La Embajada

El listado de Cafés Notables ofrece una variada tipología y se distribuyen por toda la ciudad. Por una lógica cuestión de antigüedad, la gran mayoría se concentra en el centro. Y dentro de éste, sobre la Av. de Mayo donde la comunidad española dejó su impronta. En el Café Iberia (Av. de Mayo y Libertad) paraban los republicanos. En la vereda de enfrente, en el Español, los franquistas. Pero existía uno en particular, de reducido espacio (si se lo compara con los inmensos cafés que se suceden o sucedieron a lo largo de nuestro eje cívico), ubicado a escasos metros de la avenida, en Santiago del Estero 88, que fue un reducto que reunió a españoles de diferentes colores e ideologías durante la Guerra Civil de ese país. Su nombre no pudo ser más adecuado: La Embajada.

Ph: Café Contado

Ph: Café Contado

La Embajada es el antiguo despacho de bebidas que completaba al almacén de ultramarinos que funcionaba en la esquina de Santiago del Estero e Hipólito Yrigoyen. El bar se mantiene casi igual al original. Boiserie, mesas de madera, sillas vienesas, piso de mosaico granítico, barra revestida en mármol con tapa de estaño y grifo con forma de cisne. Todo forma parte de un edificio de estilo francés construido en 1913 por los ingenieros Fox y Damianovich , y que llega hasta la esquina de la Avenida de Mayo donde hay un Starbucks. El contraste es Notable (con todas las acepciones, sentidos y simbolismos de la palabra). La decisión entre consumir una propuesta o la otra es toda una definición de principios y un verdadero acto político y de fomento del sentido de pertenencia. Sigue leyendo

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Billar en Los 36 billares

Ph: Gerardo Dell Oro para Clarín

Ph: Gerardo Dell Oro para Clarín

El ruido es único. El taco golpea la bola, que a su vez pega contra una de las bandas antes de chocar contra otra bola. El ruido es único. Y ayer volvió a escucharse en la Avenida de Mayo, donde un grupo de especialistas no pudo esperar y no tardó en despuntar el vicio en ese templo de mesas y paño verde que es Los 36 Billares, que reabrió ayer remodelado, pero con el espíritu intacto.

Por Romina Smith para el diario Clarín.

Lee la nota completa: Las carambolas volvieron a Los 36 Billares

El Rincón de Antonio

Hay barrios que se hace difícil ubicarlos o darles su lugar en el mapa. Como Villa Pueyrredón. Sin embargo, se hace más fácil cuando se los vincula con sitios que sirven de referentes (El Motivo otro orgullo de los húsares villeros) o rincones entrañables. Por ejemplo, El Rincón de Antonio.

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PH: Florencia Migliorisi

Difícil calificar este lugar. Lo que no hay que hacer es dejar de conocerlo. La primera impresión es que El Rincón de Antonio es un comedero. Las mesas se agrupan contra un costado como en los grandes comedores de empresas. Son largas mesas comunitarias, pero que no responde a una nueva moda cool ni pretende copiar el formato de Le Pain Quotidien. Antonio lo decidió así antes que las franquicias impusieran códigos y conductas por todo el mundo. En El Rincón de Antonio se sientan a la misma mesa, empresarios, laburantes, barrenderos. Está flojo de mujeres, es verdad, pero en fin, será cuestión de copar la parada. Sigue leyendo

Cafés del Centro/1

Corrientes y Esmeralda (1910)

Corrientes y Esmeralda (1910)

Como venía amenazando desde hace varias entregas, por fin el cronista dirige sus pasos al Centro para continuar con su recorrido de cafés de tango, tras visitar algunos establecimientos de la Avenida de Mayo que hicieron historia. Y por afán didáctico o simplemente de maniático que es, prefiere hacerlo siguiendo el orden ascendente de la numeración, para permitirle al sufrido lector ubicarse con más facilidad. No va a hacer parada en los peringundines -de mayor o menor categoría- de 25 de Mayo, que prefiere reservar para una futura serie de callejeos por boites, cabarets y otros “antros del pecado” que supieron engalanar a nuestra ciudad. Tampoco se detendrá en el Bar Reconquista, también conocido como “lo de Ronchetti”, donde Saborido creó La morocha, al que ya se refirió en septiembre del pasado año, así que su periplo debe iniciarse en la esquina porteña por antonomasia, Corrientes y Esmeralda, donde algún cacatúa que seguramente está solo y espera sueña con la pinta de Carlos Gardel.

Palacio Elortondo Alvear

Palacio Elortondo Alvear

Refiere el historiador Ricardo Llanes en Recuerdos de Buenos Aires que, a principios del siglo XX, esa intersección marcaba el límite de la zona elegante que tenía por eje la calle Florida y en la que se había establecido la gente “de posibles” cuando la epidemia de fiebre amarilla de 1871 la forzó a emigrar de Catedral al Sur hacia el Norte. Las familias de riqueza o apellido se afincaron en el perímetro que abarcan Cangallo, Reconquista, Esmeralda y Córdoba y que fue nuestro primer “barrio norte”, no el que actualmente recibe este tratamiento y que en realidad pertenece a Retiro y Recoleta. Todavía pueden verse, en un edificio del primer piso de la esquina suroeste de Florida y Corrientes, los frescos que pertenecieron al palacio Elortondo Alvear, local que por muchos años ocupó la casa de marroquinería Paco Mayorga y actualmente una hamburguesería que, por suerte, no tuvo la peregrina idea de taparlos con pintura o demolerlos. Esta esquina, pues, marcaba el inicio de “las luces” de Corrientes que se extendían hacia Callao casi sin solución de continuidad, y las iniciaba a toda orquesta, pues en pocos metros por Esmeralda se alzaban los teatros Odeón, en el número 367, y el Esmeralda en el 445, sala ésta que antes supo llamarse Scala y, desde el 4 de mayo de 1928, Maipo; un poco más hacia el Sur, en el 257-65, estaba el viejo San Martín y, por Corrientes, en el 699 -esquina que el ensanche demolió- se alzaba el cine-teatro Empire, en el 835 el Royal Theatre -luego Royal Pigall– y en el 860 el Óperahistory_royalpigall. En todas estas salas, tanto en obras teatrales como en espectáculos musicales, se estrenaron infinidad de tangos hoy clásicos, por lo que el almacén y bar El Guarany, ubicado en la esquina noroeste, era punto de cita casi obligado de artistas, músicos y cantantes. El escritor Bernardo González Arrili, criado en la “casa de fotografía y exposición de cuadros” de su padre, en el 838 de Corrientes, evocó en su exquisito libro Calle Corrientes entre Esmeralda y Suipacha que allá por el Novecientos: Hacia la esquina de Esmeralda, por la vereda de los nones (…) quedaba al fin un almacén, ‘El Guarany’; sobre Corrientes el despacho de comestibles, sobre Esmeralda el despacho de bebidas; la puerta de la esquina, ochavada y reducida, daba a los dos despachos, separados simbólicamente por una Caja tapiada por tres vidrios. En los escaparates de Corrientes (…) se mostraban, como en la mayoría de las casas del ramo, artículos de manducar, por lo general españoles e italianos (…) La otra vidriera de la vuelta era una botillería, que a los muchachos no nos interesaba gran cosa. Lo único que alguna ocasión detuvo nuestros pasos, era el grifo de brillante metal, con tres o cuatro extremos, por donde goteaba el agua sabiamente dosificada para la preparación lenta de los ajenjos, los suisés opalinos que siempre tuvimos ganas de probar”. En este café solían parar Gardel y Razzano que actuaban en el Esmeralda, donde “el mudo” estrenó en 1917, acompañado por José Ricardo, Mi noche triste. En El Guarany debutó en 1927 el primer sexteto de Carlos Di Sarli, integrado por César Ginzo y Tito Landó en bandoneones, José Pécora y David Abramsky en violines, Alfredo Krauss en el contrabajo y el director al piano, formación que sufrió diversos reemplazos y con la que grabó 48 temas, algunos de ellos con las voces de Santiago Devin, Ernesto Famá y Antonio Rodríguez Lesende.

A menos de cien metros, sobre la vereda de los pares y al lado del café Paulista que todos conocían como Los Inmortales, ya visitado por el cronista en repetidas ocasiones, se encontraba el Germinal, cuyo nombre podríamos atribuir a algún dueño de origen galo, ya fuera por dicho mes del calendario civil que impuso la Revolución Francesa o por la famosa novela de Emilio Zola. Más allá de estas suposiciones, pasaron por su palco en distintas épocas Pacho Maglio (¡cuándo no!), el prolífico Anselmo Aieta y Ernesto De la Cruz -los cuales hacían “doblete” con el Café El Nacional-, Elvino Vardaro, Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo.

Ensanche calle Corrientes y construcción del Obelisco

Ensanche calle Corrientes y construcción del Obelisco

Por la vereda de enfrente, sobre las puertas impares y frente a El Nacional se encontraba, hasta el ensanche de Corrientes, el café Los 36 billares que Ángel Pocho Gatti recordó en su tango Corrientes angosta: Corrientes de antes, Corrientes vieja/ de muchachito me conocés,/ yo he compadreado por tus veredas/ paré en el feca Los 36. Si bien muchos conjuntos pasaron por su escenario, el hecho más remarcable fue el debut en 1934 del sexteto de Pedro Laurenz, recién desvinculado de Julio De Caro, cuya formación venía sufriendo problemas internos desde la ida de Pedro Maffia. Laurenz no se fue solo, sino que llevó consigo al “cieguito” Armando Blasco en el segundo bandoneón, a Vicente Sciarretta en contrabajo y a José Niesso en violín, sumando a Sammy Friedenthal para secundar a Niesso y al joven pianista Osvaldo Pugliese, que hacía doblete con Elvino Vardaro en El Nacional y que también se ocupó de los arreglos. Parece que Laurenz se enamoró de esa cuadra porque cuando Los Inmortales fue reemplazado por un edificio de departamentos, en el número 922 de Corrientes, compró uno y allí vivió hasta su muerte.

El cronista ha nombrado repetidas veces al café El Nacional, que se encontraba pared por medio con el teatro epónimo y que fuera llamado “la catedral del tango”. Según relata Jorge Bossio, hasta 1905 se llamaba Café Lloveras, cambiando seguramente el nombre al inaugurarse en 1906 la tercera sala del teatro que había sufrido variadas vicisitudes. Allí actuó en la década de 1920 el sexteto de Anselmo Aieta, con Juan D’Arienzo y Juan Cuervo en los violines, Luis Visca al piano, Alfredo Corletto en contrabajo y José Navarro en el segundo bandoneón y, en 1929, se formó el sexteto Vardaro-Pugliese con Alfredo De Franco  y Eladio Blanco en bandoneones, Carlos Campanone como segundo violín y Alfredo Corletto, nuevamente, en el contrabajo. El Nacional cerró sus puertas en 1952, mientras el palco era ocupado por la orquesta de Juan Polito, pero su semblanza sería incompleta si no se mencionara que en su salón fue concebido, una noche de 1926, el tango El ciruja. Según Francisco García Jiménez, todo fue fruto de una apuesta que le hiciera el cantor y actor Francisco Alfredo Marino al bandoneonista Ernesto De la Cruz en el sentido de que era capaz de escribir una letra totalmente en lunfardo, lo cual por entonces no era muy aceptado. Aceptado el envite, Marino aportó los versos, y con la música del morocho De la Cruz fue estrenado en El Nacional el 12 de agosto por su propia orquesta, cantándolo Pablo Eduardo Gómez que, por su parte, había sugerido el título.

El cronista encamina ahora sus pasos hacia la siguiente cuadra, en la que si bien levanta sus torres la iglesia de San Nicolás, también abren sus puertas cafés y otros establecimientos de diversiones menos santas. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 143, junio de 2014

Madonna en la Confitería El Molino

En 1996, un año antes del cierre definitivo de la Confitería, Madonna grabó un video para su versión de Love don’t live here anymore. Dirigido por Jean-Baptiste Mondino, el rodaje se realizó en uno de los salones del Molino aprovechando la estadía de la cantante en Buenos Aires mientras filmaba Evita.

La Buena Medida

La Boca es uno de los barrios más representativos de nuestra historia. Nació (prácticamente) a la par de la Fundación de la Ciudad, fue puerto, acompañó el desarrollo de la nación, recibió las oleadas inmigratorias, sufrió profundas crisis y se le conocen varios resurgimientos. Barrio con muchos de los Cafés Notables de la Ciudad. Pero con uno, en particular, que también podría integrar el listado de los cafés que apenas se notan o cafés del bajo fondo: La Buena Medida.

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La Buena Medida queda en Suárez 101, esquina Caboto, frente a una plaza mítica que fue la primera del barrio e inaugurada en 1894: Plaza Solís. En esa plaza, en abril de 1905, nació Boca Juniors. Pavada de capital simbólico. En ese mismo año, en una de sus cuatro esquinas, también abrió este almacén-bar que abastecía a toda la barriada y al pujante movimiento portuario. Es probable que el nombre se deba al modo de venta de principios del siglo XX cuando todo se pesaba y despachaba suelto. En uno de los espejos del interior del bar también se exhibió por años la leyenda «Para tomar bebida, tomar la buena, para tomar la buena, La Buena Medida». La esquina fue cambiando de propietarios hasta ser adquirida por Ángel (el Bebe) Schiavone en 1972.

La plaza, la esquina y el bar sirvieron de escenario a varias películas. En 1969, Palito Ortega junto a Juan Carlos Altavista, Javier Portales y varios otros grabaron muchas escenas de «Los muchachos de mi barrio». Las imágenes pueden encontrarse en youtube aunque no son de buena calidad. Pero fue en 2002 que La Buena Medida se lució como reducto del hampa y parroquianos lúmpenes. En «El oso rojo» de Adrián Caetano, Juilo Chávez junto al mago René Lavand, se lucieron en varias escenas. Durante una escena de una pelea, Julio Chávez se cubre en una ancha columna que hoy se encuentra en el medio del salón y que formó parte de la pared que dividió al almácen del bar original hasta ser adquirido por el Bebe Schiavone que unificó ambos ambientes en un único espacio. Sigue leyendo

Mi maestro de café

Pretty Nort (Ecuador y Charcas)

Hace un par de semanas me estaba preguntando cuándo había surgido mi pasión por el café, cuál había sido el hito iniciático. Mi mente buscó y recordó un momento fugaz, fuerte y sentido. Justo ayer, en una entrevista radial, me hicieron la misma pregunta y volví a narrarlo. Cuando esta mañana me desperté tuve la necesidad de escribirlo. Y aunque la anécdota se trate de un instante breve, carente de desarrollo y colorido, me dispuse a hacerlo. Al terminar registré que hoy, 11 de Septiembre, es el Día del Maestro. El cerebro realiza funciones inexplicables.

Por ese entonces yo era un mocozo de Banfield que venía a diario a Capital para cursar mi primer año de Facultad. Luis, porteño, hombre de café (supe después) era diez años mayor. Nos había relacionado el deporte. Era mi DT. Un auténtico maestro. Al poco tiempo las afinidades tendieron puentes que estrecharon la diferencia generacional y nos hicimos grandes amigos. La anécdota menor, el hito fugaz, el instante descolorido, pero determinante en mi historia personal, sucedió una media mañana muy calurosa de Buenos Aires. Los datos precisos los tengo borrados. Y en verdad son prescindibles. No sé porqué estábamos juntos ni hacia dónde íbamos. Sospecho que estaríamos camino a Banfield. Algunas veces Luis, que trabajaba en colegios y clubes de la zona sur, me pasaba a buscar por la Facultad y me llevaba de vuelta a casa.

El asunto es que entramos a un café. Repito, no recuerdo cuál. Porque de pronto el recuerdo se convierte en un primer plano de una barra. Todo lo demás, mesas, sillas, espejos, artefactos de iluminación, quedan fuera de cuadro. El cuento trasciende al café, el barrio o su estilo. Sí recuerdo un detalle indispensable en el guión: el sofocante calor húmedo porteño. Acción. Entonces estábamos parados en la barra. Seguramente para pedir algo rápido, al paso. El mozo nos pregunta qué tomamos, Coca, dije yo, café, dijo Luis trazando con una tiza imaginaria una línea que dividió al pizarrón en dos mundos. Cuando el mozo nos deja solos le pregunto, con mi inconsciente juventud a cuestas, cómo podés pedir un café con el calor que hace? . Luis me observó en silencio por varios segundos, con esa mirada que los buenos docentes sostienen para darse a entender… y comprendí todo.

A mi querido amigo y maestro Luis Ciancia