El auto estaciona en la puerta del café. La mitad de la cola ocupa el espacio de la rampa para discapacitados. El policía de la Federal que cuida la esquina se incomoda. Aunque no esté dentro de sus atribuciones se supone que debiera decir algo. Al menos manifestarle al impune conductor de la inapropiada acción que acaba de realizar. En verdad, la cuadra entera está ocupada de autos en infracción. Estacionar en esta calle céntrica está prohibido. Pero, los porteños tenemos esa relación con la ley. La sometemos a nuestra voluntad. Hasta aquí una situación de ilegalidad cotidiana que no sorprende a nadie. Salvo que el hecho desafiante sucede en plena zona de Tribunales, sobre la calle Libertad, en la puerta del Petit Colón.
Es un viernes a media mañana y el café desborda de parroquianos. Los mozos van y vienen con desayunos, jugos, tortas. Me siento se acerca un mozo y me trata de caballero. No es una postura ni un modo coloquial de introducirse. El modo responde a las características del lugar. El Petit Colón es un café con estética de gran capital imperial europea. La uniformidad conceptual es su sello. Todo lo contrario a la multiculturalidad que se observa a través de sus ventanales y que dan cuenta de un ritmo febril que no se detiene y donde correr es la media.
En las mesas del Petit, sin embargo, se charla sin tiempo. Los habitues visten corbata, moño, tiradores. En una mesa está Martín Lousteau, el flamante embajador argentino en USA. En otra Jorge Coscia, ex Secretario de Cultura durante el gobierno de Cristina Kirchner. Me doy cuenta que soy el único que ocupa una mesa solo. Todos comparten su rato con otros que se saludan estrechándose las manos. No se besan. En una mesa próxima dos turistas observan en silencio con asombro los contrastes de Buenos Aires (construcciones imponentes, grandes plazas, diagonales, todas manifestaciones de una gran acervo cultural y planificación urbanística, pero con un caótico modo de uso) mientras beben una Coca servida en copas de pie.
Entra una pareja joven empujando un bebe en cochecito. El policía los ayuda abriéndoles la puerta con esmerada cordialidad. Seguramente en un intento de redimir su falta de carácter (o resignación ante lo inevitable) para desalentar a choferes imprudentes. Una pintura. Gentiles y poco afectos a la ley. Indómitos. Porteños.
Dentro del café la música ambiental es una selección de clásicos de jazz. Afuera el caos es un tango remixado. ¿Cuál es la verdadera Buenos Aires? Todas.
Gracias por compartir esta crónica! Esa calle Libertad, esa puerta del Petit Colón!
Justo allí, descubrí mi café frío una tarde de abril. Ese mismo día y guareciéndome del viento, en el Petit Colón escribí esto: https://goo.gl/b80i73
Excelente!!!
Bien ahí. Toa una foto, un corto, una pintura.
Gracias Diego!
Hacía rato que no te leía. Y este me gustó mucho. Al punto que lo compartí con unos amigos que escriben. Uno de ellos, de hecho, tiene en gatera una novela llamada «Nieva en tribunales» y vino al caso.
A ver si un día nos tomamos un café juntos. Otra vez te comenté que «cafés» fue mi ultimo trabajo cuando estudiaba fotografía. Así que me gustaría que lo veas.
Un abrazo y a seguir contando!
Diego
PD: mi web no esta funcionando
Paro siempre en la Flor de Barracas. Cuando andes por el barrio avisame. Abrazo.
Ok, Genial. Te aviso cuando vaya a la parroquia.
Abrazo
Hermosa historia, Carlos. Una mirada atenta y sensible de una ciudad que no se detiene nunca, pero que si uno si prueba hacerlo, un ratito y café mediante… encuentra maravillas como ésta. Gracias por compartirnos esa mirada, un placer leerte.
Gracias Dini. Viniendo de Ud. no puedo menos que sonrojarme.