Gran Café Tortoni

Es casi unánime que el Tortoni es el café que más nos representa. Por su carácter cosmopolita y su magnificencia. Por el iluminismo que le aportaron artistas, políticos, científicos y personalidades que lo concurrieron. Pero este no es un relato de Civilización. Sino de Barbarie. Porque lo que les comparto hoy es la historia de un indio.

A principios del siglo XX Rosaura era una joven viuda perteneciente a la clase alta porteña que frecuentaba el Tortoni cuando iba de compras a la Casa Wright. Siempre acompañada por Casimiro (nombre visionario), un indio ranquel, prisionero de la Conquista del Desierto, que su padre había recibido siendo niño en una repartija y, con los años, cedido para que la asistiese y protegiese en su viudez. No había sitio en la ciudad donde Casimiro se sintiera tan a sus anchas. El salón plano y dilatado. Un pasillo extenso. Todo le recordaba a su pampa. En el Tortoni ajustaba su mayor habilidad como ranquel: la vista. Rosaura conocía esta capacidad genética y lo utilizaba para que le “marcara”, ni bien cruzaban la puerta, cuáles caballeros que se le acercaban a la mesa lo hacían con genuino interés o escondían sospechosas pretensiones. En la pampa el humo es traicionero. Se ve de lejos. Y la mirada de los indios descubre a la distancia: actitud, semblante e intenciones. Luego de varios meses, un buen día, mientras observaba una partida de billar parado sobre la silla (como lo haría desde el lomo de su caballo) sintió el fresco que la puerta vaivén traía de la calle. Había ingresado un caballero solo, con una niña de la mano. Casimiro los miró tomándose un segundo de más para luego sentarse. Como toda respuesta afirmativa bajó la vista llevando su quijada al pecho.

(El negacionismo de una clase dominante nunca permitió que esta historia se popularice. A mí me fue narrada en un hospedaje de ruta en las afueras de Santa Rosa, La Pampa, luego de atravesar el cruce del desierto, por Jacinto, dueño del acogedor sitio de descanso, y nieto de la relación que Casimiro inició con la niña que marcó esa mañana en el Tortoni).

Conversaciones a la medianoche con Rolando Hanglin

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Audio del programa RH23 (Radio 10) emitido a las 00.15 del martes 09/02/16

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Hipótesis de café/2 – El café como patrimonio

20140319_102919El Café en Buenos Aires es considerado parte constitutiva de nuestra esencia. Tanto que la costumbre de “ir al café” fue presentada por el Ministerio de Cultura porteño a la UNESCO para ser declarada como Patrimonio de la Humanidad. Pero qué pasa si pensamos al Café como espacio físico? ¿Existe un tipo de Café como espacio físico que nos representa e identifica? ¿Y cuál sería? ¿El Tortoni en pleno centro y tomado por turistas? ¿O uno más chico, de esquina, que se mantuvo inalterable, en una calle poco transitada de barrio, por ejemplo, en San Cristóbal? ¿O cualquiera de los exitosos café-gourmet de Palermo? Las distintas versiones de cafés y bares que cohabitan la Ciudad son muchas y variadas y, con distintas propuestas, todas persiguen un fin similar y conforman su repertorio patrimonial. Si aceptamos este hecho, el primer paso a dar en esta dirección es considerar a la definición de Patrimonio que nos propone el antropólogo catalán Llorens Prats: “el patrimonio, en la medida en que pretende representar una identidad, constituye un campo de confrontación simbólica inevitable, tanto entre las distintas versiones concurrentes, como en el ámbito de las confrontaciones externas, simbólicas y físicas, entre grupos sociales”.

Sin embargo, a lo largo de estas hipótesis no voy a resignar la idea de buscar una síntesis genética que defina qué o cómo catalogar a un café que sirva de referente de la porteñidad. Y para eso voy a transitar no tanto por la diversidad de conceptos en juego como por la veracidad de las propuestas en contraposición con las puestas escénicas estereotipadas o fuera de contexto o ajenas a un entorno territorial armónico. Pero, todo esto será profundizado en próximos envíos. En este estamos con el café como patrimonio. Otro antropólogo, también español, José Luis García, define al patrimonio cultural como aquellos recursos que, en principio, se heredan y de los que se vive. Es decir, se reciben y se los usa. Y durante ese proceso sufren transformaciones, algunos elementos desaparecen o se innovan adquiriendo nuevas funciones y significados. Señala García, “la cultura en sus distintas expresiones, es cambiante y éste es un hecho inevitable, no se puede obligar a nadie a vivir como sus antepasados en nombre de la conservación del patrimonio cultural”.

losangeParece escrito para una ciudad como Buenos Aires con sus constantes cambios, modificaciones, cierres definitivos y reaperturas con (a veces severas) alteraciones. Los ejemplos abundan: el Café Los Angelitos; La Esquina Homero Manzi; el Café La Paz; aquellos viejos almacenes con despacho de bebidas hoy reconvertidos en bodegones con cocina de autor. Lo notable (y todos los mencionados son Cafés Notables) es que ninguno de éstos menguó la cantidad de público por los cambios realizados. Todos se reciclaron para encuadrarse en los “nuevos tiempos”. Con esto dejo la última definición de hoy. losange2Le pertenece a Stuart Hall, sociólogo jamaiquino afincado en Inglaterra, quien explica los “nuevos tiempos” a partir de la tendencia hacia el uso y consumo de las nuevas tecnologías de la información. Dice, la cultura no puede desatender el avance de los medios de comunicación. La tecnología ha penetrado la producción moderna. La gente joven ha crecido en la época de la tecnología de la computación, las comunicaciones y el video.

internet-gratisEs mucha la gente (me incluyo) que decide en cuál café quedarse en función del WIFI disponible y la calidad de la señal. Otra característica de los “nuevos tiempos” reconoce las transformaciones en el rol decisivo del consumo, en cuanto al énfasis puesto en la diferenciación de productos, en la comercialización, presentación y diseño, en otras palabras, en la “pesca” de consumidores por estilo de vida, gusto y cultura y no por el registro general de categorías de clase social. El campo cultural hoy está siendo re-diseñado a partir de las nuevas relaciones entre matrices culturales y formatos industriales. En otras palabras, el diseño cultural y la gestión es hoy una práctica social, profesional, desarrollada a partir de las articulaciones entre varios y muy diversos oficios: el del agente legitimador, el arquitecto, el publicista, el artista gráfico y el comunicador. Esto último da cuenta del “éxito” comercial de las cadenas de franquicias o de propuestas únicas a partir de actores culturales de renombre o las que ponen el énfasis en el concepto, la capacidad de comunicarlo, la materialización del discurso y todo dentro de un lenguaje en permanente actualización.

Con esto concluyo esta nueva hipótesis. Qué el café nos pertenece y lo sentimos parte de nuestro repertorio patrimonial no habrá porteño que no adhiera. Pero, volviendo a Llorens Prats y García, la confrontación de diferentes versiones y lo inevitable de los cambios es una tensión constante. Sobre todo cuando cierra para siempre o se modifica algunos de los cafés tradicionales. De mi parte, que haya publicado a estos autores no quiere decir que comparta totalmente o esté de acuerdo con sus reflexiones. Solo describo lo que sucede en Buenos Aires y lo pongo en palabras de quienes lo explican. Todavía no tengo respuesta a las preguntas del primer párrafo. Por el momento me conformo con tener preguntas.

 

Más info:

Proponen al hábito porteño del café como patrimonio de la humanidad

Café Tortoni

A casi un año de comenzar este blog es momento de ocuparse del Gran Café Tortoni. En verdad, no lo hice antes porque es un café del cual queda poco por decir, mucho se sabe y es muy fácil encontrar información veraz. Pero, en fin, es como escribir sobre la cultura incaica y no mencionar Machu Picchu. Y «el público se renueva» diría una legendaria estrella del espectáculo vernáculo. Sobre todo, el público extranjero, de donde provienen muchos de los lectores. El Café Tortoni es el más viejo (aún funcionando) de Buenos Aires, data de 1858. El local daba sobre Rivadavia y recién cuando se construyó la Avenida de Mayo, un 26 de octubre de 1894, se inauguró su hoy tradicional puerta de ingreso (a la altura del 825) a través de la gran vía porteña. Esta fecha la adoptó la Legislatura de la Ciudad para celebrar el Día de los Cafés (ver https://cafecontado.com/promocion-2-x-4/)

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El nombre Tortoni homenajeaba a su homónimo de la ciudad de París que fuera creado después de la Revolución Francesa por un italiano, vendedor ambulante de helados, que lo hizo famoso y donde popularizó la «cassata». Describirlo es innecesario. Las fotos son elocuentes y la información gráfica abundante. Lo importante es lo que representa para todos los argentinos. Si en Buenos Aires el café es religión, el Café Tortoni es su Templo Mayor. Ingresar al Tortoni es como hacerlo a una Institución formadora de una cultura que trascendió generaciones («la escuela de todas las cosas» de Discépolo). Como las legendarias construcciones medievales de Universidades que se erigen orgullosas en ciudades milenarias. En su interior se hace difícil abstraerse del entorno. No hay modo de sostener una charla, por importante que sea, sin dejar de estar consciente del lugar donde se la está manteniendo. Definitivamente no. Uno está en el Tortoni y eso aporta su propio peso específico y simbólico. Sigue leyendo

Cafés legendarios

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Café New York, Budapest

«Un buen café y un diario es una gran combinación para comenzar el día o hacer una pausa en el camino cuando viajamos.»

Gran arranque de la nota que el diario El País de Montevideo publicó (2011) con textos de Horacio de Dios sobre los Cafés de leyenda que forman parte del repertorio cultural de cada ciudad.

 

Lee la nota completa:

http://viajes.elpais.com.uy/2011/09/07/cafes-legendarios-y-una-lagrima-por-tito-cabano/

Los cafés «elegantes»

Cafe siglo XIX Museo de BilbaoAndaba el cronista, en su último callejeo, rememorando la transformación de las antiguas pulperías urbanas y suburbanas en el “almacén y despacho de bebidas” que por muchos años fue el arquetipo de nuestros cafés de barrio: centro de sociabilidad masculina donde las copas alternaban con el juego más o menos clandestino mientras el cantor o el caudillo político locales desplegaban sus buenas o malas artes. Los hubo en el “Centro” de la aún pequeña Buenos Aires del siglo XIX y fueron acompañando su crecimiento hacia las extensas zonas de quintas que después de 1880 comenzaron a lotearse y dieron nacimiento a los barrios porteños. Pero conviviendo con estos establecimientos si se quiere “populares”, también existieron otros negocios con más pretensiones, destinados a un público de mayor poder adquisitivo. El cronista ya ha mencionado, en su callejeo de marzo, aquellos que presenciaron la Revolución de Mayo como el Café de Marco, el De la Comedia, o la Fonda de los Tres Reyes, a los que se fueron sumando a lo largo de los años otros de variada categoría como el Café de Monserrat en la calle Buen Orden 152 (actual Bernardo de Irigoyen 292), que perduró hasta fin de siglo; o el llamado De las Cuatro Naciones de Perú y Alsina, fundado por José Badaracco allá por 1836 y que desapareció al demolerse el antiguo Mercado del Centro que abarcaba la manzana de Alsina, Perú, Moreno y Chacabuco.

av.santafe9Pero fue tras la caída de Rosas, con los consecuentes cambios políticos y sociales, cuando comenzó el establecimiento de locales con mayor influencia europea, seguramente por ser fundamentalmente inmigrantes sus propietarios, y tan sólo en la década de 1850 surgieron cuatro comercios de primer nivel que compitieron por el favor de la sociedad porteña. Según el historiador Ricardo Llanes el primero habría sido la Confitería del Águila, fundada por el ligur Vicente Costa el 1º de enero de 1852 en Florida 102 (actual 178–180) esquina Perón. Al fallecer Costa dejó como sucesor a uno de sus empleados, Jerónimo Canale, quien construyó un edificio de tal lujo que al visitar Buenos Aires el presidente brasileño Campos Salles, en 1900, la recepción oficial se realizó en sus salones. Con los años Canale traspasó la propiedad a sus hermanos Ángel y Agustín, que a su vez lo hicieron con su hermano menor, Santiago, quien a principios del siglo XX protagonizó la mudanza de la confitería a Callao y Santa Fe.

Hacia 1857 –algunos autores sostienen que unos años antes– Pascual Roverano fundaba, en la vereda de la iglesia San Miguel sobre la calle Suipacha, la Confitería del Gas que pronto trasladó a la esquina noroeste de la anterior y Rivadavia. Según Juan José Cresto, historiador del barrio de San Nicolás, el nombre se debió “a un adorno de dos faroles, con picos de gas, en la puerta de entrada”, y el cronista se imagina la sensación de progreso que deben haber causado en aquella Buenos Aires que en su mayor parte aún se iluminaba con faroles de aceite. Lo cierto es que éste fue el primer barrio alumbrado a gas dado que en 1855 se había establecido la Compañía de Gas de Buenos Aires, construyendo un gasógeno en Retiro y comenzando el servicio en enero de 1856. La Confitería del Gas se convirtió en una de las más selectas, rivalizando con la del Molino a la hora del té con masas suizas, pero no escapó de la piqueta que tanto se ha ensañado con el patrimonio de nuestra ciudad. El cronista entiende que cerró sus puertas en la década de 1940.

Otro fue el destino del Café Tortoni, el más antiguo con que cuenta Buenos Aires. Fundado por monsieur Touan en 1858 en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, en la década de 1880 se mudó a Rivadavia 826. Al abrirse la Avenida de Mayo y acortarse el lote se encontró –como sucedió con el primitivo Pasaje Roverano, de los mismos dueños de la Confitería del Gas– con que sus fondos daban a la misma por lo que su dueño de entonces, Celestino Curutchet, le encomendó una fachada al arquitecto Alejandro Christophersen, inaugurada en 1894. Fue su sucesor, Pedro Curutchet, quien invitó a Quinquela Martín a instalar en su bodega la Peña que había fundado en 1926 en La Cosechera, café de Avenida de Mayo y Perú, peña que perduraría hasta 1947 y haría historia en la cultura porteña.

la helveticaPor su parte, el bar La Helvética fue fundado allá en 1860 en Corrientes 502, por los señores Poirier y Morini. La cercanía del diario La Nación, a unos pocos metros por San Martín, convirtió a este establecimiento en una sucursal de la redacción, y en muchas oportunidades era posible ver al propio general Mitre acercarse, en las tardes, a tomarse un guindado mientras fumaba uno de sus célebres –por lo pestilentes– “charutos”. Mucho más que un guindado solía tomar Rubén Darío cuando reinaba sobre estas mesas, durante su estadía en Buenos Aires desde 1893 a 1898. A su alrededor, mucho antes de que se concentrara en el café de “Los Inmortales”, pululaba la vida literaria e intelectual del Buenos Aires de fin de siglo y era posible encontrarse con Roberto J. Payró, Emilio Becher, Bartolito Mitre, José de Maturana, Joaquín de Vedia, Charles de Soussens, José Ingenieros y tantos otros. La Helvética perduró por casi un siglo pero no cayó víctima de la piqueta, sino… de varios cañonazos. En la década de 1950 se había instalado en su piso superior la Alianza Libertadora Nacionalista que lideraron Juan Queraltó y más tarde el inclasificable Guillermo Patricio Kelly. Al producirse la llamada “revolución libertadora” (el cronista se niega a escribirlo con mayúsculas) en septiembre de 1955, el Ejército intimó a la Alianza a desalojar el edificio y, ante su negativa, en la noche del 18 de septiembre un tanque apostado en la esquina de enfrente cañoneó el edificio, que quedó semidestruido. El viejo y glorioso bar quedó varios años inutilizado y sus dueños imposibilitados de ingresar al local hasta que finalmente el conjunto fue demolido.

Otro de los establecimientos preferidos por la sociedad porteña de fines del siglo XIX fue el café y restaurante La Sonámbula, en la esquina sureste de Hipólito Yrigoyen y Defensa. Allí había construido la compañía de seguros La Previsora un edificio para sus oficinas al que, por razones económicas, destinó en parte para el Hotel de Londres. El edificio, diseñado por el arquitecto Pedro Coni en estilo academicista, tenía una importante cúpula en símil piedra que coronaba un grupo alegórico, creación de Luis Trinchero, y los coloridos toldos de los niveles bajos le conferían una atractiva vista a la esquina. El cronista no sabe de cierto de qué nacionalidad era el dueño o los dueños, pero todo le hace suponer un origen itálico porque si bien el hotel era “de Londres”, el curioso nombre de La sonámbula sólo lo remite a la famosa ópera de Vincenzo Bellini… y no nos olvidemos que Plaza de Mayo por medio se encontraba todavía el viejo Teatro de Colón. Al hotel y a la confitería se los llevó puestos el “progreso” en la década de 1940, cuando el estado nacional expropió o adquirió todos los lotes de la manzana –salvo el del antiguo Congreso Nacional de Yrigoyen y Balcarce– para construir el Banco Hipotecario. Quedó como recuerdo un tango de Pascual Cardarópoli, titulado precisamente La sonámbula, que Pacho Maglio grabó en el sello Columbia allá por 1912 o 1913, en solo de bandoneón. Pero la relación del naciente tango con los cafés de Buenos Aires… será otro callejeo.

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por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 131, junio de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/06/n-131-junio-de-2013-el-futbol-y-la.html