole el territorio comprendido entre Independencia, Boedo-Sáenz y el Riachuelo, y el crecimiento posterior de la ciudad hizo el resto hasta reducirla hasta sus actuales límites.

pacho 3Pero, en el tiempo imaginario en que el cronista anda vagabundeando, Balvanera ya estaba totalmente urbanizada y en la esquina de San Luis y Pueyrredón se alzaba el café Garibotto, donde en la década de 1910 sentó sus reales Juan “Pacho” Maglio, que venía de actuar largo tiempo en el ya mencionado La Paloma, acompañado por José “Pepino” Bonano en el violín, Carlos “Hernani” Macchi en flauta y Luciano Ríos o Leopoldo Thompson en guitarra de siete cuerdas. Acá el lector estaría en todo su derecho de increpar al cronista: “— ¿Pero en todos lados estaba Pacho, caray? —. Y sí… no en todos lados, pero en esos primeros tiempos heroicos Maglio tocó casi en cuanto café, peringundín o lugar de mala fama tuviera un palquito para la “orquesta”, palquito que en más de una ocasión sólo constaba de unos cajones vacíos apilados. El cronista piensa a veces que Maglio está un poco olvidado y que en la radio sólo pasan, y de vez en cuando, su famoso tema Sábado inglés, pero la obra de difusión que hizo este músico no tiene parangón. Piense nada más el lector que, allá por la década de 1920, era habitual que cuando alguien iba a comprar un disco dijera simplemente “déme un Pacho” para medir la popularidad que llegó a alcanzar. Pero volviendo al Garibotto, si en La Paloma Maglio se quejaba por las ratas que pululaban entre las mesas, aquí también encontró la anécdota joco-seria: según refieren los hermanos Bates –primeros historiadores del tango que llegaron a entrevistar a muchos de sus primigenios protagonistas–, una noche irrumpió en el local la policía debido a una denuncia por juego ilegal –o sea timba de la pesada– y parroquianos, propietarios y músicos fueron a parar en dulce montón a la comisaría. La cosa fue debidamente aclarada, por medios forenses o “de los otros”, y a las pocas horas el local fue nuevamente habilitado, pero quiere la leyenda que Pacho aprovechó esas horas de calabozo para componer ¡Qué papelón!, seguramente inspirado por el trago amargo que acababa de sufrir.

A unas pocas cuadras, en Corrientes y Pueyrredón, se erguía por la misma época un antiguo reducto de payadores, el Almacén Suizo, o sea uno de esos establecimientos que a la “despensa” propiamente dicha sumaban un despacho de bebidas, herederos de las antiguas pulperías y germen de los posteriores cafés con orquesta, que el cronista ha glosado en anteriores entregas. Allá por 1908 actuaba en dicho Almacén un trío formado por Ernesto “el pibe” Ponzio en el violín, el morocho y ciego Eusebio Aspiazu en guitarra y Vicente “el tano” Pecci en flauta. Ponzio ya acreditaba por entonces, pese a su juventud, una larga carrera tanguera: nacido en 1885 en “la Tierra del Fuego” –o sea entre la Recoleta y la Penitanciaría Nacional– de padre napolitano y arpista y madre uruguaya, la temprana muerte del progenitor lo obligó a abandonar los estudios en el Conservatorio Williams y a ganar el pan familiar tocando y pasando el platito en cafés y cantinas. Según Juan Silbido (el periodista e historiador Emilio Juan Vattuone) habría compuesto su primer éxito, Don Juan, en 1898, estrenándolo en 1900 en la casa de bailes de Concepción “Mamita” Amaya de Lavalle 2177. Ponzio logró después renombre en los establecimientos de Palermo El Tambito y Hansen, haciendo dupla con el clarinetista Juan Carlos Bazán, en “lo de Laura” y en lo de María “la Vasca” Rangolla, de Carlos Calvo 2721, donde se codeó con Vicente Greco, Manuel Campoamor (el de La c…ara de la l…una) y, posiblemente, con Rosendo Mendizábal.

Tango (1933)Parece que Ponzio tenía pocas pulgas, o que era bastante compadrito, pues en 1902 fue procesado por lesiones en Coronel Suárez y, en 1906, condenado a dos años por lesiones con arma de fuego. Lo cierto es que en enero de 1924, en un prostíbulo del barrio Pichincha de Rosario, mató de un balazo a otro concurrente y fue condenado a veinte años de cárcel con la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado por registrar antecedentes, pena que sólo cumplió hasta 1928 cuando fue indultado. A pesar de todo esto, se había casado en 1906 con Adela Savino en Lanús Oeste, de donde era la niña, instalando el almacén “El Pibe”, luego trasladado y rebautizado “Los Paraísos”. En la década de 1930 formó la Orquesta Ponzio-Bazán, en la que formaron Vicente Pecci (flauta), “el Pardo” Alcorta (violín), José María “el Yepi” Bianchi (bandoneón) y el cieguito Aspiazu en la guitarra, orquesta que llegó a actuar en el Luna Park. También fue convocado por Pascual Carcavallo para actual en el teatro El Nacional, en la Orquesta de la Guardia Vieja junto a Bazán, Enrique Saborido, José Luis Padula, Luis Teisseire y otros viejos próceres. En eso estaba cuando, en 1934, falleció del mismo mal que su padre, de un aneurisma en el corazón. Curiosamente para un músico que trabajó tanto, no han quedado grabaciones propias ni en otras agrupaciones, pero podemos ver su estampa junto al “gordo” Bazán en la película Tango, donde aparecen tocando, con una orquestita, Don Juan.

El otro reducto insoslayable de Balvanera, más precisamente en el Abasto, fue el café O’Rondeman de los hermanos Traverso, en Humahuaca 2202, donde dio sus primeros pasos artísticos Carlos Gardel, pero el cronista ya ha hablado largo y tendido en anteriores números sobre este lugar legendario (noviembre y diciembre de 2012), por lo que pide disculpas al lector por la omisión y prosigue su camino hacia el Centro, deteniéndose quizá en algunos cafés de la Avenida de Mayo si es que el tranvía lo deja cerca. Pero ese… será otro callejeo.

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 141, abril de 2014

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2014/04/n-141-abril-2014.html

Café Tortoni

A casi un año de comenzar este blog es momento de ocuparse del Gran Café Tortoni. En verdad, no lo hice antes porque es un café del cual queda poco por decir, mucho se sabe y es muy fácil encontrar información veraz. Pero, en fin, es como escribir sobre la cultura incaica y no mencionar Machu Picchu. Y «el público se renueva» diría una legendaria estrella del espectáculo vernáculo. Sobre todo, el público extranjero, de donde provienen muchos de los lectores. El Café Tortoni es el más viejo (aún funcionando) de Buenos Aires, data de 1858. El local daba sobre Rivadavia y recién cuando se construyó la Avenida de Mayo, un 26 de octubre de 1894, se inauguró su hoy tradicional puerta de ingreso (a la altura del 825) a través de la gran vía porteña. Esta fecha la adoptó la Legislatura de la Ciudad para celebrar el Día de los Cafés (ver https://cafecontado.com/promocion-2-x-4/)

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El nombre Tortoni homenajeaba a su homónimo de la ciudad de París que fuera creado después de la Revolución Francesa por un italiano, vendedor ambulante de helados, que lo hizo famoso y donde popularizó la «cassata». Describirlo es innecesario. Las fotos son elocuentes y la información gráfica abundante. Lo importante es lo que representa para todos los argentinos. Si en Buenos Aires el café es religión, el Café Tortoni es su Templo Mayor. Ingresar al Tortoni es como hacerlo a una Institución formadora de una cultura que trascendió generaciones («la escuela de todas las cosas» de Discépolo). Como las legendarias construcciones medievales de Universidades que se erigen orgullosas en ciudades milenarias. En su interior se hace difícil abstraerse del entorno. No hay modo de sostener una charla, por importante que sea, sin dejar de estar consciente del lugar donde se la está manteniendo. Definitivamente no. Uno está en el Tortoni y eso aporta su propio peso específico y simbólico. Sigue leyendo

La Giralda

La calle (porque para los porteños sigue siendo calle) Corrientes marca el ritmo de la ciudad. La bohemia intelectual la atravesó históricamente. Escritores, dramaturgos, periodistas y un sinnúmero de músicos y letristas de tango y de rock la inmortalizaron. Nuestro icono máximo, Carlos Gardel, entre otros, la menciona (porque cada día la canta mejor) en «Anclao en París». Calle de teatros comerciales, de los públicos, de Revistas, más librerías, pizzerías, heladerías y cafés. Sobre todo, cafés. Y de los Notables, como La Giralda.

fachada giralda2La Giralda ocupa la planta baja de un precioso edificio de principios del siglo XX, en Corrientes 1453, construido por el arquitecto alemán Carlos Nordmann con vasta obra en nuestro país como por ejemplo (y que aún se mantienen en pie) el edificio de viviendas de Av. de Mayo 620, el edificio de Chile 249, el Torreón del Monje en Mar del Plata, la actual Embajada de España en Figueroa Alcorta 3102, el Casino de Oficiales de la Fuerza Áerea sobre Córdoba 731, etc. Sin embargo, con semejantes antecedentes, La Giralda luce una austera y sobria propuesta estética. Un auténtico cafetín de Buenos Aires que no sufrió modificaciones groseras ni aluviones globalizadores que masifican identidades convirtiendo todo en no lugares. Tiene mesas con tapa de mármol, sillas de madera, azulejos blancos, espejos biselados, ventanas guillotina a la calle y puertas vaivén. Las publicidades acompañan el entorno y pueden verse viejos propagandas de Hesperidina. También se observa un cuadro con una lámina de la Catedral de Sevilla, La Giralda, de donde los propietarios tomaron el nombre. Cualquier descripción del lugar en un libro o nota periodística a partir de 1951 dirá lo mismo. Y este simple dato ya lo hace merecedor de una visita. Sigue leyendo