Esta historia circula por las mesas del Café San Lorenzo, en Av. La Plata y Avelino Díaz. Los hechos le pertenecen a una casa sobre la calle Las Casas, entre Mármol y Muñiz, Tierra Santa para los fieles del Club Atlético San Lorenzo por estar situado en la manzana donde estuvo ubicado el Viejo Gasómetro y a la cual luchan por volver.
En la casa en cuestión vivía Marcelo. Al menos durante los 50 años que se supo de su vida. Sus padres alquilaban la propiedad desde antes. También allí nació Vicente, el mayor de los hijos. En el barrio se asume que la tragedia se empecinó con esta familia hasta terminar por derrotarla.
Vicente nació con problemas psiquiátricos y desde niño requirió ayuda especial. Un buen día el propietario de la casa donde vivían estos vecinos de Boedo falleció y no dejó herederos. Quiero decir, ya no había a quién pagarle alquiler. La novedad desahogó la tarea de la madre de los chicos que ahora pudo ocuparse de Vicente a tiempo completo. No por mucho tiempo. En el breve lapso de seis meses el destino se llevó la vida de ambos progenitores y los chicos de 18 y 15 años quedaron solos.
Sin acuerdo con la fecha precisa, los vecinos un buen día dejaron de ver a Vicente. Por Las Casas se comentó que lo habían internado en el Borda porque no podía quedar bajo la tutela de su hermano menor.
Los años pasaron y Marcelo con muchas dificultades se fue integrando a la barriada. Sin estudios terminados, sin trabajo, sólo, llevó una vida ermitaña y con muchas carencias. Vivía cual náufrago en medio de la ciudad.
Un buen día se apareció por su casa un desconocido acompañado de un escribano. Exhibían un documento que certificaba que la propiedad tenía un dueño y exigían su inmediato desalojo. Un sencillo trámite de “caranchos”. Abogados que escarban entre papeles buscando viviendas que se quedan sin herederos para falsificar papeles. Como Marcelo desoyó la advertencia el nuevo dueño con un escribano más la policía irrumpieron con prepotencia y lo echaron a la calle. Marcelo se les sentó en el cordón de la vereda y con paciencia hindú se les plantó por días. Los planes “caranchos” se vieron sobresaltados mientras la vecindad comenzaba a organizarse en defensa de un par en dificultades. Así fue que, rápidamente, una mañana, cuando todo el barrio se encontraba trabajando, una camioneta de Asistencia Social con un enfermero, un psicólogo, más, cuando no, un policía, llegó en “ayuda” de Marcelo para llevárselo y asegurarle una mejor calidad de vida…
El plan carancho resultó un éxito. Se inventan papeles, se hacen de propiedades, se realiza un negocio inmobiliario y se reparte entre todos. Siempre y cuando no pese ninguna maldición…
Dos días después la empresa de demolición entró a la casa. En la última pieza del tipo chorizo se encontraron con una desagradable sorpresa: el cadáver (ya un esqueleto) de Vicente, el mayor de los hermanos, yacía escondido debajo de la cama. Marcelo nunca supo cómo ni qué hacer con el cuerpo de su hermano luego de que sufriera un paro cardíaco letal.
Hoy, sobre el mismo lote, se construyó un edificio de tres pisos con 11 unidades. Todavía no se vendió ninguna. Ya van para tres años del final de obra. Esta historia es real me juraron en el café.
Salí a la calle y caminé los 200 mts que lo separan de esta historia. Es verdad. Cualquiera puede pasar por Las Casas al 4000 y ver el cartel de venta colgando del balcón de una fea construcción que rompe con la armonía de casas antiguas. Si se tientan, por las dudas no compren. La maldición de Marcelo se puso en marcha.