Los recreos de Palermo

armenonvilleAndaba el cronista, en su último callejeo, evocando «clandestinos» y algunos lugares de la mala vida porteña del Centenario como paso previo a recorrer los recreos de Palermo, sobre los que tanto se ha hablado y escrito, y estaba citando al mítico Hansen cuando se le acabó el espacio de la columna mensual. Pues bien, aprovechando el hiato y antes de volver a entrar en tema el cronista cree importante hacer algunas aclaraciones y salvedades: en primer lugar, es muy poco lo que sabemos fehacientemente de los famosos recreos de Palermo, llámense Hansen, El Velódromo, El Tambito, El Kioskito, etc. Como el cronista ha dicho en más de una oportunidad, la historia popular no suele dejar documentos y, generalmente, se basa en testimonios más o menos fehacientes, comprobables o creíbles. Por ejemplo la anécdota de la creación del tango La chiflada, de Juan Carlos Bazán, que más adelante comentaremos, la consigna Francisco García Jiménez en Así nacieron los tangos, y queda librado al rigor del investigador la confianza en su veracidad o credibilidad. Por otro lado, el tema del cabaret fue explotado hasta el hartazgo en letras de tango y, fundamentalmente, en el teatro por secciones de la década de 1920, creando una imagen que perduraría en el imaginario popular. Centenares de piezas teatrales lo tuvieron como escenario, lo cual es bastante comprensible pues permitía el entrecruzamiento de historias en un único decorado, así como la introducción de números musicales más o menos adecuados a las incidencias de la trama. Sigue leyendo

De los «clandestinos» a Hansen

Av. de Mayo entre Bolivar y Perú_1936 coppola

Ph: Horacio Coppola

Anduvo el cronista recorriendo los recreos, salones, teatros y teatrillos que podrían considerarse antecedentes del cabaret en la medida en que, aparte de presentar números musicales o más o menos artísticos, también ofrecían un servicio de bebidas y comidas. Proponía, entonces, rumbear para el lado de Palermo, donde floreció una serie de locales similares entre fines del siglo XIX y la segunda década del XX que ha ingresado en la mitología de Buenos Aires. Sin embargo, sería injusto no mencionar antes algunos salones más reservados en los que se daban las mismas circunstancias y constituían lugares de sociabilidad, los llamados «clandestinos». Sí, estimado lector, no se escandalice… Esos establecimientos más o menos lupanarios eran también centros de reunión en los que se alternaba tanto con las damas como con amigos o conocidos con los que se cerraban negocios o tramaban artimañas políticas o electorales mientras un pianista o una orquestilla amenizaban la velada. Muchos personajes que ahora son próceres (y que no nombraremos porque tienen descendientes) los frecuentaron, como uno que existía en la calle Cerrito entre Cangallo y Bartolomé Mitre, en la manzana que se llevó la 9 de Julio, y tenía fama de ser el más lujoso de su tiempo. El destacado periodista Roberto Llanes evoca, en su libro Recuerdos  de Buenos Aires (Cuadernos de Buenos Aires Nº XI; Buenos Aires, MCBA, 1959, p. 47 y ss.), estos salones: “Dentro del contorno céntrico cuyos límites hemos señalado (Bartolomé Mitre, Córdoba, Florida, Cerrito) eran en buen número las casas francesas que hospedaban exclusivamente a mujeres con más o menos filiación de artistas (…) Se nos ha quedado en la memoria, y como fundidas con lentitudes de repetidas brasas algunas numeraciones de aquellas casas en las cuales, no una, sino muchas veces, tuvimos ocasión de ver verdaderos banquetazos donde el desprendimiento de los adinerados muchachos porteños hacía ostentación en las repetidísimas botellas de champagne Pommery, Moët Chandon y otras marcas (…) Y varias de ellas continúan en su respectivo lugar: Bartolomé Mitre 754, frente al primitivo café de Los 36 Billares, finca que con los años ocuparía el Conservatorio Musical de don Alberto Williams; Cerrito 475 y 590; Esmeralda 334, 454 y 543; Carlos Pellegrini 573 y 690; Maipú 494; Cuyo 732; Lavalle 715; Suipacha 452 y Maipú 306 (…)”. Sigue leyendo

Del Variedades y el Casino

El cronista callejero está cumpliendo este año la reiterada promesa (o amenaza) de recorrer los cabarets, dancings y otros peringundines que en Buenos Aires han sido, y a tal efecto debe continuar su reseña de aquellos establecimientos que a fines del siglo XIX y comienzos del XX se pueden considerar sus antecedentes. Ya anduvo por los primeros recreos y cafés-concert y, en la última entrega, recordaba al Alcázar y al Pasatiempo, quizá los primeros lugares de mala fama debido a su selecto público de «niños bien» y no tan bien que engrosaron los archivos de la patota porteña y fueron los padres de aquellos otros que alborotarían las noches del Hansen, el Tambito y demás recreos del viejo Palermo.

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José Gregorio Lezama

Así pues, y siguiendo en lo posible el hilo cronológico, le toca al cronista acercarse al Variedades, que ocupó un solar de la calle Esmeralda hoy convertido en estacionamiento. ¡Y qué solar lleno de historia, caramba! Estamos hablando de la esquina sureste de Corrientes y Esmeralda, que allá por 1870 era propiedad de Emilio Castro, gobernador de la provincia de Buenos Aires y que, según Alfredo Taullard (en el ya citado Historia de nuestros viejos teatros), fue adquirido con malas artes por José Gregorio Lezama que construyó el teatrillo Variedades, inaugurado el 25 de mayo de 1872. Este señor Lezama merece un párrafo aparte: es sabido que el Parque Lezama era su quinta y por él lleva su nombre, pero en general se desconoce que poseía grandes extensiones de tierra en la Provincia, como el actual partido de Lezama, e incluso un «terrenito» sobre el Riachuelo que abarcaba gran parte del fondo de Barracas, Parque Patricios y Pompeya en el cual funcionó la primera quema de basuras allá por 1870. Sigue leyendo

El Alcázar y El Pasatiempo

ignacio-h-fotheringham-la-vida-de-un-soldado-parte-2-20098-MLA20182378616_102014-FIgnacio Fotheringham, un inglés veinteañero que vivía en Southampton, solía cruzarse tarde a tarde con una señora que solía visitar a su padre, residente en la localidad. Según cuentan, la señora -que no era otra que Manuelita Rosas- o su tío político, el héroe de Obligado Lucio N. Mansilla, lo interesaron en radicarse en Buenos Aires para trabajar en la estancia Los Cerrillos, propiedad entonces de Máximo Terrero. Pero al inglesito, que llegó al Plata en 1863, no le gustaron mucho los trabajos de campo y no tuvo mejor idea que irse de voluntario a la guerra del Paraguay, empezando una carrera que lo llevó al generalato y a ser el primer gobernador de los territorios del Chaco, primero y luego de Formosa. La cuestión es que nos dejó un notable libro de memorias, La vida de un soldado. Reminiscencias de las fronteras, publicado por Guillermo Kraft en 1908, que no es solamente una importante fuente para la historia, sino que contiene interesantes referencias y cuadros de costumbres  del Buenos Aires del último tercio del siglo XIX.

Así, en una de sus páginas, nos refiere: “Creo haber dicho antes que en aquel tiempo (1865), Buenos Aires estaba muy lejos de ser la ciudad culta, elegante, hermosa y aristocrática de ahora. Por todas partes, en el mismo centro de la ciudad, pululaban las casas públicas y el Alcázar, de triste memoria, era el punto de reunión de los jóvenes de buena familia y de no buena que rivalizaban entre sí para provocar disturbios a mojicón limpio y a veces a cosas más serias. También el Hotel Oriental (Cangallo 860), al que le quitaron el Orien y le dejaron el Tal, era rendez-vous de aristocráticos entusiasmos para coreográficos lucimientos de milongas de corte especial y de ciertas mazurcas de quebradas horizontales y agachadas que echaban tierrita en el hombro a los del barrio del Retiro, famoso por su válgame el cuerpo y la vista”. Aparte del comentario coreográfico que nos remite a las primeros pasos de algo que se va a llamar tango, Fotheringham deja aquí asentado el nombre y el ambiente del Alcázar. Sigue leyendo

Del Salón de Recreo al Jardín Florida

Siguiendo el viejo refrán “año nuevo, vida nueva”, el cronista comenzó enero cumpliendo una promesa que venía efectuando durante los dos largos años en que callejeó por la mayoría de los cafés de tango que alguna vez fueron. Y para entrar en tema, en la nota de enero reseñó brevemente las razones de la aparición de los primeros establecimientos que se podrían considerar precursores o antepasados de los cabarets y demás peringundines que por cerca de medio siglo ocuparon un importante lugar en la vida porteña, remitiendo la glosa de los mismos a la presente entrega, por lo que aquí va:

Carnaval en el Club del Progreso

Carnaval en el Club del Progreso

El 22 de marzo de 1856 se inauguró en Buenos Aires el primer local de una especie hasta entonces desconocida en la “gran aldea”, el Salón de Recreo, en la entonces calle De Representantes casi Victoria (hoy Perú e Hipólito Yrigoyen), “puerta contigua al Club del Progreso”, como decía su propaganda. Según los testimonios, era un amplio espacio cuadrado decorado al gusto de la época en el que ofrecían conciertos músicos locales de renombres, como Federico Espinosa, Dalmiro Costa, Miguel Hines, etc., y algunos extranjeros de gira en el país. El repertorio… la música que hoy llamamos clásica y muchos pasajes de ópera, que los concurrentes disfrutaban cómodamente sentados y bien provistos de café o refrescos que se adquirían en un sector del local. Sigue leyendo

¡Vamos al cabaret…!

Anduvo el cronista, en los últimos tiempos, recorriendo cafés, pero no cualquier tipo de ca­fés de ayer y hoy, sino aquellos que contaron con números musicales y desempeñaron un papel de primer orden en el origen y desarrollo del tango. Esa “discriminación” le fue necesaria para de­limitar el campo de estudio –como dicen los historiadores– dado lo vasto del tema y así y todo, aún en forma seguramente incompleta… ¡le llevó dos años la caminata! Por eso cada tanto tuvo que disculparse por dejar algunos establecimientos fuera del relato, amenazando una y otra vez con tratarlos en otra serie de callejeos, y al comenzar esta columna un nuevo año –¡el decimotercero!– pasa a cumplir con lo prometido, por lo que invita al amable lector a visitar cabarets y otros peringundines que también fueron fundamentales en la historia del tango y la sociabilidad de los porteños.

foliesPero aquí nuevamente vamos a tener que poner límites al recorrido, porque sino se haría inabarcable. El cabaret como establecimiento surgió allá por 1880 en París, heredero de los cafés-concert que se habían popularizado durante el Segundo Imperio. Esto es, hablamos de estableci­mientos comerciales con despacho de bebidas o restaurante en los que se brindaban números musicales o de varieté, con o sin escenario, con o sin pista de baile. Si bien estos cafés-concert registran antecedentes desde el siglo XVIII, cobraron importancia y se politizaron después de la Revolución Francesa, teniendo un papel no menor como centros de agitación política durante las revoluciones de 1830 y 1848, siendo seguramente el más famoso el Follies Bergère, Sigue leyendo