La Buena Medida

La Boca es uno de los barrios más representativos de nuestra historia. Nació (prácticamente) a la par de la Fundación de la Ciudad, fue puerto, acompañó el desarrollo de la nación, recibió las oleadas inmigratorias, sufrió profundas crisis y se le conocen varios resurgimientos. Barrio con muchos de los Cafés Notables de la Ciudad. Pero con uno, en particular, que también podría integrar el listado de los cafés que apenas se notan o cafés del bajo fondo: La Buena Medida.

20140912_130354

La Buena Medida queda en Suárez 101, esquina Caboto, frente a una plaza mítica que fue la primera del barrio e inaugurada en 1894: Plaza Solís. En esa plaza, en abril de 1905, nació Boca Juniors. Pavada de capital simbólico. En ese mismo año, en una de sus cuatro esquinas, también abrió este almacén-bar que abastecía a toda la barriada y al pujante movimiento portuario. Es probable que el nombre se deba al modo de venta de principios del siglo XX cuando todo se pesaba y despachaba suelto. En uno de los espejos del interior del bar también se exhibió por años la leyenda «Para tomar bebida, tomar la buena, para tomar la buena, La Buena Medida». La esquina fue cambiando de propietarios hasta ser adquirida por Ángel (el Bebe) Schiavone en 1972.

La plaza, la esquina y el bar sirvieron de escenario a varias películas. En 1969, Palito Ortega junto a Juan Carlos Altavista, Javier Portales y varios otros grabaron muchas escenas de «Los muchachos de mi barrio». Las imágenes pueden encontrarse en youtube aunque no son de buena calidad. Pero fue en 2002 que La Buena Medida se lució como reducto del hampa y parroquianos lúmpenes. En «El oso rojo» de Adrián Caetano, Juilo Chávez junto al mago René Lavand, se lucieron en varias escenas. Durante una escena de una pelea, Julio Chávez se cubre en una ancha columna que hoy se encuentra en el medio del salón y que formó parte de la pared que dividió al almácen del bar original hasta ser adquirido por el Bebe Schiavone que unificó ambos ambientes en un único espacio. Sigue leyendo

Los cafés de La Boca

Andaba el cronista, en su último callejeo, recorriendo los cafés de San Cristóbal en los que floreció el tango en la primera década del siglo XX y comentaba que, simultáneamente, se había formado otro polo en La Boca alrededor del cruce de Suárez y Necochea. El sufrido lector que frecuenta esta columna recordará que en 2010 el cronista ya anduvo glosando la vida de este último barrio en los días del Centenario, pero para aquellos que han tenido la suerte de no conocerla pero que han caído en las garras de este pasquín, se hace necesario un pequeño racconto:

Horacio Coppola: Buenos Aires (1936) Vuelta de RochaEl Riachuelo fue el puerto natural de Buenos Aires desde los tiempos fundacionales, cuando los indios tenían la mala costumbre de pretender, vuelta a vuelta, almorzarse a algún conquistador. Pero su época de oro comenzó a partir de 1857, cuando se empezó a dragar sistemáticamente, y especialmente en los años en que el ingeniero Luis Huergo dirigió las “Obras del Riachuelo”, ampliando la Vuelta de Rocha hasta sus orillas actuales. Entre 1880 y la inauguración del Puerto Nuevo La Boca fue el “barrio marinero” de Buenos Aires, con un movimiento anual de miles de barcos mercantes y de pasajeros, poblado de astilleros, carpinterías y almacenes navales y, lo más importante, de gente de mar y río que allí se afincaron. Al comenzar el siglo XX era uno de los barrios más dinámicos y pujantes de la ciudad, con un movimiento comercial, bancario, cultural y social que, unido a su homogénea demografía -una abrumadora mayoría de italianos, mayoritariamente ligures- le daban una identidad única. Pero precisamente por su condición portuaria era frecuentado por personas de paso: marineros que permanecían ociosos mientras sus naves cargaban y descargaban o simplemente hombres solos que buscaban diversión o compañía femenina. Como decía el cronista en aquellos artículos, Buenos Aires registraba una gran desproporción entre ambos sexos debido a la inmigración. Los hombres solían viajar solos a probar fortuna hasta que más o menos se establecían y podían llamar a su familia, lo que favoreció el auge de la prostitución en la ciudad y sus alrededores, tanto en lenocinios declarados como, más discreta o encubiertamente, en otros lugares de esparcimiento como los cafés-concert y los cabarets.

Así pues no puede extrañarnos que ya por 1878 haya memoria del “bailetín del Palomar”, conocido también como “el baile de Tancredi” que abría sus puertas en la esquina sudeste de Suárez y Necochea, donde le sucedió el café El Molino. Cuenta el historiador Jorge Bossio en Los cafés de Buenos Aires: Reportaje a la nostalgia (Buenos Aires, Plus Ultra, 1995) que “… El ingreso al salón era gratuito, pero el derecho al baile era cobrado a razón de cinco centavos la pieza, cobranza que ejecutaba el propio Tancredi, acompañado de un ostentoso trabuco, por si el bailarín se volvía remiso en el pago”. Bossio, siguiendo los dichos de Juan de Dios Filiberto a Antonio J. Bucich -el historiador por antonomasia del barrio- comenta que José Tancredi era un toscano proveniente de Ensenada que luego le compró a su padre una propiedad en Olavarría 287, adonde trasladó el bailongo, versión que sería coherente con otra que asegura que el padre de Filiberto fue largos años “regente” de dicho establecimiento. Juan de Dios FilibertoAcotemos que don Filiberti, que así era el apellido original, era conocido por el alias de Figurita -según algunos historiadores- por su habilidad en el baile, y por Mascarilla o Mascarita -según otros-, que el cronista supone debido a marcas de viruela, tal como medio siglo antes fue llamado el gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López, por dicha razón.

Pero, como vemos, “lo de Tancredi” no era específicamente un café, sino un salón de baile en el que seguramente se expendían bebidas. Al filo del cambio de siglo le sucedieron, en esa esquina de Suárez y Necochea, verdaderos cafés con número musical como el Café La Marina de Suárez 275, donde actuaba en 1907 “el alemán” Arturo Bernstein con un trío improvisado. En 1908 le sucedió el legendario “tano” Genaro Espósito acompañado por “el tuerto” José Camarano en guitarra y Agustín Bardi en violín (sí señor, el primer instrumento de Bardi fue el violín, que luego cambió por el piano); tras un paso por un boliche de San Telmo, su barrio natal, Espósito volvió a La Marina en 1912 con Alcides Palavecino en violín y “el negro” Harold Phillips en el piano. El abrojitoCon respecto a Bernstein, al que no hay que confundir con su  hermano Luis, el autor de El abrojito y de Don Goyo, refiere Juan Silbido que fue uno de los primeros músicos en tocar con partitura, en una época de orejeros, y cita una anécdota recordada por Carlos de la Púa: en cierta ocasión se trabó una calurosa polémica, en un grupo de músicos, sobre qué orquesta habían escuchado la noche anterior, si la de Bernstein o la de Spósito; Ernesto Ponzio, que escuchaba la discusión, falló con autoridad “Si los cosos tocaban con el papelito al frente, era la del Alemán; si se mandaban el repertorio al aire libre, era la del Tano”. Allá por el Centenario Bardi volvió a La Marina, ya al frente del piano, en un cuarteto que lideraba el bandoneonista Graciano De Leone (el de Tierra negra y El pillete) y completaban “el francés” Julio Doutry en violín e Ignacio Fuster en ¡violoncello!

Frente a La Marina, según Bossio, se alzaban el Café Edén -llamado también Café de la Turca-, donde actuaban los hermanos Vicente y Domingo Greco con Ricardo Gaudencio (el de El chupete) y el Café de Teodoro, donde habría actuado un joven Roberto Firpo. Es conocida la anécdota de que fue en un cafetín de La Boca donde, por un quítame allá esas pajas, Firpo fue marcado con un feite en la cara por su violinista, “el rengo” Ernesto Zambonini. Éste, que era de muy malas pulgas y peor bebida, no contento con el tajo se fue a su casa y escribió un tango, Recuerdos de Zambonini, al que Firpo contestó, con bastante sentido del humor y argumentando que había sido a traición, con otro: Mal pegador.

cafe royalPor Necochea, por su parte, se alzaba el Café Concert  de Benito Priano en el número 1224, mientras a su frente, en el 1221, estaba el Café Royal, más conocido por Café del Griego, donde debutó en 1908 Francisco Canaro aunque, en realidad, su primera actuación había sido en el pueblo de Ranchos, como parte de la gira obligada por pueblos del interior que hacían los músicos noveles en esos tiempos. En el Royal actuaba en un trío integrado por Samuel Castriota (Lita, o sea Mi noche triste) al piano y Vicente Loduca en bandoneón. Por allí se apareció una noche de 1909 un muchachito de Barracas, de sólo 17 años, que llamó la atención de la concurrencia por su pinta de cajetilla: pantalón bombilla de fantasía, traje a cuadritos de ribetes claros, sombrero requintado y guantes con los anillos puestos por encima. También portaba una jaula, como aún se llama al estuche del bandoneón y, al finalizar la actuación del trío, los músicos se acercaron a su mesa a conversar. Palabra va, palabra viene, alguien mencionó que el pibe había compuesto un tango, por lo que fue invitado a pelar el instrumento e interpretarlo; era Una noche de garufa y el éxito fue instantáneo entre la concurrencia, que lo obligó a repetirlo varias veces. Pronto el autor y su tango ocuparían su propio lugar -¡y qué lugar!- en los cafés con orquesta, pero ese… será otro callejeo.

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Nº 135, octubre de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/10/135-septiembre-2013.html

La Chirilísima – Café + helado en La Boca

fachadaLa Chirilísima tiene una rica historia en La Boca. En la primera mitad del siglo XX funcionó como tambo y como proveeduría de barcos. Un gallego, Cosme, la compró en el ’40 y regenteó hasta el ’83 cuando la familia Cirilli se hizo cargo del lugar. Por esos años estaban de moda las «lecherísimas» entonces juntaron ambos nombres y quedó La Chirilísima.

La Chirilísima queda en calle Olavarría, casi esquina Del Valle Iberlucea. O sea, para los que no se ubican en el barrio, a 200 mts de la Bombonera y a 200 mts de Caminito. Puro corazón boquense. En épocas de iced coffee o café frappé, La Chirilísima hace la doble función: Cafetería y heladería. Se planta orgullosa defendiendo la identidad local a través del castellano. Abre de lunes a sábado de 7 a 19 hs. Sus mediodías son muy curiosos. La Chirilísima sirve de salón comedor de buzos. Leyó bien, buzos de buceo. Pertenecen a la empresa Almirón (aprox. unos 20) que almuerzan a diario en el local. ¿En cuántos sitios de Buenos Aires pueden encontrarse con buzos compartiendo anécdotas y experiencias a su alrededor? La Chirilísima le recuerda a uno que Buenos Aires es un puerto. Sigue leyendo

Fotos que dicen/17

luz

(Foto: Ana Luz Sanz)

Cafetín,
donde lloran los hombres
que saben el gusto
que dejan los mares…
Cafetín
y esa pena que amarga
mirando los barcos
volver a sus lares…
Yo esperaba,
porque siempre soñaba
la paz de una aldea
sin hambre y sin balas…
¡Cafetín,
ya no tengo esperanzas
ni sueño ni aldea
para regresar!

Por los viejos cafetines
siempre rondan los recuerdos
y un compás de tango de antes
va a poner color
al dolor del emigrante…
Allí florece el vino,
la aldea del recuerdo
y el humo del tabaco.
¡Por los viejos cafetines
siempre rondan los recuerdos
de un país y de un amor!

Bajo el gris
de la luna madura
se pierde la oscura
figura de un barco.
Y al matiz
de un farol escarlata
las aguas del Plata
parecen un charco.
¡ Qué amargura
la de estar de este lado
sabiendo que enfrente
nos llama el pasado!…
Cafetín,
en tu vaso de vino
disuelvo el destino
que olvido por ti…

Cafetín (Homero Expósito, 1946)