La Orquídea. Almagro.

En Buenos Aires Gardel está íntimamente vinculado con la barriada del Abasto y también con la Avenida Corrientes y el Obelisco. Sin embargo, más arriba en la numeración, a la altura del barrio de Almagro, el zorzal criollo dejó una huella profunda. La leyenda cuenta que cuando el funeral de Carlitos, la procesión, que había partido desde el Luna Park rumbo al descanso final en Chacarita, tuvo un alto fuera de protocolo en Almagro. Corría febrero de 1936. Al llegar el gentío a la intersección de Acuña de Figueroa (4100 de Corrientes) una muy humilde mujer, no muy agraciada, encorvada de angustias y vendedora de orquídeas, se paró frente a la masa deteniendo la caravana. El suceso sorprendió a todos hasta inmovilizarlos. La mujer andrajosa avanzó hasta el coche fúnebre para ofrendar sobre el ataúd sus orquídeas (flor que Gardel le regalaba siempre a su madre Berta). Se sabe en el barrio que un buen hombre conmovido por el gesto la ayudó a retirarse para permitir que el funeral continuase. Y tanto la protegió que la terminó desposando y dándole un hijo al que le pusieron Carlitos. La fuerza de la anécdota no concluye aún. Muchos años después el Mercado de Flores de la ciudad abrió en esta esquina. Y años más tarde el Café-Bar La Orquídea. Pero, hay más. “Almagro” es un tango de Vicente San Lorenzo y que Carlos Gardel cantó con genuino sentimiento y grabó como nadie. Las primeras estrofas rezaban: Cómo recuerdo, barrio querido, aquellos años de mi niñez… Nada es casual. Corrientes esquina Acuña de Figueroa está a la exacta altura de Don Bosco al 4100 (cuadras más abajo hacia el sur) y del Colegio Pío IX donde Gardel asistió de niño. Allí fue compañero de Ceferino Namuncurá y donde compuso su primer tango con letra del indio, pero esa es otra historia. Ésta cuenta que por los sucesos descriptos las almagrenses crearon la Orden de la Orquídea. Y que reconocer su liturgia barrial es fácil. Dense una vuelta por el Bar y toda mujer que vean en la esquina, en actitud desinteresada, en verdad, está esperando que pase un nuevo amor y le cambie su suerte.

Rosmari

El último café contado (Café Saavedra) refirió a los bares próximos a las estaciones ferroviarias. Almagro es un barrio atravesado por el ferrocarril, sin embargo las vías circulan varios metros por debajo del nivel de la calle. Los cafés entonces duplican sus secretos porque al misterio del adiós que siembra el tren se le suma la magia de los puentes que remiten a ciudades milenarias de otros continentes. En la esquina de Lezica y Rawson se da esta combinación (poco común en una Buenos Aires plana con pocos desniveles). El resultado es Rosmari, un sitio que de haberlo conocido Jorge Luis Borges lo hubiese tomado como esquina rosada para un cuento de cuchilleros, o parador durante sus caminatas cuando avanzando desde el norte se adentraba en el sur de la ciudad. Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme, «El sur» (1956).

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Bar Rosmari, Almagro – Ph: Café contado

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El Boliche de Roberto

Buenos Aires tuvo hasta avanzado el siglo XX varios almacenes con despacho de bebidas. Por lo general el almacén estaba en la esquina con ingreso por la ochava y en una pieza separa pero contigua, también con salida a la calle, estaba la barra donde se juntaban por la tarde los hombres (no estaba bien vista la mujer que frecuentara esos ambientes) a tomar alcohol y jugar a las cartas. Cuando la legislación se modificó, muchos terminaron derribando la pared que los separaba y ampliando el salón reconvirtiéndolo en grandes almacenes que luego derivaron en bares o restaurantes. Los hay y muchos. Y muy conocidos: el Bar de Cao, Miramar, Difei, etc. Pero existe un caso singular en Almagro. El almacén de la esquina cerró y cambió de rubro y quedó sólo el pequeño bar que con los años se convirtió en el Boliche de Roberto.

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El Boliche de Roberto está en Bulnes 331, casi esquina Perón. En diagonal a la Plaza Almagro. Es uno de los Cafés Notables de Buenos Aires. Pero lo suyo es el bajofondo. Abrió en 1893 y se lo conocía como «La Casaquinta». Tenía palenque donde descansaban los caballos de los carreros que iban al Mercado de Abasto. Más tarde se lo llamó 12 de Octubre (es su nombre oficial). En 1960 Roberto con su hermano Jorge heredan el almacén-bar. Sigue leyendo

Amor larga duración

Hace unos meses vaciando la casa que fuera de mis viejos en Adrogué recuperé mis antiguos LP de vinilo. Toda la colección de mi adolescencia y juventud que habían quedado arrumbados y sin uso cuando dejé esa casa y la tecnología reemplazo los discos por otros soportes. En el combo también me traje long plays que pertenecieron a  mis padres. Lo que nunca imaginé es que ese reencuentro con el pasado me trasladaría a otra historia, ajena, del barrio de Almagro y de la Confitería Las Violetas. Los discos estuvieron igual de apilados en casa por varias semanas. Hasta que un día leí a Charly García revalorizando el sonido (lo llamó «perfecto») de los vinilos. Entonces,  y para que el recuerdo fuera fiel a lo vivido, me compré un Winco por internet. La operación fue muy sencilla, elegí uno, cualquiera, con entrega a domicilio. Y me pasé unas noches increíbles en casa disfrutando de buena música acompañado de Gabyn, mi mujer, y Rita, mi perra, que se arrollaba a mis pies al oir el sonido del tocadiscos. Y con un buen whisky.

20140721_140011El domingo del Día del Padre, tipo cinco de la tarde,  en homenaje a mi viejo revisé la pila de sus discos y encontré uno que llamó mi atención: El Festival de San Remo 1965. No recordaba los temas, de hecho tenía sólo 4 años en el ’65, pero sí, y mucho, la tapa. Lo puse. Con los primeros acordes de “Si lloras, si ríes” el equipo empezó a manifestar problemas y cuando empezó a cantar Bobby Solo se detuvo definitivamente. Maldije la idea que tuve, las compras por internet y al Festival de San Remo.

A la semana siguiente llevé mi Winco a uno de los últimos talleres que quedan en Buenos Aires, el de Castro Barros 224 en Almagro. La tarde estaba negra. La lluvia inminente parecía darle tiempo a todos a cobijarse. Y yo, ante esa puesta escénica, trasladando esa caja, me sentía llevando las cenizas de un difunto a su descanso final en un nicho.

Entré al local, abrí la caja y apoyé el Winco sobre el mostrador. Percibí un gesto de perturbación en el dueño cuando vio el tocadiscos, pero le resté importancia. Lo conté tal cual: la compra por internet, el funcionamiento correcto con mis discos, la brusca interrupción ni bien empezado el tema de Bobby Solo y que no tenía explicación a lo ocurrido. El tipo, un señor bastante mayor como su oficio lo indica, arqueó las cejas (eso lo pesqué sin vacilar), me observó por encima de sus lentes y sentenció: “Lo reviso. Vuelva en un par de horas”. Mientras giraba hacia la calle pensé: hombre de pocas palabras, o que lo había ofendido diciendo que el Winco se había roto escuchando un disco de 1965 o que no entendía qué le había pasado. Y sí, cómo iba a entenderlo, el que sabía era él. Solo lo dije para tapar un bache denso de silencio que se abrió al mismo momento que abrí la caja urna. Cuando ya estaba saliendo del local me ordenó: “Espere en Las Violetas.  A lo mejor lo entiende”. Giré sobre mis pies, pero ya se había escabullido por la trastienda con mi Winco en brazos.

Las Violetas lluvia - Oscar Sar

Las Violetas, por Oscar Sar

Las Violetas queda a solo dos cuadras, al cero de Castro Barros esquina Rivadavia. Había empezado a gotear y la definición de las formas empezaba a humedecerse y perder sus líneas. La Confitería estaba que rebozaba de clientela. Como todas las tardes. Vecinos entrados en años que encuentran en el inmenso salón la sede de un club social que los reúne. Y muchos turistas. Recordando la frase del mecánico intenté entender no sabía qué ni cómo. A las dos horas volví al local con las mismas dudas. Y allí me enteré de todo.

Las Violetas - Oscar Sar

Las Violetas, por Oscar Sar

El Winco había pertenecido a un reconocido matrimonio de Almagro, habitúes de todas las tardes de todos los días de Las Violetas y miembros de varias de las asociaciones civiles del barrio. Se habían conocido en el carnaval del ’65 y su tema de amor era: “Si lloras, si ríes” de Bobby Solo. El mecánico reconoció de inmediato el equipo cuando abrí la caja porque había pasado varias veces por sus manos. Hasta una última. Cuando se lo dejaron en reparación una semana antes que sucediera algo inesperado en la pareja, extraño por la edad avanzada de ambos, el matrimonio se separó. Meses más tarde, el hombre pasó por el taller a buscar su Winco, pero su ex mujer ya se lo había llevado. La anécdota simple, tonta y sencilla que se arreglaba con un llamado de teléfono fue la comidilla del barrio y el rumor sarcástico en las mesas de Las Violetas. Y él no lo pudo soportar. De un día para otro dejó de ir y frecuentar todos los lugares que diariamente lo convocaban. Nadie nunca jamás volvió a verlo.

Sensibilizado con la historia me surgieron de inmediato las ganas de devolverle el Winco a su antiguo dueño. Ya era tarde. Falleció el domingo del Día del Padre. A las 5 de la tarde.

Los ocho mejores Bares Notables para ver el Mundial

Festejo-Grito-femenino-LORENA-LUCCA_CLAIMA20140616_0006_27Foto: Lorena Lucca (Diario Clarín)

«Billinghurst y Guardia Vieja, en Almagro. Mesas de cafetín y bohemios. ¿El lugar? El Banderín: una esquina mítica que lleva ese nombre pintado en la vidriera por la pasión que el dueño, Mario Riesco, reparte casi en maneras iguales entre River y los banderines que cubren todas las paredes del bar. Con más de 90 años, El Banderín tiene también camisetas y banderas y recuerdos de distintos clubes del mundo y un gran mérito: no sólo es el bar más futbolero de la Ciudad, también es cábala para esta Copa.»

 

Lee la nota completa del Diario Clarín:

http://www.clarin.com/capital_federal/Brasil_2014-Mundial-Buenos_Aires-Bares_Notables-Partidos-Argentina_0_1158484454.html

 

 

La Orquídea

Almagro es un rincón de la ciudad donde el café y el barrio resisten el aluvión de la modernidad. En la esquina de la Avenida Corrientes (al 4100) y Acuña de Figueroa, desde hace 60 años (abrió en 1954), de lunes a lunes, La Orquídea es una propuesta que diversas razones lo convierten en un espacio único. Su nombre surge a partir del antiguo Mercado de Flores que existía en enfrente (cerró en 2003 y ocupaba un amplio terreno de la manzana de Corrientes, Medrano, Sarmiento y Acuña de Figueroa). La Orquídea queda en el corazón de Almagro, pero late a un ritmo propio. Es un punto de referencia donde encontrarse. Un auténtico café de la esquina. (ver más en https://cafecontado.com/2013/11/14/el-cafe-de-la-esquina/ )

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La Orquídea respeta nuestro mobiliario vernáculo: mesas y sillas de madera, barra y paredes revestidas del igual material, ventanas guillotina, vidrios fileteados (por el maestro Gustavo Ferrari), etc. Sin embargo es su dinámica lo que lo distingue entre el repertorio de cafés del barrio (y de toda la Ciudad). Por las mañanas sus mesas se convierten en aulas abiertas de idiomas. Un 70% de la ocupación del café son mesas que funcionan de laboratorios de lenguas. En charla con los mozos y encargado, nadie supo confirmar cuándo se inició esta costumbre ni cómo ni porqué se juntan ahí. Los dueños tampoco les piden ninguna explicación a los maestros por horas. Las clases se dan y punto. Es un acuerdo tácito en el que sólo se le paga al lugar lo consumido en la mesa. Lo cierto es que el salón se parece a una babel mientras se lo transita buscando una mesa disponible. Detrás de la que ocupé, no puedo afirmar que idioma se estaba enseñando, pero me sonaba a ruso o alemán. Sigue leyendo

Un tango maldito (Adolfo Berro 4050)/2

Trailer del corto “Un tango maldito” ganador del concurso “Un barrio de película” del Instituto Nacional de Artes Audiovisuales (INCAA). Guión de Carlos Cantini, avatar de Café contado, un parroquiano servidor.