“Hasta el próximo terapia”. Todos los terapia escucho ese saludo. Aproximadamente 45 ó 50 minutos después de las 19:40. La hora en que tengo martes. Los terapia. Todos los terapia. Desde hace unos cuantos terapia. Martes = terapia. Lunes, terapia, miércoles, jueves viernes, sábado y domingo. Los terapias orquídeas. Terapia no te cases ni te embarques.
Hoy es terapia, y como todos los terapia estoy esperando en el café, que está frente al consultorio, que se hagan las 19:38 para ir a martes. Dos minutos es lo que tardo en levantarme de la mesa, hacerle un guiño al mozo manifestando que dejé pago, cruzar la calle, y subir el único piso por escalera para llegar 19:40 a martes. Lo tengo perfectamente cronometrado. Pero, hoy no es un terapia cualquiera. Hoy es terapia 13. Por eso pienso levantarme 19:32. Creo que con ocho minutos antes de las 19:40 me alcanza para evitar cualquier supersticioso imprevisto que me haga llegar tarde a martes. Por si las moscas, ¿vio?. Hace 25 años que no falto ningún terapia a martes. ¿Y el mozo? ¿qué dirá el mozo cuando vea que me levanto antes?, ¡Ja! qué cambio ¿eh?, ¿será este el cambio que hace varios terapias mi marteuta me exige que haga?. Y si, no hay con que darle, hoy es un terapia distinto. Terapia 13.
Bueno, ya van siendo las 19:30, me voy a ir preparando. ¡Ja! la cara que va a poner el mozo cuando vea que me levanto antes, hablando del mozo, ¿dónde se habrá metido que no lo veo?, no me digas que justo desaparece en este momento, no, ahí está, menos mal, viene de la calle, ¿adónde habrá ido?, ¿y ese tipo con cara de funcionario más el gorila y el enfermero? ¿de qué corso salieron?, ¿qué pasa?, parece que vienen todos hacia mi mes…
”Buenas tardes, señor”, dice el funcionario, “buenas tardes”, contesto, “soy asistente social y he recibido una denuncia del señor”, hace un pequeño giro con el cuerpo como para señalar al mozo que cobardemente se esconde detrás del gorila, “queda usted detenido”, “¡¿por qué?!”, interrumpo sorprendido, “por exceso de psicoanálisis” continúa el funcionario sin mirarme a los ojos como todo burócrata de mostrador, “usted permanecerá con estas personas”, ¡ja! resulta que al gorila le dicen persona, “hasta que se haga el miércoles y recupere su libertad”, “quiero hablar con mi abogado” digo firmemente, “olvídelo”, dice el funcionario; entonces separo a un costado al funcionario y sugerentemente le susurro, “usted no me puede hacer esto, tenemos que encontrar una solución, hoy no puedo faltar a martes, imagínese, las ballenitas no me duran una semana, pierdo todas las biromes antes de gastarles la tinta, el control remoto no me responde”, el funcionario me quita del medio, se dirige al enfermero y le dice “hágase cargo, está muy mal”, es el momento adecuado y tomo la decisión, salto por arriba de una mesa y corro hacia la puerta sin tener en cuenta que el gorila es mucho más ágil y joven, empieza la persecución, el gorila me acorrala junto a una mesa, tanteo tratando de encontrar algo con que defenderme sin quitarle la vista de encima, encuentro un elemento de metal, lo agarro con firmeza, me siento protegido, el gorila se me tira encima e instintivamente me defiendo con mi arma blanca doblándole una cucharita de café en el pecho, el gorila me sujeta por atrás y me sienta en la silla, allí maniatado el enfermero me revisa la lengua y amígdalas, mira con la linternita el fondo de mis ojos y sentencia su diagnóstico con la certeza de un doctorado en Harvard: “necesita una mina”, “me lo imaginé” confirmó el funcionario y le dice al gorila “traeme una”.

Son las 00:30 del miércoles. El gorila acaba de dejarme en casa. La mina quedó en el auto. Seguro que todavía le queda cuerda como para bancarse al simio. Cuatro horas me tuvo. ¡Que mujer! Es bueno saber que la función pública tiene esta calidad de personal. De todos modos esto no va a quedar así. No, no van a poder conmigo. Tengo que organizar la venganza. Por empezar voy a cambiar de café. Y además, el próximo martes, como todos los martes, volveré a terapia.
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