Hipótesis de café/3 – La mugre del café

Siempre me pregunté por qué me atraen unos cafés por sobre otros, sean estos grandes cafés notables, pequeñas expresiones del bajo fondo o flamantes propuestas con una estética cool. O por qué los frecuento tanto mientras que a otros, mundialmente famosos (como concurridos) no los piso. O por qué Buenos Aires es reconocida por sus cafés y los turistas que vienen de visita lo incluyen dentro de sus tips. Parte de la respuesta la encontré en mi hipótesis n°1 que cuenta el vínculo entre el café y el tango. Pero ésta no completaba mis sensaciones. Hasta que encontré un excelente artículo publicado en agosto de 2010 en la revista Punto Tango con el sugerente título: La mugre del tango. Su lectura fue reveladora y me permitió encontrar la claridad que necesitaba.  Aquello que me convoca a los cafés es su mugre, la mugre del café.

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El Motivo, Villa Pueyrredón

En «La mugre del tango» su autor, Manuel González, profesor de tango danza y músico (le pedí prestado el concepto) explica lo que esto significa en términos musicales y que él traslada a otros ámbitos como la Milonga. Obviamente, la idea de mugre no tiene que ver con la suciedad o basura acumulada. Con mugre el mundo tanguero define a ciertos defectos musicales intencionales que dan una sensación barreada y que constituyen su esencia. El alma del tango. «En el Jazz hay un concepto similar llamado Swing, y en el Soul y Funk, llamado Groove. Y nosotros, los argentinos, como no podía ser de otra manera lo llamamos Mugre», afirma Manuel. La mugre son acentos, énfasis, efectos, códigos, un lenguaje propio, en definitiva, nuestra identidad. Son modos de hacer, de decir, de vestir, de ordenar nuestra lógica. Y este orden (o desorden) es nuestra mugre. Entenderla, enseñarla o transmitirla no es sencillo. Y no se aprende en una academia. Se lo mama en la calle. Para disfrutar de los cafés de Buenos Aires, experimentarlos, empaparse de su sabiduría y dejarse abrazar por éstos hay que meterse en el barro. Que, repito, no implica ensuciarse los timbos. Hay que aprender a mirarlos. Algunas de las categorías de mi blog proponen exactamente entrenar la mirada (xej. «Imágenes paganas«, «buenos aires«, «Cafés por el piso«). Lo que éstas buscan es aprender a decodificar información y almacenarla. Datos que están disponibles en los cafés y que a veces la visión no registra, pero que transmiten y determinan si lo que allí se “dice” es verdadero o falso.

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Cafés por el piso

Pero entonces ¿sólo los cafés centenarios o de varias décadas pueden transmitir el lenguaje de la mugre? No, no es excluyente. ¿Y un café nuevo, recién abierto, es capaz de tener mugre? Por supuesto que sí. En próximas hipótesis iré sugiriendo cómo reconocer versiones veraces de otras falsas en las historias que «cuentan» los cafés. Y esto no tiene que ver con su antigüedad, ni el amoblamiento, tampoco con el barrio, o el uniforme de los mozos, por ejemplo. O sí. Muchas veces es una combinación de todas estas cosas. Tiene más que ver con el concepto, la idea y el modo de narrarla. Yeite Café (el espacio que abrió Jessica Trosman al lado de su taller) es un espacio que tiene sólo un par de meses, con una estética moderna, cocina de autor (Pamela Villar), pero que dialoga un lenguaje similar al del entorno barrial y la elección del nombre es una acierto súper mugriento. Pero cuidado, que Yeite Café lo haga muy bien no significa que sea suficiente con utilizar el lunfardo para sonar porteño. Existen muchas otras propuestas que lucen fotos de Gardel, Troilo y Goyeneche o cuelgan publicidades viejas para dar sensación de porteñidad y funcionan como expresiones estereotipadas o caricaturas de los verdaderos cafés. Otro buen ejemplo son los cafés del Grupo Los Notables. Algunos con sólo unas pocas décadas desde que el Grupo los tomó, pero que han sabido exponer con precisión de cirujano los «defectos intencionales» poniendo el acento y distribuyendo con muy buen criterio los materiales disponibles de nuestra cultura.

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Celta Bar, San Nicolás

Y este es el punto y aquí me detengo. El concepto está planteado (gracias Manuel): la mugre del café. En próximas hipótesis me iré embarrando en el tema mucho más.

Para los que quieran leer completo el excelente texto de Manuel González (para los tangueros es de lectura imprescindible), este es el link: http://goo.gl/HjqUjL

Más info:

https://cafecontado.com/category/cafes-por-el-piso/

https://cafecontado.com/category/imagenes-paganas/

https://cafecontado.com/category/buenos-aires/

Bar El Federal

No fue deliberado. Simplemente se dio. De los cinco cafés que conforman el grupo Los Notables (Poesía, Margot, Celta, de Cao y Federal) el único que aún no había contado era El Federal. Y en el año de su 150 Aniversario. Quizás me intimidó su inmenso capital simbólico y cultural más el temor a no estar a su altura. Porque El Federal carga sobre sus vigas y dinteles el peso de nuestra historia. A través de sus vidrieras se puede contar la vida de Buenos Aires. Nació como pulpería en 1864 cuando esto seguía siendo una aldea.

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Está ubicado en la esquina de Perú y Carlos Calvo, San Telmo, el famoso Barrio Sur del trazado original de Garay. Aunque la esquina, por décadas, fue la periferia de la ciudad. Luego se fueron afincando las familias adineradas que se establecieron en la zona hasta que la epidemia de fiebre amarilla de  1871 las corrió hacia el Norte. El Federal ya funcionaba. Y volvió a ser periferia. En su derrotero pasó de pulpería a prostíbulo y luego a almacén con despacho de bebidas. Es decir, la esquina siempre tuvo un destino «comercial».

20140814_101902El Federal fue protagonista de los cambios, crisis, refriegas, persecuciones y primaveras políticas que nos cuentan. Imaginen la cantidad de historias de vida que acumulan sus mesas y sillas. O las confesiones que flotan en la barra. Miles de historias de amor, desengaños, rupturas, promesas, infidelidades, sobrevuelan el aire del lugar. Incluso no le falta un crimen pasional. Cuando funcionaba como almacén, se conoce que la hija del dueño engañaba a su pretendiente quien, enterado que estuvo del asunto, la asesinó en la puerta del local. 150 años, qué menos. De espectros que se pasean por sus salas, pero también de un repertorio tangible de imágenes paganas que transmiten información allí donde se fije la mirada. Aunque no siempre alcanza con ver para mirar. A la mirada hay que formarla. Es por eso que El Federal exige más de una visita. Todo el espacio está narrado en lenguaje de códigos. Y cuanto más se los comprenda más valiosa, reconfortante y enriquecedora será la experiencia. Sigue leyendo

El culto a la cola

cajerosEl grupo se disolvió una vez que el Banco Ciudad reemplazó los viejos cajeros automáticos por nuevos. Hasta entonces todos los días hacían la misma cola. Los descubrí por casualidad. Yendo a operar los cajeros de la sucursal de Av. Boedo 874. Frente al Margot, mi parroquia preferida. Las terminales siempre fueron tres y la cola una sola. La dinámica simple: al liberarse cualquier de las máquinas le correspondía el turno al primero de la fila. Dos de los tres cajeros parecían operar con mayor fluidez, pero otro, el tercero retenía a los clientes por inexplicables minutos. Los usuarios que caían atrapados en esta tercera unidad rezongaban, negaban con la cabeza, maldecían y al cabo de un buen rato dejaban pasar su turno y volvían resignados a ponerse al final de la cola y así dar inicio a un nuevo circuito. La chica que me precedía fue quien me alertó. “¿Funciona ese cajero?”. El reflejo del sol no me dejaba ver con nitidez. Me acerqué con cuidado de no importunar al cliente que estaba tecleando con sus dedos índices cargados bronca para percibir con extrañeza que la pantalla estaba a oscuras. Tal cual, no funcionaba. La cola seguía avanzando. La gente advertida cuando se liberaba la unidad que no funcionaba no perdía tiempo intentando lo imposible. En ese momento surgían de la cola personajes que haciendo un gesto de permiso al primero de la cola pedían autorización para ir a malgastar su vida en una máquina rota. Esto que cuento no lo comprobé inmediatamente. Fue una sospecha. Observé que un grupo manejaba códigos propios y que se cedían el turno para pasar a no operar. La sensación que tuve colmó mi curiosidad y por dos o tres días fui hasta el Banco a utilizar sin necesidad alguna los cajeros automáticos para certificar el hecho. Y ahí estaban. Los mismos. Esperando su turno para perder el tiempo frente a una pantalla oscura mientras hacían catarsis de sus propias vidas. Como si fueran confesionarios del sistema capitalista. La escena me hizo recordar la perfomance del artista eslovaco Roman Ondák que se exhibió en 2002 en la Tate Gallery de Londres. Era una fila de actores que creaban una cola artificial y que reproducían con sus posturas y actitud la espera de algo. Incluso el público podía “sumarse” a la cola y compartir un rato perdido con esta gente.

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En Boedo la gente extraña abunda. Y en sus cafés se mimetizan con el resto de los mortales. El Margot dispone de un repertorio (algunos ya los he contado) que lo enriquece. Incluidos muchos de estos coleros que se cruzaban la avenida para pasar a los baños del café. O pedían permiso para sentarse por unos pocos minutos a las mesas aduciendo que los cajeros automáticos estaban fuera de servicio y que personal del banco les habían asegurado volverían a funcionar en breve. Los hacedores de una cola inútil pronto se convirtieron en mis compañías cotidianas.

Un buen día todo cambió. La sucursal del Ciudad entró en una renovación (quiero creer que estaría programada y que la misma no obedeció a una decisión de la entidad para terminar con la insólita práctica de un grupo de personas que se reunían a diario para ocupar sus mañanas mientras le echaban la culpa del tiempo perdido a una máquina que de antemano sabían que no funcionaba) y de tres terminales quedaron sólo dos. Flamantes. Y funcionando. El grupo se disolvió en el acto. Todavía hoy, algunas mañanas, desolados y sin rumbo, suelen juntarse en la puerta del banco buscando una explicación a su infortunio. Uno de ellos suele volver por las noches y recorre las mesas del Margot y de los cafés vecinos. Es vendedor ambulante. Fácil de reconocer. Va con su valijita repleta de frascos caseros. Vende perfumes… de yuyos y de alfalfa…20140328_090035

Bar Celta

El centro de Buenos Aires, más precisamente su eje principal, la calle (o avenida) Corrientes, propone un recorrido lineal por nuestra propia historia de vida donde a cada paso nos reencontramos con capítulos contados en formato de café, pizzería, librería, cine o teatro. Pero, a veces, como en este caso, vale la pena saber desviarse unos pocos metros, solo 100 hacia Sarmiento, para escribir una nueva página en el Bar Celta.

20140305_115649El Bar Celta (o Celta Bar) se encuentra en la esquina de Sarmiento y Rodríguez Peña, abrió sus puertas en 1941. Su primer dueño fue un español de Asturias, Claudio Fernández, que lo bautizó de ese modo en homenaje a la cultura celta afincada en esa región. Funcionó como almacén con despacho de bebidas. En 1950, don Fernández lo vendió y el lugar se convirtió en confitería y bar. Estuvo abierto por algunas décadas hasta que cerró sus puertas. Hacia mediados de los 90′ volvió a abrir convertido en un reducto de jazz de altísimo nivel. Walter y Javier Malosetti, Luis Salinas, Pipo Luque, Botafogo, Pepi Taveira fueron algunos de los exquisitos músicos que se lucieron y dejaron su música vibrando en su interior. El Celta (que siempre se mantuvo su nombre original) fue cuna de dos ciclos exitosos «Jazz Club» y «Jam Session». Esta etapa también cumplió su ciclo y volvió a cerrar. Finalmente, en marzo de 2012, hace nada más que un par de años, reabrió, ahora convertido en primo hermano de los cafés que integran el Grupo Los Notables integrado por: El Federal, Margot, Bar de Cao, La Poesía y la flamante joya. La operación de rescate del mobiliario original resultó de maravillas y hoy el Bar Celta luce como cuando lo atendiera su asturiano fundador. Sigue leyendo

Bar de Cao

20131025_152124A principios del siglo XX existía una categoría de comercio que hoy ha caído en desuso, el Almacén-Bar. Eran sitios, generalmente ubicados en esquinas, que funcionaban como despacho de comestibles y que se comunicaban por una pequeña puerta con el bar. En muchos barrios, sobre todo en aquellos donde los espacios verdes no abundaban, estos lugares servían de espacios públicos de sociabilidad, encuentros, novedades y celebraciones. El barrio de San Cristóbal luce con orgullo una auténtica joya patrimonial que supo llamarse «Despacho de comestibles al por menor. Venta de bebidas en general y despacho de bebidas alcohólicas. Cao Hermanos». Hoy, Bar de Cao.

El Bar de Cao queda en Av. Independencia al 2400, esquina Matheu. El edificio funcionó como bodegón desde de 1915. Los hermanos Cao, asturianos, lo adquirieron y convirtieron en almacén-bar a partir de 1930 y atendieron hasta 2000. En 2005, sus actuales propietarios lo rescataron, pusieron en valor, unificaron el espacio y convirtieron en un sitio de atracción sin igual para la ciudad de Buenos Aires. Hoy la vieja despensa de los hermanos Cao integra el grupo de Los Notables junto a sus «hermanastros»: Margot, La Poesía, El Federal y Celta Bar.

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