Los recreos de Palermo

armenonvilleAndaba el cronista, en su último callejeo, evocando «clandestinos» y algunos lugares de la mala vida porteña del Centenario como paso previo a recorrer los recreos de Palermo, sobre los que tanto se ha hablado y escrito, y estaba citando al mítico Hansen cuando se le acabó el espacio de la columna mensual. Pues bien, aprovechando el hiato y antes de volver a entrar en tema el cronista cree importante hacer algunas aclaraciones y salvedades: en primer lugar, es muy poco lo que sabemos fehacientemente de los famosos recreos de Palermo, llámense Hansen, El Velódromo, El Tambito, El Kioskito, etc. Como el cronista ha dicho en más de una oportunidad, la historia popular no suele dejar documentos y, generalmente, se basa en testimonios más o menos fehacientes, comprobables o creíbles. Por ejemplo la anécdota de la creación del tango La chiflada, de Juan Carlos Bazán, que más adelante comentaremos, la consigna Francisco García Jiménez en Así nacieron los tangos, y queda librado al rigor del investigador la confianza en su veracidad o credibilidad. Por otro lado, el tema del cabaret fue explotado hasta el hartazgo en letras de tango y, fundamentalmente, en el teatro por secciones de la década de 1920, creando una imagen que perduraría en el imaginario popular. Centenares de piezas teatrales lo tuvieron como escenario, lo cual es bastante comprensible pues permitía el entrecruzamiento de historias en un único decorado, así como la introducción de números musicales más o menos adecuados a las incidencias de la trama. Algunas obras fueron excelentes y han quedado en el registro del teatro nacional pero otras, que pretendieron acoplarse al éxito del momento, fueron francamente detestables. Ahí están como ejemplo y entre las buenas Los dientes del perro, de José González Castillo y Alberto Weisbach, que creemos el primero de la temática (1918) y en el cual Manolita Poli cantaba Mi noche triste; Delikatessen Hause (1920), de Samuel Linnig y Alberto Weisbach, donde María Ester Podestá cantó por primera vez Milonguita, de Enrique Delfino y el propio Linnig; El tango de la muerte (1922) de Alberto Novión, donde Eva Franco hizo lo propio con Loca, de Manuel Jovés y Alberto Martínez Viergol, o la mismísima Milonguita (1922), donde Linnig aprovechó su anterior éxito y compuso con Carlos Vicente Geroni Flores Melenita de Oro, que cantó Manolita Poli… Hasta Enrique García Velloso incursionó en el tema en 1920 con la pieza Armenonville, pero fue el prolífico Manuel Romero, autor de más de 180 obras teatrales y unas 50 películas, quien sentó las bases de una mitología «cabaretera» aparte de formar una sociedad autoral con Manuel Jovés que aportó la música de recordados tangos. Sus espectáculos más exitosos fueron El bailarín del cabaret (1922) donde Ignacio Corsini estrenó El patotero sentimental, ¡Patotero, rey del bailongo!, donde nuevamente Corsini cantaba Nubes de humo y El rey del cabaret, en colaboración con Alberto Weisbach, en el cual Eva Franco estrenó Pobre Milonga.

Los_muchachos_de_antes_no_usaban_gomina-489187430-largeSin embargo, para el tema que nos ocupa fue un film de Manuel Romero el que estableció definitivamente la imagen del cabaret en los tiempos de los recreos de Palermo, Los muchachos de antes no usaban gomina (1938), basada en el sainete homónimo estrenado en 1926, donde aparecen los arquetipos que perviven hasta hoy: la rubia Mireya, los guapos Rivera y Salinas, Jorge Newbery, el propio Hansen, etc. La película tuvo una remake en 1969 a manos de Enrique Carreras, con un elenco tan brillante como el de una generación anterior y poniendo de nuevo sobre el tapete el tango Tiempos viejos, con música de Francisco Canaro, que muchos tomaron como un documento histórico sin reparar que al haber nacido Romero en 1891 difícilmente hubiera podido frecuentar Hansen o los otros recreos de Palermo, salvo para tomar la leche alguna mañana. Alguien puede decir «quizá fue un testimonio de alguien que lo vivió y se lo refirió a Romero» pero bueno, conjeturas se pueden hacer de a miles, pero así no se puede hacer historia y al cronista le resulta más seguro confiar en la capacidad creativa del autor…

Tras esta parrafada, que disculpará el sufrido lector, el cronista glosará lo poco que sabe (otros sabrán mucho más) sobre los establecimientos de Palermo que se pueden considerar antecedentes de la época de oro del cabaret. Ya se ha referido el mes pasado a los orígenes de Hansen  y a la evolución de su nombre como Tarana y Restaurante Palermo hasta su demolición en 1912. Como también se dijo, en los primeros años del siglo XX actuaba en la zona de Palermo y el Bajo Belgrano un cuarteto integrado por el violinista Ernesto «el pibe» Ponzio y su tío Vicente en violines, Juan Carlos «el gordo» Bazán en clarinete y un arpista llamado Tortorelli. En un incidente en la «milonga de Pantalión», ubicada en la calle Blandengues, Bazán recibió un tiro en una pierna que lo obligó a una larga y dolorosa convalescencia. Disuelto el grupo, un par de años después Ernesto Ponzio se presentaba en el Restaurante Palermo al frente de un trío que completaban Vicente Pecci en flauta y el ciego y moreno Eusebio Aspiazú en guitarra de once cuerdas. Su éxito era tanto que restaba público a los otros establecimientos de la zona, por lo cual el encargado del Velódromo fue a buscar a Bazán, que casi había abandonado la música, tentándolo con la excelente oferta de un peso por cabeza y por noche, ¡además las propinas! Bazán no dudó, se fue a buscar al violinista Francisco Postiglione y a Roberto Firpo, que entonces vivía en Rioja y Rondeau, pleno Parque de los Patricios. Según García Jiménez, Bazán ideó una modulación -una «chiflada»- con el clarinete que tocaba en la puerta del Velódromo incitando al público a ingresar con gran éxito, por lo que uno de los socios del restaurante apellidado Giardini, ni lerdo ni perezoso, le hizo a Bazán una contraoferta de esas que -como decía don Vito Corleone- no se pueden rehusar: dos pesos por cabeza y por noche, las propinas y… la comida, por lo cual «el gordo» pasó a formar parte del elenco del ex Hansen.

recuerdos-del-900-lastra-amadeo-162301-MLA20292781938_052015-FCabe agregar que, a diferencia de lo que se ve en la película citada, según diversos autores en Hansen no se bailaba. Así lo afirma Felipe Amadeo Lastra en su libro Recuerdos del 900 (Buenos Aires, Huemul, 1965), manifestando que por una ordenanza municipal dicho tipo de establecimiento lo tenía vedado. También lo afirma León Benarós en diversos artículos, basándose en testimonios de viejos concurrentes, aunque no descarta que alguna pareja lo hiciera en alguna de las glorietas externas desafiando la prohibición… Lo cierto es que, a semejanza de otros locales que existían en Buenos Aires desde unos treinta años atrás y ya se han glosado, se consumían alimentos y bebidas mientras se escuchaba música, primero del repertorio ligero y ya al filo del 1900, tango. Es muy conocida la anécdota de que el propietario del local debió prohibir la ejecución de El esquinazo, de Ángel Villoldo, porque los tres golpes que rematan su introducción eran acompañados con demasiado entusiasmo por el público, causando una gran mortandad en la vajilla…

Es también muy poco lo que se sabe de seguro sobre otros locales como El Kioskito y El Tambito, pero como éste último ha sido muy nombrado últimamente merecerá el próximo callejeo.

 

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo N° 155, junio 2015

2 pensamientos en “Los recreos de Palermo

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