Imágenes paganas/12

20140207_163718-1Café Alenjo, Boedo 833, Boedo

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Fotos que dicen/19

Maisamor(Foto: Café contado, calle Las Casas al 4000, Boedo)

 

Porque cuando pibe me acunaba en tangos

la canción materna que llamaba al sueño,

y escuché el rezongo de los bandoneones

bajo el emparrado de mi patio pobre.

Porque vi el desfile de las inclemencias

con mis pobres ojos de llorar abiertos,

y en aquella pieza de mis buenos viejos

tuvo la pobreza su mejor canción…

Y yo me hice en tangos,

me fui modelando en odio, en tristeza,

en las amarguras que da la pobreza,

en llantos de madres,

en las rebeldías del que es fuerte y tiene

que cruzar los brazos

cuando el hambre viene…

Y yo me hice en tangos,

porque es bravo, fuerte,

tiene algo de vida,

tiene algo de muerte…

Porque quise mucho, porque me engañaron,

y pasé la vida barajando sueños…

Porque soy un árbol que vivió sin flores,

porque soy un perro que no tiene dueño…

Porque tengo odios que nunca los digo,

porque cuando quiero me desangro en besos…

Porque quise mucho y no me han querido…

¡Por eso yo canto tan triste, por eso!

 

Por que canto así (Celedonio Flores,1929)

El falso Jorge 2. El regreso.

Al falso Jorge lo conocí al heredar dos sillas bajas, del tipo butacas, de pana marrón. Fue él como podría haber sido cualquier otro de las decenas de tapiceros que existen en Boedo. Pero, éste quedaba dentro de mi circuito diario hacia la boca del subte o rumbo al Margot (mi parroquia preferida).

La tapicería quedaba en la calle Castro Barros casi Constitución y su nombre figuraba elocuentemente grabado en la vidriera: “Tapicería Jorge”.

OLYMPUS DIGITAL CAMERA¿Jorge?, fue mi pregunta retórica a la persona que atendía. Me respondió asintiendo con una mueca que entendí obvia y que resultó el inicio de una relación que se desarrolló fluida y recurrente. El falso Jorge era casi un vecino, sin embargo nunca lo había visto. Y pronto pasó a convertirse en una persona omnipresente en mis caminatas por el barrio. Además de verlo en la tapicería a diario, donde mis dos sillas del tipo butacas de pana marrón se apilaban junto a otras tantas que certificaban un evidente retraso en los trabajos, comencé a encontrármelo en el subte, comprando en el mercado o sentado a una mesa del Homero Manzi que da a la Avenida San Juan. “Hola Jorge” pasó a convertirse en una frase que repetí hasta el hartazgo. El falso Jorge siempre estrenaba un problema nuevo de salud: exceso de azúcar en la sangre, la presión por el piso o el colesterol por las nubes. El hecho singular de mi tapicero de Castro Barros era que, una vez conocido el diagnóstico, profundizaba el consumo de aquellas cosas que le hacían mal para confirmar el informe inicial y descartar algo peor que le hubiesen ocultado.

_la-taberna-de-roberto-inclan-1-1348396628Hola Jorge, dije como de costumbre un mediodía que lo crucé a pocas cuadras de la tapicería, en la parrilla “El Turf”. El falso Jorge le entraba sólo a una fuente de mollejas y chinchulines de las que comen tres. Le habían diagnosticado gota y estaba asegurándose que el malestar posterior tuviera relación con el dictamen. Otra vez, yendo hacia el subte, volví a repetir el “Hola Jorge” a través del vidrio del Homero Manzi cuando lo vi en su mesa de siempre atacando seis medialunas de manteca. No había que ser médico para adivinar que un nuevo estudio le habría arrojado colesterol alto o diabetes. La pena es que nunca hubiese sufrido de ciática o reuma como para dedicarle horas extras, más un fuerte dolor de espalda, a los trabajos atrasados. Hola Jorge. Hola Jorge. Hola Jorge, seguía repetiendo cada día y cada tarde que en la tapicería o caminando por Boedo durante meses.

Un buen día estábamos charlando en la vereda mientras me comentaba de un nuevo dolor cuando se detuvo un auto. La conductora bajó la ventanilla y lo llamó: ¡Pedro!. Mi tapicero hipocondríaco se le acercó y mantuvieron un diálogo. Cuando regresó le pregunté sorprendido:

-¿Usted no se llama Jorge?

-No, Jorge era mi hermano. Cuando falleció me quedé con el local.

-¿Pero usted es tapicero?

-No, estoy conociendo el oficio. Siempre vendí artículos de limpieza.

falso jorgeMeses meses más tarde, el falso Jorge me entregó el trabajo que hoy se luce en el living de casa. Al tiempo la tapicería cerró y dejé de verlo. Pronto me hice a la idea que, finalmente, el falso Jorge, de tanto insitir, le había ganado la apuesta a su destino y sucumbido frente a sus temores más severos.

 

Hace un par de sábados, yendo a Misa en el Margot tuve una aparición. Sobre la calle Carlos Calvo al 3800 reconocí al falso Jorge charlando con un cliente en su nuevo local. Seguramente le estaría contando que le dolía algo. O a lo mejor ya aprendió el oficio. A partir de ese día volví a verlo con frecuencia. Ahora para en el Café Osvaldo Pugliese, Carlos Calvo y la Av. Boedo. Ah, y el nuevo local se llama “Tapicería Jorge”.

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La guerra de los medios llegó al Café

Margot

Esta escena la vivo a diario en el Margot de Boedo, pero sospecho que los roles de sus protagonistas pueden ser reproducidos en cualquier Café de la Ciudad. Desde que se impuso la solidaria moda de ofrecer diarios para lectura gratuita, la tenencia de éstos en algunos cafés alcanza miserias humanas insospechadas. En el Margot desde un principio se instaló la figura del “acaparador” de diarios. Señor robusto, por sus años ha de ser jubilado, de gesto adusto. El Acaparador se autoproclamó dueño y señor de la tenencia para consumo propio, y por el tiempo que le venga la gana, de todos los diarios disponibles, que no son menos de tres de tirada nacional más un periódico barrial, ante el silencio cómplice, respetuoso, y porqué no cobarde, otorgado por el resto de los parroquianos de las mañanas en el Café.

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El Acaparador llega bien temprano y acumula en su mesa de lectura todos los ejemplares y los va liberando, de a poco, a su debido tiempo, manejando los tiempos, miradas, urgencias y ansiedades del público. Es el protagonista, el actor principal. Y tiene montado su unipersonal.

Pero, fue una mañana que una mujer también mayor, con exceso de pintura en su rostro, se subió al escenario a disputarle protagonismo. No tuvo nada que decir. Ni fue necesario formalizar el enfrentamiento. Tampoco manifestarlo corporal o gestualmente. El juego se planteó sin recurrir al desafío explícito.

A partir de ese día el Acaparador mostró debilidades humanas, le aparecieron tics, tos alérgica, y, más evidente aún, comenzó una lectura nerviosa de los diarios.

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Todo fue por la mirada inquisidora de la mujer pintada en exceso que empezó a descargar la electricidad que todas las lamparitas bajo consumo de los ojos de los demás parroquianos juntas no llegamos a empardar. El primer actor, de todos modos, llevaba una ventaja inalcanzable a la nueva actriz protagónica: no pasaba a diario por maquillaje y siguió siendo el primero en llegar.

Hace unas pocas semanas observé que la mujer pintada empezó a traer una bolsita plástica colgando de su brazo. De su interior sacaba diarios viejos que, sin que el Acaparador lo notase, dejaba en otras mesas. El olfato del viejo sabueso cayó en la trampa y, sin darse cuenta, en su patológica voracidad, empezó a consumir noticias viejas.

Una mañana, cerca del mediodía, cumplida su tarea con la contracción y rigidez habitual, el Acaparador salió a la calle con la actitud satisfecha del deber cumplido. Se fue caminando, y empapándose, bajo una lluvia torrencial por la Av. Boedo. El diario viejo que le había traspapelado la mujer pintada en exceso anunciaba un día soleado.

 

Maldición en Tierra Santa

Esta historia circula por las mesas del Café San Lorenzo, en Av. La Plata y Avelino Díaz. Los hechos le pertenecen a una casa sobre la calle Las Casas, entre Mármol y Muñiz, Tierra Santa para los fieles del Club Atlético San Lorenzo por estar situado en la manzana donde estuvo ubicado el Viejo Gasómetro y a la cual luchan por volver.

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En la casa en cuestión vivía Marcelo. Al menos durante los 50 años que se supo de su vida. Sus padres alquilaban la propiedad desde antes. También allí nació Vicente, el mayor de los hijos. En el barrio se asume que la tragedia se empecinó con esta familia hasta terminar por derrotarla.

Vicente nació con problemas psiquiátricos y desde niño requirió ayuda especial. Un buen día el propietario de la casa donde vivían estos vecinos de Boedo falleció y no dejó herederos. Quiero decir, ya no había a quién pagarle alquiler. La novedad desahogó la tarea de la madre de los chicos que ahora pudo ocuparse de Vicente a tiempo completo. No por mucho tiempo. En el breve lapso de seis meses el destino se llevó la vida de ambos progenitores y los chicos de 18 y 15 años quedaron solos.

Sin acuerdo con la fecha precisa, los vecinos un buen día dejaron de ver a Vicente. Por Las Casas se comentó que lo habían internado en el Borda porque no podía quedar bajo la tutela de su hermano menor.

Los años pasaron y Marcelo con muchas dificultades se fue integrando a la barriada. Sin estudios terminados, sin trabajo, sólo, llevó una vida ermitaña y con muchas carencias. Vivía cual náufrago en medio de la ciudad.

Un buen día se apareció por su casa un desconocido acompañado de un escribano. Exhibían un documento que certificaba que la propiedad tenía un dueño y exigían su inmediato desalojo. Un sencillo trámite de “caranchos”. Abogados que escarban entre papeles buscando viviendas que se quedan sin herederos para falsificar papeles. Como Marcelo desoyó la advertencia el nuevo dueño con un escribano más la policía irrumpieron con prepotencia y lo echaron a la calle. Marcelo se les sentó en el cordón de la vereda y con paciencia hindú se les plantó por días. Los planes “caranchos” se vieron sobresaltados mientras la vecindad comenzaba a organizarse en defensa de un par en dificultades. Así fue que, rápidamente, una mañana, cuando todo el barrio se encontraba trabajando, una camioneta de Asistencia Social con un enfermero, un psicólogo, más, cuando no, un policía, llegó en “ayuda” de Marcelo para llevárselo y asegurarle una mejor calidad de vida…

El plan carancho resultó un éxito. Se inventan papeles, se hacen de propiedades, se realiza un negocio inmobiliario y se reparte entre todos. Siempre y cuando no pese ninguna maldición…

Dos días después la empresa de demolición entró a la casa. En la última pieza del tipo chorizo se encontraron con una desagradable sorpresa: el cadáver (ya un esqueleto) de Vicente, el mayor de los hermanos, yacía escondido debajo de la cama. Marcelo nunca supo cómo ni qué hacer con el cuerpo de su hermano luego de que sufriera un paro cardíaco letal.

Hoy, sobre el mismo lote, se construyó un edificio de tres pisos con 11 unidades. Todavía no se vendió ninguna. Ya van para tres años del final de obra. Esta historia es real me juraron en el café.

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Salí a la calle y caminé los 200 mts que lo separan de esta historia. Es verdad. Cualquiera puede pasar por Las Casas al 4000 y ver el cartel de venta colgando del balcón de una fea construcción que rompe con la armonía de casas antiguas. Si se tientan, por las dudas no compren. La maldición de Marcelo se puso en marcha.

Florencio Sánchez (Parque Patricios), la cuna del Bambino

El Florencio Sánchez es un café que data de 1929. Está en el límite entre Parque Patricios y Boedo. En una de las siete esquinas que traza la diagonal Chiclana. Deán Funes y Chiclana. El sitio transpira fútbol de dos cuadros con anclaje barrial: Huracán y San Lorenzo. Sin embargo, sus actuales dueños son fanáticos del Deportivo La Coruña. Y con este dato es innecesario agregar el origen.

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En este café se «crió» el Bambino Veira, vecino del lugar. También sirvió de escenario a distintos programas de TV . Por sus mesas pasaron: Ricardo Lavolpe,  Carlos Babington y Jesica Cirio. Juan Sasturain grabó uno de sus programas Ver para leer (Telefe).

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Super

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El Super es una rara cafés. Antiguamente compartía una identidad común con la gran mayoría de sus pares en Buenos Aires. Hoy está casi en extinción. Se encuentra en una esquina (Av. San Juan y Mármol), dispone de triple entrada, revestido en madera, ventanas guillotina, puertas vaiven. El Super es un café-café. Sólo ofrece productos de cafetería y sanguchería. El pebete de jamón y queso alimenta a un pueblo. Sigue leyendo

El Modelo

Traspasar el umbral de El Modelo invita a retroceder a un tiempo sin apuros ni ansiedades. El café está abierto desde 1920. Lola, su dueña, 89 años, vino a la Argentina en 1950 para casarse con uno de los cuatro gallegos dueños del almacén/café, como solían funcionar en los barrios a principio del siglo XX.

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