Hipótesis de café/1 – El café y el tango

VidrieraCon esta nueva categoría se abre un espacio de reflexión que intentará explicar el porqué del vínculo fraternal entre el porteño y el café. Una relación que es anterior a la Revolución de 1810. Dos de los cafés famosos de la primera década del siglo XIX fueron el de los Catalanes –fundado en 1799 y ubicado en lo que hoy es la esquina de Juan D. Perón y San Martín– y el Café de Marco –abrió sus puertas en 1801 en las actuales calles Alsina y Bolivar–. Desde entonces, la importancia del café en la vida cotidiana de la ciudad no ha decaído y su prestigio es reconocido internacionalmente. Sin embargo, el café como institución no es exclusivo del Río de la Plata (se podría afirmar que lo mismo sucede en Montevideo). Está presente en la mayoría de las grandes ciudades de Occidente. Lo que realmente distingue a Buenos Aires por sobre el resto es la relación del café con el tango. El tango es la invención genuina y el aporte más reconocible de la Argentina a la cultural mundial. Dice Ernesto Sábato: “Los millones de inmigrantes que se precipitaron sobre este país en menos de cien años, no solo engendraron los dos atributos del nuevo argentino que son el resentimiento y la tristeza, sino que prepararon el advenimiento al fenómeno más original del planeta, el tango”.

La irrupción del tango en la cultura popular le otorgó un carácter simbólico único a estos espacios de ocio porteño convirtiéndolos en un sitio de cobijo emocional para miles de desarraigados de los movimientos inmigratorios de principios del siglo XX. (Recomiendo la lectura de las publicaciones, dejo links debajo,  de Diego Ruiz sobre los cafés y el tango). Los cafés de Buenos Aires indicaron sociabilidad, pertenencia y reconocimiento. El porteño común construyó su vida en el café, la milonga y el club donde conoció y cultivó la amistad con amigos. Esta tradición se mantuvo inalterable durante las décadas de las grandes inmigraciones permitiendo la integración social de los recién llegados. El tango como producto emergente de esta nueva realidad realizó un aporte de invalorable significación en favor de la reconstitución de las distintas versiones de mundos que traían consigo los inmigrantes. carlos mina tangoEn Tango. La mezcla milagrosa (1917-1956), Premio de Ensayo La Nación-Sudamericana 2006-2007, Carlos Mina, el autor, aborda este tema y dice: El tango, al cumplir la función de elaborar las oposiciones en el proceso de integración de la sociedad post-inmigratoria, se constituyó en una instancia social igualitaria e igualadora, democrática y democratizadora dentro de un país autoritario, verticalista y con el poder centralizado. […] El tango no ha sido funcional a ningún poder. […] El tango no ha sido de nadie, por eso pudo llegar a ser de todos.

La Poesía

Café La Poesía, San Telmo.

Esta estrecha relación cultivada por varias décadas, la de ir al café (el GCBA lo propuso como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y aún está pendiente su definición), construyó una liturgia religiosa. Un acto sagrado. Teoría que adhiero, ejerzo y doy fe. Y la mejor comparación que encontré leyendo material para lo que fue mi Tesis de Maestría la encontré en Rodolfo Kusch que lo compara con las ruinas de Tiahuanacu y las concepciones de las culturas prehispánicas: […] Toda esta penosa lucha por entrar en el café y llegar a la mesa ¿no parece como si uno ingresara en un recinto sagrado? […] ¿y para qué serviría un templo? El hombre lo construye casi por la misma razón por la cual hace una brujería. Para adorar a los dioses o conjurar las fuerzas de la magia hay que trazar un círculo o un cuadrado. ¿Para qué? Pues para separar el espacio que usamos todos los días donde comemos, trabajamos o amamos, del otro espacio, el sagrado, reservado a los dioses y a las fuerzas mágicas. De esta manera dentro del cuadrado se habla con los dioses y afuera con los hombres. Y es más. Adentro uno libera su angustia y afuera trata de ocultarla. […] Pero [para] qué vamos a trazar círculos, si todo está trazado: las cuatro paredes del café, la mesa, la silla, el ventanal. ¿Qué más? Entramos en el café como si saliéramos de un mundo de cosas donde siempre hay que ser alguien, e ingresamos en otro mundo de semillas y posibilidades, del lado de acá del ventanal, donde uno mismo crece como un inmenso árbol, lentamente, mientras se deja estar a través de cada sorbo de café. Y hacer eso ya es sagrado.

Creo que estas reflexiones y aportes de diferentes autores son una buena base para dar inicio a estas hipótesis y seguir pensando a nuestros amados cafés. Habrá mucho más.

 

Más info:
https://cafecontado.com/2013/11/03/los-cafes-y-el-tango/
https://cafecontado.com/2013/11/06/los-cafes-y-el-tango2/
https://cafecontado.com/2014/05/10/otros-cafes-de-tango/

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Cafés de Palermo

Andaba el cronista, el mes pasado, recorriendo los cafés de Villa Crespo y sobre el cierre amenazó con rumbear para el lado de Palermo, cuya historia tanguera está íntimamente ligada a la de aquél, seguramente por vecindad. Y si bien no se trata de un café como los que viene glosando, sino de un salón de baile, no podía dejar de pasar por el pasaje Argañaraz, una sola cuadra que corre entre Estado de Israel y Lavalleja, en ese triángulo que completan Córdoba y Scalabrini Ortiz que un agente inmobiliario algo avispado pretendió, no hace mucho, llamar Palermo “Queens”. Se alzaba allí, en tiempos del Centenario, un salón cuyo real nombre ignoramos, pero ha pasado a la historia -o a la leyenda- con el nombre de la calle y al que Roberto Firpo dedicó, en 1913, el tango homónimo. En 1930 se le ocurrió a Enrique Cadícamo ponerle letra -como haría con No, un hermoso tema de Eduardo Arolas que fue rebautizado Café de Barracas– y, a partir de la grabación de Carlos Gardel, pasó a ser conocido como Aquellas farras.

El_bulin_de_la_calle_Ayacucho_tapa_72A unas pocas cuadras, cruzando la entonces Canning, se encontraba el restaurante y café ABC, en el 602 de Rivera, donde Villa Crespo se confunde con Villa Malcolm. El cronista ya ha comentado que una Ordenanza de 1893 había nombrado Triunvirato al tramo de Corrientes que corría entre Río de Janeiro y Federico Lacroze y, en este caso, una disposición de don Torcuato de Alvear de 1882 había designado Rivera al tramo de Córdoba entre Gascón -donde se bifurcaba de Lavalle (hoy Estado de Israel)- y dicha avenida Lacroze. El ABC fue, en la década de 1920, el escenario de algunos de los protagonistas de la renovación que se iba produciendo en el tango y a la que se le ha dado fecha fundacional en 1923, cuando Julio De Caro se hizo cargo de la orquesta de Juan Carlos Cobián, que se había ido a Nueva York -según las malas lenguas- detrás de una señorita. Así, sabemos que entre 1921 y 1922 actuó en su palco el bandoneonista villacrespense José Servidio (quien escribió la letra de El bulín de la calle Ayacucho junto con su hermano Luis), que venía del café La Puñalada de Triunvirato y Gurruchaga, con Bernardo Germino y César Pizzella en los violines y José Tanga al piano.

El reemplazo de Servidio, en el año 1923, fue de lujo: el pianista Roberto Goyheneche (que así se escribía el apellido, bien vascuence), encabezaba un sexteto integrado por Pedro Láurenz y Enrique Pollet en bandoneones, Emilio “el rengo” Marchiano y Juan Marischi en violines y Luis Bernstein (autor de Don Goyo) en el contrabajo. Goyheneche falleció en 1925, con sólo 27 años, pero entre otros notables tangos nos dejó Pompas y Yo te perdono, con letras de Cadícamo, y De mi barrio, con letra propia y popularizado por Rosita Quiroga (“Yo de mi barrio era la piba más bonita…”). En el incesante ir y venir de conjuntos que caracterizaba la época, Servidio reincidió en el ABC en 1924, incorporando a Tito Roccatagliata en el violín, y este mismo año, debutó con sexteto propio Enrique “el francesito” Pollet, que completaba Antonio Romano en el segundo fuelle, Bernardo Germino y Emilio Marchiano en violines, Luis Bernstein en el contrabajo y el jovencito Osvaldo Pugliese detrás del piano. El conjunto tuvo una larga actuación, con algunos cambios, como José de Grandis (autor de las letras de Cotorrita de la suerte y Amurado) por Marchiano, entre otros. Allí habrían estrenado Recuerdo con letra del palermitano Eduardo Moreno, si bien algunos historiadores sostienen que el estreno exclusivamente musical habría sido, poco antes, en el café Mitre de Villa Crespo por el sexteto del bandoneonista Juan Fava. Lo cierto es que Pugliese, que había debutado en 1921, con sólo 15 años, en el café de La Chancha de Rivera y Godoy Cruz, ya se abría camino como destacado intérprete y compositor, si bien sus primeras partituras -aparentemente por razones legales, dada su minoría de edad- aparecían firmadas por su padre Adolfo. También ese notable año 1924 actuó en el ABC Ricardo “la nena” Brignolo (Chiqué), con Ernesto Bianchi como segundo bandoneón, Antonio Arcieri y Marcos Larrosa en violines, Roberto Goyheneche al piano y Carmelo Mutarelli (quien compuso la música de Mano cruel, con letra de Armando Tagini) en el contrabajo.

Siguiendo nuestro recorrido por Palermo, en la esquina de Canning y Costa Rica se alzaba el café El Maratón donde actuaba, en 1912, el trío integrado por Manuel Aróztegui al piano, Paulino Facciona en violín y Manuel Firpo en el bandoneón. Aróztegui, era negro y Oriental, había venido muy niño a Buenos Aires y, según contó a los hermanos Bates, sintió nacer su amor por la música allá por 1905, cuando concurría a escuchar a Juan Pacho Maglio en un café de Thames y Guayanas (hoy Niceto Vega). Lo cierto es que la temporada en El Maratón sólo duró seis meses, pues un batifondo terminado en tiroteo disuadió al dueño de seguir contando con número musical, por lo que Aróztegui se mudó a un café de amable recuerdo para los boedenses: El Capuchino de Carlos Calvo 3621. En este local, que luego se llamaría Cine Los Crisantemos y pizzería El Clarín -cuando fue la segunda sede de la Peña Pacha-Camac- estrenó su tango El apache argentino en 1913, año en el que también compuso El cachafaz, dedicado al bailarín Ovidio José Bianquet, así apodado y que vivía en un conventillo de Independencia y Boedo donde hoy se alza una sucursal del Banco Nación. Mientras Aróztegui actuaba en El Maratón, en el Atenas, de Canning y Santa Fe, hacían roncha nuestros viejos conocidos los hermanos Santa Cruz, el bandoneonista Domingo y el pianista Juan con Carlos Hernani Macchi en flauta y Alcides Palavecino en el violín, quienes venían de tocar en La Morocha de Triunvirato y Carril.

villa crespo 1Antes de enfilar por Santa Fe hacia el Maldonado, el cronista no puede dejar de mencionar otros dos establecimientos: por un lado, más hacia la Recoleta, y pasando la sombra ominosa de la Penitenciaría Nacional, una glorieta que existía en la avenida Las Heras frente a la iglesia de San Agustín, donde actuaron entre 1915 y 1925 los conjuntos de Vicente Greco, Roberto Goyheneche y Juan Carlos Bazán. Según algunos estudiosos, hacia 1924 solía caer por este recreo Pedro Láurenz después de sus actuaciones en Radio Cultura, y en él estrenó su primera composición, La Revancha. Por otro lado y de nuevo hacia el norte, en la intersección de Las Heras y Bulnes, existía allá por 1914 un almacén y bar donde sentó sus reales el palermitano Adolfo Alejandro Pérez, más recordado por su sobrenombre “Pocholo”, actuando con un trío que completaban Enrique Greco en el violín y Elías De Lellis en la guitarra, cobrando dos pesos por cabeza y por noche.

Como lo prometido es deuda, el cronista se dirige ahora hacia el corazón de Palermo, hacia la ribera del Maldonado que ya visitara el mes pasado en sus andanzas por Villa Crespo. Allí, a pocos metros de los “Portones” de Palermo cuyas puertas abrían el camino a las cervecerías y recreos que en la primeras década del siglo XX fueron el centro de la noche porteña, existían otros lugares cuya historia quedó íntimamente entrelazada con el tango, como el Café La Paloma que aún recordamos en la voz de Ángel Vargas. Pero ése… deberá ser otro callejeo.

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 139, febrero de 2014

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2014/02/n-139-febrero-2014.html

 

Cafés de Villa Crespo

Anduvo, el cronista callejero, recorriendo cafés de tango durante todo el año pasado y en la entrega de diciembre prometió rumbear para otros barrios que mucho tienen que ver con el tema, como Villa Crespo  y Palermo. Así que… allá vamos.

Fábrica Dell cqua

Fábrica Dell’Acqua

Villa Crespo nació, como tantos otros barrios porteños, al compás del loteo de las viejas quintas motivado por el crecimiento de Buenos Aires después de su federalización, el paso del tranvía por las adyacencias y, en muchos casos, por la instalación de alguna importante industria. En este caso fue la Fábrica Nacional de Calzado, hasta entonces ubicada en la calle Balcarce, la que necesitando ampliar sus instalaciones adquirió en 1885 casi treinta hectáreas delimitadas por el Camino de Moreno (Warnes), Ministro Inglés (Scalabrini Ortiz), Boulevard Corrientes y el cauce del Maldonado. En 1888 comenzó las obras de la planta en la manzana de Gurruchaga, Murillo, Acevedo y Padilla, mientras en los alrededores construía viviendas para los futuros obreros con “formato” de conventillo, es decir largos terrenos con un patio central a cuyos lados se ubicaban los “departamentos” individuales, como el luego llamado “Conventillo Nacional” que tenía entrada por Serrano 148-158 y salida por Thames 152. Pronto se instalaron otras fábricas, como los Talleres Metalúrgicos Máspero Hnos., en Serrano 250, la Curtiembre Villa Crespo en 1901 -que a partir de 1919 pasó a llamarse La Federal-, y una empresa cara a los boedenses, la textil Dell’Acqua en Corrientes y Thames, con otro edificio en Darwin, Loyola, vías del ferrocarril y Aguirre construido en 1906. Esta empresa tuvo numerosas tiendas propias en diferentes barrios, como la ubicada en la esquina sudoeste de Independencia y Boedo, que conserva en su frontis el emblema de la marca.

Como en otros casos, por ejemplo la curtiembre de Luppi en Pompeya que el cronista ha citado tantas veces, la radicación de estas industrias en estos parajes fue decidida por el bajo valor de las tierras, generalmente anegadizas, y por la cercanía de algún curso de agua en el que verter los efluentes, en este caso el arroyo Maldonado. En fin, en esos tiempos no había mucha conciencia ecológica, pero esas empresas generaban gran cantidad de puestos de trabajo y así se fue formando el barrio, con un fuerte componente proletario y con eje comercial sobre el Boulevard Corrientes, que por Ordenanza de 1893 pasó a llamarse Triunvirato -desde Ángel Gallardo hasta Federico Lacroze- hasta 1937, en que volvió a ser Corrientes a secas.

unión cívicaComenzando nuestro recorrido hacia el Oeste, casi en el deslinde con Almagro, se levantaba el café La Morocha en en la esquina sudeste de Corrientes y Carril (hoy Aníbal Troilo), donde tocaban allá por el Centenario los hermanos Santa Cruz, el legendario Domingo al bandoneón y Juan al piano, acompañados por Carlos “Hernani” Macchi en flauta y Juan Orioli en el violín. Acotemos que Domingo fue el autor del recordado Unión Cívica que, contra lo que muchos suponen, no se refiere al partido de los boinas blancas sino a su opositor, la Unión Cívica Nacional que respondía a Bartolomé Mitre. En este café también tocó en sus mocedades Augusto Berto (el de La Payanca), cuando aún era alumno de José Piazza.

En el cruce con Canning, que recibió este nombre por la Ordenanza de 1893 antes citada, se levantaba el almacén de Tachella, que había sido pulpería en los tiempos de Rosas, y a partir de allí se concentraban, en pocas cuadras, los más importantes comercios y establecimientos del barrio. En Corrientes 5375, casi Acevedo, se alzaba el Conservatorio Musical Odeón, de un maestro D’Agostino. Allí hizo sus primeros estudios Osvaldo Pugliese, al que su padre había enviado a estudiar violín, y allí descubrió el piano que ya no iba a abandonar. En la siguiente cuadra hacia el Oeste, entre Acevedo y Gurruchaga, existían dos baluartes del tango barrial. Por un lado el café San Bernardo, en el 5434,que llevaba el nombre de la parroquia pero al que muchos le decían “El Nacional de Villa Crespo”, comparándolo al café céntrico; contaba con un amplio salón, rincón para billares y un palco en la mitad de la sala. Allí hizo sus primeras armas la bandoneonista Paquita Bernardo y actuó con distintos conjuntos José Servidio, quien le puso música a los versos El bulín de la calle Ayacucho de Celedonio Flores, los tres nacidos o vecinos de Villa Crespo. Por su parte, en el número 5456, se alzaba otro lugar mítico, el café de Peracca -también llamado Salón Peracca– citado por Cadícamo en Viento que lleva y trae. Había sido construido por José Cervera en 1890 como Teatro Villa Crespo y por su salón pasó la vida cultural de la primera década del siglo hasta que lo compró el comerciante José Peracca, que le dio su apellido y lo destinó a reuniones bailables donde también actuaron los hermanos Santa Cruz, tanto como Vicente Greco. Después de otros destinos como venta de adornos y la imprenta del periódico vecinal El Látigo, dirigido por Domingo Di Filpo, fue demolido en 1945.

adan-buenosayresAl llegar a Gurruchaga se encontraba el café La Puñalada, cuyo palco era frecuentado también por José Servidio con Luis Bernstein en contrabajo y Juan Pedro Castillo en violín y, pocos metros después, en el número 5566, la glorieta La Victoria de Rossini, citada por Leopoldo Marechal en su Adán Buenosayres. Estos establecimientos contaban con un espacio al aire libre donde se podía tomar cerveza, escuchar música, bailar o inclusive jugar a las bochas. En este caso, pertenecía a Ciro Rossini y en su palco actuaron en diferentes épocas el ya citado Servidio, Paquita Bernardo, el “Tano” Genaro Espósito, Héctor Mauré y Mario Pugliese. Al cierre de la glorieta, el local pasó a ser el café La Victoria.

Otro recordado café del barrio fue el Venturita, en el cruce de Corrientes y Serrano, donde actuaron Augusto Berto (bandoneón), Domingo Salerno (guitarra) y Francisco Canaro en la década de 1920. Éste último cuenta en sus Memorias que el techo del local era algo bajo, por lo que el palco quedaba tan encimado al mismo que le causaba numerosos inconvenientes para ejecutar el violín.

Siguiendo nuestro recorrido, se nos presenta un problema historiográfico que no podemos eludir. En la esquina sudeste de Corrientes y Dorrego se alzaba desde el último tercio del siglo XIX la pulpería del catalán José Más, que luego fue el café La Tapera. Algunos testigos e historiadores juran y perjuran que allí estuvo el café Trianón, citado por Enrique Cadícamo en el tango Muñeca brava; otros dicen que no, que la referencia es sólo una ironía, pues el “Gran Trianón” fue un palacio construido por el rey Luis XIV, mientras el “Pequeño Trianón” lo fue por Luis XV, contando éste último con biblioteca, invernadero, escuela botánica, zoológico y otras lindezas. “Sos del Trianón… del Trianón de Villa Crespo” dice el poeta en relación a la mina que se hace la francesa pero cuyo origen es bien proletario, como lo era en ese entonces el barrio al que nos estamos refiriendo. El problema es que las viejas guías de Buenos Aires como la Kraft, así como las telefónicas, no consignan los comercios por su nombre de fantasía o “marca”, sino por la razón social que los explota, por lo cual es posible que la polémica no tenga solución, por lo menos hasta que aparezcan testimonios fehacientes en uno u otro sentido.

nuabcSi bien ha debido dejar en el tintero muchos otros lugares de tango, salones y peringundines varios, el cronista debe ahora dirigir sus pasos hacia el límite con Palermo, en busca de dos lugares que pertenecen a la leyenda porteña, el salón Argañaraz  de la cortada epónima y el café ABC, de Canning y Córdoba. Pero ese… será otro callejeo.

 

 

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 138, enero de 2014

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2014/01/n-138-enero-2014.html

 

Otros cafés de tango

El cronista anduvo todo este año recorriendo barrios en su faceta de coleccionista de cafés y, allá por agosto, afinó la puntería para dedicarse a los cafés de tango, esto es a aquellos establecimientos que supieron tener un palquito, un escenario o tan sólo un rincón donde famosos o anónimos musicantes fueron desarrollando ese género musical. Para seguir el hilo cronológico, debió arrancar desde el viejo San Nicolás de antes del Centenario -tres décadas antes de que Corrientes se convirtiera en “la calle que nunca duerme”, como decía Roberto Gil-, pasando por San Cristóbal, La Boca y Barracas y, llegado a ese punto, decidió seguir su periplo por los barrios del Sur.

corrales-viejos-caseros-y-monteagudo foto parque patricios blogParque Patricios, tanto como Almagro y el actual Boedo, fueron barrios muy frecuentados por los payadores de fines del siglo XIX y principios del XX, dada la existencia en el primero del matadero, aquellos Corrales Viejos que funcionaron entre 1871 y 1901. El cronista ya ha mencionado antiguas pulperías que se fueron convirtiendo en cafés, cediendo el paso el canto de contrapunto al naciente cantor nacional -como José Betinotti- o a los humildes tríos y cuartetos de la primera época y, sin embargo, es muy escaso el registro o la memoria de estos establecimientos que, seguramente, fueron muchos. Entre los recordados está la pulpería de Caseros y Almafuerte, luego Café El Parque, que contó con la presencia de Gabino Ezeyza, José Higinio Cazón, Betinotti y donde alguna que otra vez cantó el joven Carlos Gardel. cafe benignoOtro, que ha pasado a la leyenda a través del emocionado recuerdo de Homero Manzi, era el Café de Benigno, en la calle Rioja 2179 de la actual numeración “(…) desde cuyo palco molía tangos el bandoneón de ‘Arturo La Vieja’, y en cuya pizarra de billar se colocaba el resultado de los partidos de primera cuando no había radio ni sextas ediciones (…)”. En las guías comerciales de la época figura como “Benigno Fernández, Conde y Cía., Bar”, e incluso se lo puede divisar en alguna foto antigua, y Arturo La Vieja no era otro que José Arturo Severino, un fuellero nacido en 1893 en Parque Patricios que se había iniciado en la guitarra, pero al que Sebastián Ramos Mejía empujó a estudiar el bandoneón, falleció joven en 1934 y fue el crédito del barrio.

Unas cuadras hacia el norte, en el cruce de Rioja y Salcedo, con el paredón de Vasena como telón de fondo, existía hacia el Centenario un almacén y bar cuyo nombre no ha perdurado. Allí actuó, entre 1909 y 1916 un cuarteto encabezado por Rafael Iriarte en la guitarra, Pepe Ferro en bandoneón, José Rodríguez en el violín y un tal “Nerón” en… mandolín, según refiere Jorge Bossio en su obra Los cafés de Buenos Aires: Reportaje a la nostalgia que tantas veces hemos citado. Iriarte, cuyo apodo era “el Rata”, o más suavemente “el Ratita”, ya era conocido por esos barrios, pues su debut profesional fue en un café de San Juan y Mármol en 1907. Nacido en 1890, al fallecer su padre fue enviado a San Luis, pero parece que el campo y sus labores no le sentaron muy bien, pues se volvió apenas pasados tres años, tampoco los trabajos regulares en firmas como Mihanovich o el Expreso Villalonga, prefiriendo tocar la guitarra y salir de serenata… Lo cierto es que en el transcurso de esas correrías, según contó el propio Iriarte a los hermanos Bates (Historia del tango, Fabril Editora, 1936), conoció en el café mencionado al bandoneonista Luis Solari -que algunos consignan como maestro de Genaro Espósito- y al Ciego Míguez, que presumimos violinista, comenzando a actuar como trío. Sin embargo Iriarte, que se ve que era andariego, pronto levantó vuelo junto a Ricardo “la Nena”Brignolo hacia un café ubicado en Rincón y Garay, más tarde en una gira por el interior del país y, en 1916, rumbo a las luces del Centro donde actuó en el café El Quijote de Corrientes 959, donde luego se alzó el primitivo Los 36 billares hoy en trance de desaparición. Rafael Iriarte nos dejó una abundante obra, pero seguramente el lector lo recuerda por Trago amargo, que compuso en 1925 con Julio Navarrine y comienza: “Arrímese al fogón,/ viejita, aquí a mi lado./ Y ensille un cimarrón/ para que dure largo…”, verdadero epítome de la explotación filial.

cachafaz1¿Y por Boedo, cómo andamos? Extraña circunstancia la de este barrio que, en el imaginario popular, es sinónimo de “barrio de tango”. Es cierto que en su perímetro, o en sus aledaños, vivieron numerosas personalidades vinculadas al género, pero en los tiempos heroicos de la formación del mismo es muy escaso su protagonismo. Por ahí andaban Betinotti (Quintino Bocayuva y México) y su maestro Luis García Acosta (Venezuela y Maza); Juan Cianciarulo, primer maestro de violín de Cátulo Castillo, tenía su Conservatorio Bonaerense en Boedo 771, y Antonio Arona -padre de Oscar Arona, el de Malvón, Parque Patricios, El cornetín del tranvía, Bailongo de los domingos, etc.- el propio en San Ignacio 3677; los hermanos Sureda eran del barrio y El Cachafaz vivía en el conventillo de Boedo e Independencia donde hoy se alza el Banco Nación… Pero en la nomenclatura urbana en que según los historiadores se formó el tango, Boedo tiene poca o nula figuración; repetimos, es posible que sea un problema de registro: las expresiones más populares de la cultura no suelen quedar consignadas -y menos en aquellos tiempos- en la historia, y a veces ni siquiera en las letras de molde.

Sin embargo, contamos con un par de referencias -si bien escasas, no por ello menos importantes- de cafés de tango en Boedo. Por un lado, el cine-bar El Capuchino de Carlos Calvo 3621, así llamado porque si bien no se cobraba entrada era obligatoria la consumición de dicha bebida. Según los hermanos Bates allí habría estrenado el moreno Manuel Aróztegui su tango El apache argentino en 1913. Notable destino el de este local, hoy convertido en pelotero para niños: primero mejoró su nivel, convirtiéndose en el cine Los crisantemos, de Juan Spíndola, y luego en la pizzería El clarín, donde se reunían los integrantes de la Peña Pacha Camac para reponer energías después de sus tenidas en los altos del café Biarritz. Se ve que las porciones de muzzarella y fainá acompañadas de vino tinto forjaron una amistad con el dueño, pues cuando debieron desalojar el Biarritz en 1938, los cofrades de la Peña se instalaron en el subsuelo del establecimiento por varios años. Otra referencia incumbe al violinista Rafael Tuegols, gran amigo de Arolas, en cuya vasta obra se destacan La gayola y Príncipe, que integrando un cuarteto también integrado por Antonio “el ruso” Gutman en bandoneón, Roque Ardid en piano y Luis Aulisini en flauta actuó en 1913 en un impreciso café de San Juan y Boedo. En cuál, no lo sabemos, pues en esos tiempos en la esquina sureste se alzaba el almacén de Pérez y Posse, en la noreste el Nuevo Banco Italiano, en la suroeste la farmacia de Santo Chianelli y, en la esquina noroeste, la “sastrería y confecciones” Los dos petizos de Diez y Seoane.

Antes de regresar al origen, al barrio de San Nicolás, donde en la década de 1940 transcurrirá la edad dorada del tango y sus cafés, es necesario sin embargo referirnos a otros dos barrios fundamentales en nuestro recorrido, Villa Crespo y Palermo. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 137, diciembre de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/12/n137-diciembrede-2013-sumario-100anos.html

 

Los cafés de La Boca

Andaba el cronista, en su último callejeo, recorriendo los cafés de San Cristóbal en los que floreció el tango en la primera década del siglo XX y comentaba que, simultáneamente, se había formado otro polo en La Boca alrededor del cruce de Suárez y Necochea. El sufrido lector que frecuenta esta columna recordará que en 2010 el cronista ya anduvo glosando la vida de este último barrio en los días del Centenario, pero para aquellos que han tenido la suerte de no conocerla pero que han caído en las garras de este pasquín, se hace necesario un pequeño racconto:

Horacio Coppola: Buenos Aires (1936) Vuelta de RochaEl Riachuelo fue el puerto natural de Buenos Aires desde los tiempos fundacionales, cuando los indios tenían la mala costumbre de pretender, vuelta a vuelta, almorzarse a algún conquistador. Pero su época de oro comenzó a partir de 1857, cuando se empezó a dragar sistemáticamente, y especialmente en los años en que el ingeniero Luis Huergo dirigió las “Obras del Riachuelo”, ampliando la Vuelta de Rocha hasta sus orillas actuales. Entre 1880 y la inauguración del Puerto Nuevo La Boca fue el “barrio marinero” de Buenos Aires, con un movimiento anual de miles de barcos mercantes y de pasajeros, poblado de astilleros, carpinterías y almacenes navales y, lo más importante, de gente de mar y río que allí se afincaron. Al comenzar el siglo XX era uno de los barrios más dinámicos y pujantes de la ciudad, con un movimiento comercial, bancario, cultural y social que, unido a su homogénea demografía -una abrumadora mayoría de italianos, mayoritariamente ligures- le daban una identidad única. Pero precisamente por su condición portuaria era frecuentado por personas de paso: marineros que permanecían ociosos mientras sus naves cargaban y descargaban o simplemente hombres solos que buscaban diversión o compañía femenina. Como decía el cronista en aquellos artículos, Buenos Aires registraba una gran desproporción entre ambos sexos debido a la inmigración. Los hombres solían viajar solos a probar fortuna hasta que más o menos se establecían y podían llamar a su familia, lo que favoreció el auge de la prostitución en la ciudad y sus alrededores, tanto en lenocinios declarados como, más discreta o encubiertamente, en otros lugares de esparcimiento como los cafés-concert y los cabarets.

Así pues no puede extrañarnos que ya por 1878 haya memoria del “bailetín del Palomar”, conocido también como “el baile de Tancredi” que abría sus puertas en la esquina sudeste de Suárez y Necochea, donde le sucedió el café El Molino. Cuenta el historiador Jorge Bossio en Los cafés de Buenos Aires: Reportaje a la nostalgia (Buenos Aires, Plus Ultra, 1995) que “… El ingreso al salón era gratuito, pero el derecho al baile era cobrado a razón de cinco centavos la pieza, cobranza que ejecutaba el propio Tancredi, acompañado de un ostentoso trabuco, por si el bailarín se volvía remiso en el pago”. Bossio, siguiendo los dichos de Juan de Dios Filiberto a Antonio J. Bucich -el historiador por antonomasia del barrio- comenta que José Tancredi era un toscano proveniente de Ensenada que luego le compró a su padre una propiedad en Olavarría 287, adonde trasladó el bailongo, versión que sería coherente con otra que asegura que el padre de Filiberto fue largos años “regente” de dicho establecimiento. Juan de Dios FilibertoAcotemos que don Filiberti, que así era el apellido original, era conocido por el alias de Figurita -según algunos historiadores- por su habilidad en el baile, y por Mascarilla o Mascarita -según otros-, que el cronista supone debido a marcas de viruela, tal como medio siglo antes fue llamado el gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López, por dicha razón.

Pero, como vemos, “lo de Tancredi” no era específicamente un café, sino un salón de baile en el que seguramente se expendían bebidas. Al filo del cambio de siglo le sucedieron, en esa esquina de Suárez y Necochea, verdaderos cafés con número musical como el Café La Marina de Suárez 275, donde actuaba en 1907 “el alemán” Arturo Bernstein con un trío improvisado. En 1908 le sucedió el legendario “tano” Genaro Espósito acompañado por “el tuerto” José Camarano en guitarra y Agustín Bardi en violín (sí señor, el primer instrumento de Bardi fue el violín, que luego cambió por el piano); tras un paso por un boliche de San Telmo, su barrio natal, Espósito volvió a La Marina en 1912 con Alcides Palavecino en violín y “el negro” Harold Phillips en el piano. El abrojitoCon respecto a Bernstein, al que no hay que confundir con su  hermano Luis, el autor de El abrojito y de Don Goyo, refiere Juan Silbido que fue uno de los primeros músicos en tocar con partitura, en una época de orejeros, y cita una anécdota recordada por Carlos de la Púa: en cierta ocasión se trabó una calurosa polémica, en un grupo de músicos, sobre qué orquesta habían escuchado la noche anterior, si la de Bernstein o la de Spósito; Ernesto Ponzio, que escuchaba la discusión, falló con autoridad “Si los cosos tocaban con el papelito al frente, era la del Alemán; si se mandaban el repertorio al aire libre, era la del Tano”. Allá por el Centenario Bardi volvió a La Marina, ya al frente del piano, en un cuarteto que lideraba el bandoneonista Graciano De Leone (el de Tierra negra y El pillete) y completaban “el francés” Julio Doutry en violín e Ignacio Fuster en ¡violoncello!

Frente a La Marina, según Bossio, se alzaban el Café Edén -llamado también Café de la Turca-, donde actuaban los hermanos Vicente y Domingo Greco con Ricardo Gaudencio (el de El chupete) y el Café de Teodoro, donde habría actuado un joven Roberto Firpo. Es conocida la anécdota de que fue en un cafetín de La Boca donde, por un quítame allá esas pajas, Firpo fue marcado con un feite en la cara por su violinista, “el rengo” Ernesto Zambonini. Éste, que era de muy malas pulgas y peor bebida, no contento con el tajo se fue a su casa y escribió un tango, Recuerdos de Zambonini, al que Firpo contestó, con bastante sentido del humor y argumentando que había sido a traición, con otro: Mal pegador.

cafe royalPor Necochea, por su parte, se alzaba el Café Concert  de Benito Priano en el número 1224, mientras a su frente, en el 1221, estaba el Café Royal, más conocido por Café del Griego, donde debutó en 1908 Francisco Canaro aunque, en realidad, su primera actuación había sido en el pueblo de Ranchos, como parte de la gira obligada por pueblos del interior que hacían los músicos noveles en esos tiempos. En el Royal actuaba en un trío integrado por Samuel Castriota (Lita, o sea Mi noche triste) al piano y Vicente Loduca en bandoneón. Por allí se apareció una noche de 1909 un muchachito de Barracas, de sólo 17 años, que llamó la atención de la concurrencia por su pinta de cajetilla: pantalón bombilla de fantasía, traje a cuadritos de ribetes claros, sombrero requintado y guantes con los anillos puestos por encima. También portaba una jaula, como aún se llama al estuche del bandoneón y, al finalizar la actuación del trío, los músicos se acercaron a su mesa a conversar. Palabra va, palabra viene, alguien mencionó que el pibe había compuesto un tango, por lo que fue invitado a pelar el instrumento e interpretarlo; era Una noche de garufa y el éxito fue instantáneo entre la concurrencia, que lo obligó a repetirlo varias veces. Pronto el autor y su tango ocuparían su propio lugar -¡y qué lugar!- en los cafés con orquesta, pero ese… será otro callejeo.

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Nº 135, octubre de 2013

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Los cafés y el tango/2

Andaba el cronista callejero, en su vagabundeo de agosto, intentando entrar en un tema tan caro a la porteñidad como lo es el de los cafés de tango. Y para ello debió hacer una pequeña reseña de los locales donde se desarrolló la prehistoria de dicho género musical: locales de baile elegantes y otros no tanto, peringundines varios, los centros de las colectividades inmigrantes que tan importante papel tuvieron en el desarrollo de nuestra sociedad… Hecho el introito es hora de poner las cartas sobre la mesa para no aburrir al sufrido lector, pero el cronista no sabe por cuál barrio empezar para no herir susceptibilidades, así que se ha decidido por un orden más o menos cronológico y ceñirse estrictamente a los cafés y bares que contaron por lo menos con un instrumentista, dejando de lado cabarets y otras yerbas que convertirían su crónica en una enciclopedia en chiquicientos volúmenes.

el chocloSin embargo, al comenzar esta parte de la historia con dos tangos primigenios, exceptuando al ya mentado El entrerriano, no le queda al cronista otro remedio que violar su propia regla al referirse a El choclo: según Francisco García Jiménez –de cuya precisión en afirmaciones y fechas han dudado algunos autores, pero cuya bien cortada y facunda pluma es de referencia ineludible– hacia 1903 Ángel Villoldo actuaba en el café-concierto Variedades de Rivadavia al 1200, donde también lo hacían Pepita Avellaneda y un tirador al blanco apodado Flo, que con los años sería el actor Florencio Parravicini. Un día, después de la función, se habría encontrado en un “estaño” de la cortada Carabelas con José Luis Roncallo –hijo del músico que integraba la firma Rinaldi–Roncallo, fabricante de organitos a manivela–, formado musicalmente con su padre y con Santo Discépolo y que tocaba con su conjunto en el restaurante y hotel Americano, de Cangallo 963. Villoldo le habría interpretado en la guitarra un “tanguito” que hacía ya tiempo había compuesto, y Roncallo decidió estrenarlo, con la salvedad de denominarlo “danza criolla” “para no levantar la perdiz ante el dueño del local y para no alarmar a las distinguidas damas comensales”. Así pues, el 3 de noviembre de 1903 –en el barrio de San Nicolás– habría sido estrenado uno de los tangos más populares de todos los tiempos, aunque otros autores dan 1905 y otras fechas.

La_Morocha_PartituraEl otro tango fundacional al que nos referimos, La Morocha, fue también compuesto y estrenado en San Nicolás: el 25 de diciembre de 1905 Enrique Saborido tocaba el piano en una fiesta en “lo de Ronchetti”, nombre que se daba al Bar Reconquista –sito en Lavalle y la calle epónima, esquina noroeste–  cuando improvisó la melodía. Después habría ido en busca de Villoldo esa madrugada, quien le acopló la pegadiza letra. Según el propio Saborido, en nota de Caras y Caretas, fue estrenado en el mismo bar por Lola Candales mientras algunos dicen que lo estrenó Flora Hortensia Rodríguez, la notable tonadillera esposa del precursor Alfredo Gobbi y madre del inolvidable violinista, compositor y director del mismo nombre. Lo cierto es que, editado por Luis Rivarola en 1906 en su imprenta de la calle Artes (hoy Carlos Pellegrini) 165, alcanzó en su primera edición los 300.000 ejemplares y fue embarcado de polizón en la fragata Sarmiento por los cadetes, recorriendo y siendo conocido en el mundo. En la esquina mencionada, una placa recuerda el nacimiento de La Morocha.

Hecha esta necesaria y justa salvedad, el cronista ya puede salir del Centro hacia los barrios que en esa primera década del siglo XX se constituyeron en verdaderas usinas tangueras, San Cristóbal y La Boca. Con respecto al primero, ya se ha mencionado la presencia del local de María la Vasca Rangolla en Carlos Calvo 2721, a pocos metros de la casa donde nacerían los De Caro, y ahora es menester referirse a la zona de Sarandí y Cochabamba, donde existían varios conventillos que el tiempo se llevó. En uno de ellos, en Sarandí 1356, vivía una familia Greco de evidente inclinación filarmónica ya que el padre, Genaro, tocaba el mandolín mientras que de los ocho hijos cuatro salieron músicos: Domingo guitarrista, Ángel guitarrista y cantor –de quien recordamos Naipe marcado–, Elena pianista y Vicente la guitarra y la concertina. Según relató Julio De Caro en El tango en mis recuerdos, el legendario Sebastián Ramos Mejía escuchó a Vicente ejecutar ese último instrumento cuando tenía catorce años y aconsejó a la familia comprarle un bandoneón, dándole las primeras y quizás últimas clases. La cuestión es que en 1906, tras el entonces obligado periplo por localidades del interior de la Provincia de Buenos Aires, lo encontramos tocando el fuelle en el Salón Sur, un bar ubicado en Pozos y Cochabamba y, antes de 1910, sentaba sus reales en El estribo con su Orquesta Típica Criolla que integraban Lorenzo Labissier en bandoneón, Vicente Pecce en flauta, Agustín Bardi al piano y Juan Abbate y Francisco Canaro en los violines. Y aquí cabe aclarar que en un conventillo de Sarandí 1358, pared por medio con los Greco, vivía una familia Canarozzo en la cual cinco hijos también se dedicarían a la música bajo el apellido Canaro: Francisco, Mario, Rafael, Humberto y Juan.

eduardo arolasEl solar en el que se levantaba El estribo había pertenecido a los Anchorena y luego a los Frers, en Entre Ríos 763/67, al lado de la confitería y panadería Tanoira que a su vez había sido fundada hacia 1860 en la misma avenida pero en el 650. En este histórico café también actuaron Eduardo Arolas (foto), Roberto Firpo, Tito Roccatagliata, Prudencio “el Johnny” Aragón –gran amigo de Vicente Greco y a quien se le atribuye la paternidad de Ojos negros–, ejercieron su difícil arte payadores como José Bettinoti, Ambrosio Ríos, Federico Curlando, Luis García y, hasta después de 1911, amenizó las veladas el dúo Gardel–Razzano, que hacía doblete con el Café del pelado de Entre Ríos y Moreno, esquina sudeste.

Otros cafés de San Cristóbal de larga memoria fue El protegido, de San Juan y Pasco, donde actuó en la década de 1910 Samuel Castriota, el autor de El arroyito y de Lita, que con letra de Pascual Contursi se convirtió en Mi noche triste, y El caburé, de Entre Ríos entre San Juan y Cochabamba (entre el 1274 y el 1280 actuales). el caburéNo sabemos si éste último debió su nombre tan sólo a la inspiración del dueño o si, en cambio, lo tomó del tango que Arturo De Bassi compuso en 1909 con letra de Roberto Lino Cayol y que pronto alcanzó gran popularidad, pero sí se conserva el dato de que allí debutó en 1914 Ricardo “la nena” Brignolo, el autor de Íntimas y de Chiqué, y que entre otros actuaron el bandoneonista Arturo “el alemán” Bernstein y Ricardo González Alfiletegaray, más conocido como “Muchila” y que fuera compañero de Francisco Canaro en sus primeras formaciones que, con muchos de los nombrados, desarrollarían una nueva etapa en la evolución del tango alrededor de la esquina de Suárez y Necochea, en La Boca. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

El Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 134, septiembre de 2013

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Los cafés y el tango

cafe- inmortalesAndaba el cronista, en la entrega de julio, reseñando los cafés elegantes de principios del siglo XX y prometía, cerca del final, ocuparse de los cafés literarios que por esa época comenzaron a florecer en Buenos Aires. Pero repasando un poco sus archivos y la colección de Desde Boedo que piensa dejar para sus nietos cayó en la cuenta de que a lo largo de los años, desde 2010, había hablado largo y tendido tanto de La Helvética como del Aue’s Keller, de La Brasileña y de Los Inmortales (foto), del almacén de Piaggio y de varios otros tugurios de la cortada Carabelas donde sentaban sus reales Rubén Darío, Florencio Sánchez, Evaristo Carriego, José González Castillo y tantos otros literatos de esos tiempos. Así pues, se dijo que en realidad, si quería seguir el hilo cronológico que venía desarrollando, le tocaba evocar los primeros cafés y establecimientos donde si bien no nació, se desarrolló el tango.

No es propósito del cronista terciar en la disputa sobre el lugar de nacimiento de ese género musical, en la que tanto se ha argumentado en favor de uno u otro barrio. Jorge Luis Borges, que para algunas cosas era muy sagaz, decía en su “Historia del Tango” incluida como apéndice de su Evaristo Carriego: He conversado con José Saborido, autor de Felicia y de La Morocha, con Ernesto Poncio, autor de Don Juan, con los hermanos de Vicente Greco, autor de La viruta y La Tablada, con Nicolás Paredes, caudillo que fue de Palermo, y con algún payador de su relación (…) Interrogados sobre la procedencia del tango, la topografía y aun la geografía de sus informes era singularmente diversa: Saborido (que era oriental) prefirió una cuna montevideana, Poncio (que era del barrio del Retiro) optó por Buenos Aires y por su barrio; los porteños del Sur invocaron la calle Chile, los del Norte, la meretricia calle del Temple o la calle Junín (…)”. Seguramente habría que incluir en esta nómina a los Corrales, pero lo cierto es que a fines del siglo XIX los lugares citados eran los arrabales de una ciudad que –citando la feliz frase de Chico Novarro– iba “creciendo a gritos”. La aparición del tranvía en 1871 interconectó esos suburbios entre sí y con el Centro, permitiendo a la población una movilidad hasta entonces desconocida en una ciudad aún ecuestre, en la que las victorias de alquiler no estaban al alcance de todos los bolsillos y que, por otra parte, dejaba mucho que desear en cuanto al estado de sus calles, aun en pleno Centro.

Con esta inopinada ayuda, el nuevo género pronto se extendió por los incipientes barrios y recaló en las “academias” o “cafés de camareras” de San Cristóbal –Solís y Estados Unidos, Solís y Comercio, Pozos e Independencia– y San Nicolás, por 25 de Mayo, por Maipú, por Viamonte (“la meretricia calle del Temple” que cita Borges), por las inmediaciones del Parque de Artillería y por la calle Paraná, donde existían lugares non sanctos en los cuales tocaban desde mediados de los años Ochenta el violinista Casimiro Alcorta –quien habría compuesto allá por 1884 el tango Cara sucia, cuyo título original es irreproducible, luego recopilado por Francisco Canaro–, el violinista y guitarrista Eusebio Aspiazú y el flautista Vicente Pecci; en los famosos cafetines de la Boca; en el Bajo de la Batería; en los “clandestinos”, como el de Laura, en Paraguay y Centro América (hoy Pueyrredón), el de María la Vasca Rangolla, en Carlos Calvo 2721 –donde el moreno Rosendo Mendizábal estrenó El entrerriano allá por 1897 o 1898–, o el de Concepción Amaya (Mamita), en Lavalle 2177, donde habría hecho lo propio en 1900 Ernesto Ponzio, el pibe Ernesto, con su inaugural Don Juan, compuesto hacia 1898.

Cafe_de_HansenOtro rumbo, algo más presentable, fue el de los “Portones” de Palermo: el Belvedere, El Tambito, El Quiosquito, el Pabellón de las rosas o el paradigmático Hansen (foto) que no eran propiamente cafés, sino cervecerías o restaurantes donde las patotas de “niños bien” se entreveraban con compadritos y pesados con resultados muchas veces sangrientos. Fue en El Tambito donde “Cielito” Traverso mató de una puñalada, en 1901, a Juan Carlos “Vidalita” Argerich, amigo de Jorge Newbery, por una cuestión ocasional, según algunos, pasional, otros, y ese enfrentamiento que refleja Celedonio Flores en los primeros versos de Corrientes y Esmeralda perduraría hasta bien entrada la segunda década del siglo. Acotemos que este “Cielito” Traverso era uno de los hermanos –Yiyo, Constancio, Félix y el nombrado– propietarios del café O’Rondeman de Humahuaca y Agüero, frecuentado por el joven Carlos Gardel y que eran los caudillos roquistas del Abasto, como hemos relatado en el número de diciembre de 2012 de esta columna.

Algo alejados de estas turbulencias, florecían por la misma época, por el Centro y aledaños, asociaciones de inmigrantes, que además de su objetivo primordial de “socorros mutuos” también organizaban bailes y otras actividades recreativas. Para ceñirnos solamente al Centro citaremos la Societá Colonia Italiana de Socorros Mutuos, de Paraná 555; la Societá Lago di Como, de Cangallo 1756; la Sociedad Filantrópica Suiza, de Rodríguez Peña 254; la Societá L’Operaio Italiano, de Cuyo (hoy Sarmiento) 1374, con sucursal en Andes (hoy José Evaristo Uriburu) 1240; la sociedad Federal Suiza, de Florida 753; el Centro Eslava, de Suipacha 441; Codigos_BaileUnione e Benevolenza, de Cangallo 1358; la Sociedad La Argentina, de Rodríguez Peña 361 y el mítico Salón San Martín, de la misma calle al 344, que fuera conocido como “el Rodríguez Peña” y al que Vicente Greco dedicó en 1911 su famoso tango homónimo. Sobre el salón Rodríguez Peña refiere García Jiménez en Así nacieron los tangos que “(…) competía entonces, con ventaja, en cuanto a la afición tanguista con otros de asociaciones mutualistas constituidas por honestos súbditos de Víctor Manuel II y Alfonso XIII (…) Éstos se arrendaban a la heterogénea clase media del tango, en noches de entre semana o domingos a la tarde, porque los sábados estaban dedicados a las propias fiestas de las colectividades (…) Reinaba allí el tango sin cortapisas. El lugar era algo así como un término divisorio entre el remoto piringundín de La Tucumana, alumbrado a querosene y con el arroyo Maldonado atrás, y la coqueta casa de madame Jeanne, en la calle Maipú al norte, con moblaje Luis XV y cortinados de seda (…)”.

El lector disculpará la larga parrafada pero al cronista le parecía necesaria para delimitar la cuestión porque todos los lugares nombrados eran, fundamentalmente, lugares de baile, de sociabilidad y también de transacciones amorosas; pero el café con palco u orquesta que estaba naciendo por la misma época era otra cosa. Allí no iban los hombres a bailar, sino a escuchar tangos, a poner los cinco sentidos (y quizás algunos más) en la música que los conmovía, y con la que se sentían identificados, en un rito silente en la cual los músicos oficiaban un culto destinado a configurar la identidad de Buenos Aires y de los porteños. Así pues el cronista comenzará a reseñar los primeros cafés donde fue creciendo el tango, pero eso deberá ser… en el próximo callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 133, agosto de 2013

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