El Tránsito

Dice la definición de Boliche: 

Lunfardo (Argentina)
(pop.) Casa donde se venden comestibles. Casa de negocio al menudeo. Establecimiento comercial o industrial de poca importancia, especialmente el que se dedica a la venta y consumo de bebidas y comestibles, almacén y despacho de bebidas.
La geografía Argentina es pródiga en este tipo de establecimientos. Uno se los imagina y los ha visto. Si les cuento que existe uno que se llama «El Tránsito» fácilmente sus mentes lo ubicarán en un imaginario cruce de rutas de la provincia de Buenos Aires narrado como nadie por Osvaldo Soriano. Pero si  les digo que está sólo a 30 cuadras de Plaza de Mayo me creerían?

OchavaEl Tránsito es un boliche que se encuentra en la esquina de Constitución y Urquiza. En San Cristóbal, barrio que no figura dentro de los «paquetes turísticos» ni de la consideración masiva, pero que, quizá, posea la reserva de cafés, bares y boliches en estado original más rica de toda la ciudad de Buenos Aires (los que iré contando). Su nombre no tiene nada que ver con el intenso ir y venir de colectivos que circulan por ambas calles. Me cuenta Marta, sobrina de los propietarios, que la denominación recuerda al pueblo «Balde de tránsito» cerca de Villa Dolores, Córdoba, de donde proviene la familia. Sigue leyendo

Los cafés y el tango/2

Andaba el cronista callejero, en su vagabundeo de agosto, intentando entrar en un tema tan caro a la porteñidad como lo es el de los cafés de tango. Y para ello debió hacer una pequeña reseña de los locales donde se desarrolló la prehistoria de dicho género musical: locales de baile elegantes y otros no tanto, peringundines varios, los centros de las colectividades inmigrantes que tan importante papel tuvieron en el desarrollo de nuestra sociedad… Hecho el introito es hora de poner las cartas sobre la mesa para no aburrir al sufrido lector, pero el cronista no sabe por cuál barrio empezar para no herir susceptibilidades, así que se ha decidido por un orden más o menos cronológico y ceñirse estrictamente a los cafés y bares que contaron por lo menos con un instrumentista, dejando de lado cabarets y otras yerbas que convertirían su crónica en una enciclopedia en chiquicientos volúmenes.

el chocloSin embargo, al comenzar esta parte de la historia con dos tangos primigenios, exceptuando al ya mentado El entrerriano, no le queda al cronista otro remedio que violar su propia regla al referirse a El choclo: según Francisco García Jiménez –de cuya precisión en afirmaciones y fechas han dudado algunos autores, pero cuya bien cortada y facunda pluma es de referencia ineludible– hacia 1903 Ángel Villoldo actuaba en el café-concierto Variedades de Rivadavia al 1200, donde también lo hacían Pepita Avellaneda y un tirador al blanco apodado Flo, que con los años sería el actor Florencio Parravicini. Un día, después de la función, se habría encontrado en un “estaño” de la cortada Carabelas con José Luis Roncallo –hijo del músico que integraba la firma Rinaldi–Roncallo, fabricante de organitos a manivela–, formado musicalmente con su padre y con Santo Discépolo y que tocaba con su conjunto en el restaurante y hotel Americano, de Cangallo 963. Villoldo le habría interpretado en la guitarra un “tanguito” que hacía ya tiempo había compuesto, y Roncallo decidió estrenarlo, con la salvedad de denominarlo “danza criolla” “para no levantar la perdiz ante el dueño del local y para no alarmar a las distinguidas damas comensales”. Así pues, el 3 de noviembre de 1903 –en el barrio de San Nicolás– habría sido estrenado uno de los tangos más populares de todos los tiempos, aunque otros autores dan 1905 y otras fechas.

La_Morocha_PartituraEl otro tango fundacional al que nos referimos, La Morocha, fue también compuesto y estrenado en San Nicolás: el 25 de diciembre de 1905 Enrique Saborido tocaba el piano en una fiesta en “lo de Ronchetti”, nombre que se daba al Bar Reconquista –sito en Lavalle y la calle epónima, esquina noroeste–  cuando improvisó la melodía. Después habría ido en busca de Villoldo esa madrugada, quien le acopló la pegadiza letra. Según el propio Saborido, en nota de Caras y Caretas, fue estrenado en el mismo bar por Lola Candales mientras algunos dicen que lo estrenó Flora Hortensia Rodríguez, la notable tonadillera esposa del precursor Alfredo Gobbi y madre del inolvidable violinista, compositor y director del mismo nombre. Lo cierto es que, editado por Luis Rivarola en 1906 en su imprenta de la calle Artes (hoy Carlos Pellegrini) 165, alcanzó en su primera edición los 300.000 ejemplares y fue embarcado de polizón en la fragata Sarmiento por los cadetes, recorriendo y siendo conocido en el mundo. En la esquina mencionada, una placa recuerda el nacimiento de La Morocha.

Hecha esta necesaria y justa salvedad, el cronista ya puede salir del Centro hacia los barrios que en esa primera década del siglo XX se constituyeron en verdaderas usinas tangueras, San Cristóbal y La Boca. Con respecto al primero, ya se ha mencionado la presencia del local de María la Vasca Rangolla en Carlos Calvo 2721, a pocos metros de la casa donde nacerían los De Caro, y ahora es menester referirse a la zona de Sarandí y Cochabamba, donde existían varios conventillos que el tiempo se llevó. En uno de ellos, en Sarandí 1356, vivía una familia Greco de evidente inclinación filarmónica ya que el padre, Genaro, tocaba el mandolín mientras que de los ocho hijos cuatro salieron músicos: Domingo guitarrista, Ángel guitarrista y cantor –de quien recordamos Naipe marcado–, Elena pianista y Vicente la guitarra y la concertina. Según relató Julio De Caro en El tango en mis recuerdos, el legendario Sebastián Ramos Mejía escuchó a Vicente ejecutar ese último instrumento cuando tenía catorce años y aconsejó a la familia comprarle un bandoneón, dándole las primeras y quizás últimas clases. La cuestión es que en 1906, tras el entonces obligado periplo por localidades del interior de la Provincia de Buenos Aires, lo encontramos tocando el fuelle en el Salón Sur, un bar ubicado en Pozos y Cochabamba y, antes de 1910, sentaba sus reales en El estribo con su Orquesta Típica Criolla que integraban Lorenzo Labissier en bandoneón, Vicente Pecce en flauta, Agustín Bardi al piano y Juan Abbate y Francisco Canaro en los violines. Y aquí cabe aclarar que en un conventillo de Sarandí 1358, pared por medio con los Greco, vivía una familia Canarozzo en la cual cinco hijos también se dedicarían a la música bajo el apellido Canaro: Francisco, Mario, Rafael, Humberto y Juan.

eduardo arolasEl solar en el que se levantaba El estribo había pertenecido a los Anchorena y luego a los Frers, en Entre Ríos 763/67, al lado de la confitería y panadería Tanoira que a su vez había sido fundada hacia 1860 en la misma avenida pero en el 650. En este histórico café también actuaron Eduardo Arolas (foto), Roberto Firpo, Tito Roccatagliata, Prudencio “el Johnny” Aragón –gran amigo de Vicente Greco y a quien se le atribuye la paternidad de Ojos negros–, ejercieron su difícil arte payadores como José Bettinoti, Ambrosio Ríos, Federico Curlando, Luis García y, hasta después de 1911, amenizó las veladas el dúo Gardel–Razzano, que hacía doblete con el Café del pelado de Entre Ríos y Moreno, esquina sudeste.

Otros cafés de San Cristóbal de larga memoria fue El protegido, de San Juan y Pasco, donde actuó en la década de 1910 Samuel Castriota, el autor de El arroyito y de Lita, que con letra de Pascual Contursi se convirtió en Mi noche triste, y El caburé, de Entre Ríos entre San Juan y Cochabamba (entre el 1274 y el 1280 actuales). el caburéNo sabemos si éste último debió su nombre tan sólo a la inspiración del dueño o si, en cambio, lo tomó del tango que Arturo De Bassi compuso en 1909 con letra de Roberto Lino Cayol y que pronto alcanzó gran popularidad, pero sí se conserva el dato de que allí debutó en 1914 Ricardo “la nena” Brignolo, el autor de Íntimas y de Chiqué, y que entre otros actuaron el bandoneonista Arturo “el alemán” Bernstein y Ricardo González Alfiletegaray, más conocido como “Muchila” y que fuera compañero de Francisco Canaro en sus primeras formaciones que, con muchos de los nombrados, desarrollarían una nueva etapa en la evolución del tango alrededor de la esquina de Suárez y Necochea, en La Boca. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

El Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 134, septiembre de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/09/134-septiembre-2013.html

Bar de Cao

20131025_152124A principios del siglo XX existía una categoría de comercio que hoy ha caído en desuso, el Almacén-Bar. Eran sitios, generalmente ubicados en esquinas, que funcionaban como despacho de comestibles y que se comunicaban por una pequeña puerta con el bar. En muchos barrios, sobre todo en aquellos donde los espacios verdes no abundaban, estos lugares servían de espacios públicos de sociabilidad, encuentros, novedades y celebraciones. El barrio de San Cristóbal luce con orgullo una auténtica joya patrimonial que supo llamarse «Despacho de comestibles al por menor. Venta de bebidas en general y despacho de bebidas alcohólicas. Cao Hermanos». Hoy, Bar de Cao.

El Bar de Cao queda en Av. Independencia al 2400, esquina Matheu. El edificio funcionó como bodegón desde de 1915. Los hermanos Cao, asturianos, lo adquirieron y convirtieron en almacén-bar a partir de 1930 y atendieron hasta 2000. En 2005, sus actuales propietarios lo rescataron, pusieron en valor, unificaron el espacio y convirtieron en un sitio de atracción sin igual para la ciudad de Buenos Aires. Hoy la vieja despensa de los hermanos Cao integra el grupo de Los Notables junto a sus «hermanastros»: Margot, La Poesía, El Federal y Celta Bar.

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De la pulpería al almacén y despacho de bebidas

Puente AlsinaAnda el cronista, en sus últimos callejeos, recorriendo el linaje de los cafés de Buenos Aires y, como no podía ser de otra forma, en la entrega de abril mencionó las pulperías haciendo especial mención a varias ubicadas en los barrios del Sur: Barracas, Pompeya, Parque Patricios… Como suele suceder, no faltó un buey corneta que saliera a reprocharle que se ciñera a ese espacio geográfico, con el irrebatible argumento de que pulperías hubo por los cuatro rumbos de la ciudad y sus aledaños. Y no deja de tener cierta razón, porque por el viejo Camino Real (hoy Rivadavia), por el camino a los Montes Grandes (hoy Cabildo-Maipú-Centenario), y por otros accesos a la entonces Gran Aldea existieron estos comercios. Pero el cronista percibe que las que dejaron mayor memoria fueron las que estuvieron camino a los sucesivos mataderos de la ciudad, quizá por haber perdurado más cerca de nuestro tiempo. Primero en las inmediaciones de Constitución, más o menos en la manzana truncada por la autopista que enfrenta a la Casa Cuna; más tarde en la actual Plaza España y, entre 1871 y 1901, en Parque Patricios, el ganado llegaba al matadero desde el sur por los puentes de Barracas y Alsina y, desde el oeste, por la hoy avenida Cruz en arreos de larguísimas jornadas, tanto como las de las tropas de carretas que llegaban hasta Miserere, el Alto de San Pedro o la misma Plaza Constitución. Los hombres que desempeñaban estos duros oficios buscaban descanso y solaz antes de regresar a sus pagos y allí estaba la pulpería para tomar unas ginebras, comprar algún regalo para la “prenda” o la familia o perder lo ganado jugando al monte criollo o haciendo unos tiritos de taba.

corrales-viejos-parque-patrCon el tiempo, este grupo humano de origen rural y estadía eventual fue sobrepasado en número por una población estable que se fue generando alrededor del matadero, conchabado en el mismo o en las empresas subsidiarias: seberías, tenerías, molinos de huesos, triperías, etc. Parque Patricios fue en sus comienzos sólo un par de cuadras de la calle Rioja, y –como alguna vez el cronista ha comentado– Pompeya es hija de la curtiembre de Abraham Luppi, que primero estuvo frente a la Plaza España y, al mudarse los corrales, los acompañó unas cuadras al sur. Lo mismo puede decirse de Mataderos, cuyo florecimiento empezó en 1901 con el nuevo traslado y la consecuente mudanza de las empresas satélite. Así, la ciudad fue avanzando sobre sus orillas y desplazando al elemento rural, el ahora vecino se fue “urbanizando” y gran parte de sus hábitos y costumbres se fueron modificando. Los palenques fueron poco a poco desapareciendo, primero del Centro y luego de los barrios, y las antiguas pulperías dejaron de tener en sus inventarios monturas, arreos y multitud de efectos vinculados a la vida ecuestre. Algunas desaparecieron, otras se transformaron –muy poco, en realidad– en almacén y despacho de bebidas como La Banderita de Barracas, o la de los hermanos Brenta situada en la esquina noroeste de México y Boedo, que por muchos años mantuvo las riñas de gallos y las frecuentes reuniones de guitarreros y cantores. En el mismo extremo de Almagro, en la esquina nordeste de Artes y Oficios (actual Quintino Bocayuva) y Venezuela, persistía hasta bien entrado el Centenario el almacén, bar y cancha de bochas El Pasatiempo, otro punto de reunión de payadores donde jugaba como local José Bettinoti, quien vivía apenas a media cuadra.

El “almacén y bar” fue entonces, y por muchos años, el centro de sociabilidad de los pueblos y barrios hasta el advenimiento del “café” a secas –el “cafetín” de Discépolo u Homero Expósito– en sus múltiples variantes, pero algunos perduraron en la zona céntrica, quizá como resto de la primitiva pulpería. El cronista sólo quiere citar aquellos que conoció personalmente y, seguramente, también el lector: 20130920_160515La Embajada, hoy bar notable, abrió hasta no hace muchos años la persiana de su “almacén de ultramarinos” en la esquina noreste de Santiago del Estero e Hipólito Yrigoyen; lo mismo puede decirse del Almacén y Bar de Piaggio, famoso por su jamón crudo y serrano, situado en el ángulo noroeste de Esmeralda y Sarmiento, éste con el plus de que en su “borrachería”, sobre Esmeralda hacia Corrientes, sentaba sus reales hacia el Centenario José González Castillo como cabeza de una peña de gente de teatro que historió Arturo Lagorio en su Cronicón de un almacén literario.

Un caso tristísimo para el cronista es el de un almacén que frecuentaba y cuyo nombre, si es que lo tenía, no puede recordar. Ubicado en la esquina noroeste de Caseros y Perú, con el despacho de bebidas sobre la primera, sus muros de una vara de ancho traslucían una antigüedad que el arquitecto Peña dató alrededor de 1840, y en el patio interno que era necesario cruzar para usar los –digámoslo con piedad– sanitarios, aún se podían apreciar las ruinas de una cancha de bochas. Era propiedad de un matrimonio muy anciano que a fines de la década de 1990, seguramente ya cansado y sin hijos que quisieran seguir con el sufrido negocio, decidió vender. Ubicado a tan sólo una cuadra del Área de Protección Histórica, fue barrido por la piqueta y en su lugar se alza un edificio de propiedad horizontal de incomparable fealdad, más en una avenida como Caseros que a esa altura se destaca por la homogeneidad de sus antiguas y nobles construcciones que algunas empresas con más aprecio al patrimonio, o sentido comercial, están restaurando y revalorizando.

viva boedoAl cronista se le pianta un lagrimón, pero no puede cerrar esta nota sin referirse al barrio que da nombre al pasquín en que escribe. Boedo se pobló recién a fines del siglo XIX, en un avance lento pero seguro desde Almagro y San Cristóbal y, a pesar de haber sido la avenida epónima camino de tropas, tanto como la avenida La Plata, no parece haber registrado la evolución de la pulpería en almacén–bar, salvo en los mencionados casos de El Pasatiempo o de Brenta. El progreso llegó impetuoso, entre 1890 y 1910 la edificación ya cubría prácticamente la totalidad de su perímetro y sus zonas comerciales ya se habían establecido con su configuración actual, por lo que Boedo tuvo bares, cafés, fondas y pizzerías desde sus orígenes. Quizá el almacén de José Arata, que aparece en la Guía Kraft de 1895 en la esquina con Europa (Carlos Calvo), haya contado con despacho de bebidas; más seguro es el caso del Almacén de Pérez y Posse, luego Rotisería y Bar El Sol, luego Sol Di Napoli, luego Malevo y actualmente Miño de San Juan 3594, con su extensa fachada sobre Boedo. También es muy posible que el almacén y fonda de Los Vascos, en el ángulo sudoeste de Independencia y Boedo donde luego se establecieron las tiendas Dell’Acqua, fungiese como despacho de bebidas dado que tenía canchas de bochas y paleta, para no mencionar la legendaria afición y resistencia de los hijos de Euzkadi con respecto a las bebidas espirituosas…

Pero al hablar de Boedo el cronista no puede olvidar un almacén y bar cuyo nombre se ha perdido, ubicado en San Juan y Loria y enfrentado con el Café del carpintero que cobijó los sueños juveniles de tres muchachos del barrio que darían forma a su leyenda –Homero Manzi, Cátulo Castillo y Julián Centeya– y vivirían la época dorada de los cafés porteños. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 130, mayo de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/05/n-130-mayo-2013.html