Andaba el cronista callejero, en su vagabundeo de agosto, intentando entrar en un tema tan caro a la porteñidad como lo es el de los cafés de tango. Y para ello debió hacer una pequeña reseña de los locales donde se desarrolló la prehistoria de dicho género musical: locales de baile elegantes y otros no tanto, peringundines varios, los centros de las colectividades inmigrantes que tan importante papel tuvieron en el desarrollo de nuestra sociedad… Hecho el introito es hora de poner las cartas sobre la mesa para no aburrir al sufrido lector, pero el cronista no sabe por cuál barrio empezar para no herir susceptibilidades, así que se ha decidido por un orden más o menos cronológico y ceñirse estrictamente a los cafés y bares que contaron por lo menos con un instrumentista, dejando de lado cabarets y otras yerbas que convertirían su crónica en una enciclopedia en chiquicientos volúmenes.
Sin embargo, al comenzar esta parte de la historia con dos tangos primigenios, exceptuando al ya mentado El entrerriano, no le queda al cronista otro remedio que violar su propia regla al referirse a El choclo: según Francisco García Jiménez –de cuya precisión en afirmaciones y fechas han dudado algunos autores, pero cuya bien cortada y facunda pluma es de referencia ineludible– hacia 1903 Ángel Villoldo actuaba en el café-concierto Variedades de Rivadavia al 1200, donde también lo hacían Pepita Avellaneda y un tirador al blanco apodado Flo, que con los años sería el actor Florencio Parravicini. Un día, después de la función, se habría encontrado en un “estaño” de la cortada Carabelas con José Luis Roncallo –hijo del músico que integraba la firma Rinaldi–Roncallo, fabricante de organitos a manivela–, formado musicalmente con su padre y con Santo Discépolo y que tocaba con su conjunto en el restaurante y hotel Americano, de Cangallo 963. Villoldo le habría interpretado en la guitarra un “tanguito” que hacía ya tiempo había compuesto, y Roncallo decidió estrenarlo, con la salvedad de denominarlo “danza criolla” “para no levantar la perdiz ante el dueño del local y para no alarmar a las distinguidas damas comensales”. Así pues, el 3 de noviembre de 1903 –en el barrio de San Nicolás– habría sido estrenado uno de los tangos más populares de todos los tiempos, aunque otros autores dan 1905 y otras fechas.
El otro tango fundacional al que nos referimos, La Morocha, fue también compuesto y estrenado en San Nicolás: el 25 de diciembre de 1905 Enrique Saborido tocaba el piano en una fiesta en “lo de Ronchetti”, nombre que se daba al Bar Reconquista –sito en Lavalle y la calle epónima, esquina noroeste– cuando improvisó la melodía. Después habría ido en busca de Villoldo esa madrugada, quien le acopló la pegadiza letra. Según el propio Saborido, en nota de Caras y Caretas, fue estrenado en el mismo bar por Lola Candales mientras algunos dicen que lo estrenó Flora Hortensia Rodríguez, la notable tonadillera esposa del precursor Alfredo Gobbi y madre del inolvidable violinista, compositor y director del mismo nombre. Lo cierto es que, editado por Luis Rivarola en 1906 en su imprenta de la calle Artes (hoy Carlos Pellegrini) 165, alcanzó en su primera edición los 300.000 ejemplares y fue embarcado de polizón en la fragata Sarmiento por los cadetes, recorriendo y siendo conocido en el mundo. En la esquina mencionada, una placa recuerda el nacimiento de La Morocha.
Hecha esta necesaria y justa salvedad, el cronista ya puede salir del Centro hacia los barrios que en esa primera década del siglo XX se constituyeron en verdaderas usinas tangueras, San Cristóbal y La Boca. Con respecto al primero, ya se ha mencionado la presencia del local de María la Vasca Rangolla en Carlos Calvo 2721, a pocos metros de la casa donde nacerían los De Caro, y ahora es menester referirse a la zona de Sarandí y Cochabamba, donde existían varios conventillos que el tiempo se llevó. En uno de ellos, en Sarandí 1356, vivía una familia Greco de evidente inclinación filarmónica ya que el padre, Genaro, tocaba el mandolín mientras que de los ocho hijos cuatro salieron músicos: Domingo guitarrista, Ángel guitarrista y cantor –de quien recordamos Naipe marcado–, Elena pianista y Vicente la guitarra y la concertina. Según relató Julio De Caro en El tango en mis recuerdos, el legendario Sebastián Ramos Mejía escuchó a Vicente ejecutar ese último instrumento cuando tenía catorce años y aconsejó a la familia comprarle un bandoneón, dándole las primeras y quizás últimas clases. La cuestión es que en 1906, tras el entonces obligado periplo por localidades del interior de la Provincia de Buenos Aires, lo encontramos tocando el fuelle en el Salón Sur, un bar ubicado en Pozos y Cochabamba y, antes de 1910, sentaba sus reales en El estribo con su Orquesta Típica Criolla que integraban Lorenzo Labissier en bandoneón, Vicente Pecce en flauta, Agustín Bardi al piano y Juan Abbate y Francisco Canaro en los violines. Y aquí cabe aclarar que en un conventillo de Sarandí 1358, pared por medio con los Greco, vivía una familia Canarozzo en la cual cinco hijos también se dedicarían a la música bajo el apellido Canaro: Francisco, Mario, Rafael, Humberto y Juan.
El solar en el que se levantaba El estribo había pertenecido a los Anchorena y luego a los Frers, en Entre Ríos 763/67, al lado de la confitería y panadería Tanoira que a su vez había sido fundada hacia 1860 en la misma avenida pero en el 650. En este histórico café también actuaron Eduardo Arolas (foto), Roberto Firpo, Tito Roccatagliata, Prudencio “el Johnny” Aragón –gran amigo de Vicente Greco y a quien se le atribuye la paternidad de Ojos negros–, ejercieron su difícil arte payadores como José Bettinoti, Ambrosio Ríos, Federico Curlando, Luis García y, hasta después de 1911, amenizó las veladas el dúo Gardel–Razzano, que hacía doblete con el Café del pelado de Entre Ríos y Moreno, esquina sudeste.
Otros cafés de San Cristóbal de larga memoria fue El protegido, de San Juan y Pasco, donde actuó en la década de 1910 Samuel Castriota, el autor de El arroyito y de Lita, que con letra de Pascual Contursi se convirtió en Mi noche triste, y El caburé, de Entre Ríos entre San Juan y Cochabamba (entre el 1274 y el 1280 actuales).
No sabemos si éste último debió su nombre tan sólo a la inspiración del dueño o si, en cambio, lo tomó del tango que Arturo De Bassi compuso en 1909 con letra de Roberto Lino Cayol y que pronto alcanzó gran popularidad, pero sí se conserva el dato de que allí debutó en 1914 Ricardo “la nena” Brignolo, el autor de Íntimas y de Chiqué, y que entre otros actuaron el bandoneonista Arturo “el alemán” Bernstein y Ricardo González Alfiletegaray, más conocido como “Muchila” y que fuera compañero de Francisco Canaro en sus primeras formaciones que, con muchos de los nombrados, desarrollarían una nueva etapa en la evolución del tango alrededor de la esquina de Suárez y Necochea, en La Boca. Pero ese… será otro callejeo.
por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)
mandinga.ruiz@gmail.com
El Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 134, septiembre de 2013
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