Hipótesis de café/1 – El café y el tango

VidrieraCon esta nueva categoría se abre un espacio de reflexión que intentará explicar el porqué del vínculo fraternal entre el porteño y el café. Una relación que es anterior a la Revolución de 1810. Dos de los cafés famosos de la primera década del siglo XIX fueron el de los Catalanes –fundado en 1799 y ubicado en lo que hoy es la esquina de Juan D. Perón y San Martín– y el Café de Marco –abrió sus puertas en 1801 en las actuales calles Alsina y Bolivar–. Desde entonces, la importancia del café en la vida cotidiana de la ciudad no ha decaído y su prestigio es reconocido internacionalmente. Sin embargo, el café como institución no es exclusivo del Río de la Plata (se podría afirmar que lo mismo sucede en Montevideo). Está presente en la mayoría de las grandes ciudades de Occidente. Lo que realmente distingue a Buenos Aires por sobre el resto es la relación del café con el tango. El tango es la invención genuina y el aporte más reconocible de la Argentina a la cultural mundial. Dice Ernesto Sábato: “Los millones de inmigrantes que se precipitaron sobre este país en menos de cien años, no solo engendraron los dos atributos del nuevo argentino que son el resentimiento y la tristeza, sino que prepararon el advenimiento al fenómeno más original del planeta, el tango”.

La irrupción del tango en la cultura popular le otorgó un carácter simbólico único a estos espacios de ocio porteño convirtiéndolos en un sitio de cobijo emocional para miles de desarraigados de los movimientos inmigratorios de principios del siglo XX. (Recomiendo la lectura de las publicaciones, dejo links debajo,  de Diego Ruiz sobre los cafés y el tango). Los cafés de Buenos Aires indicaron sociabilidad, pertenencia y reconocimiento. El porteño común construyó su vida en el café, la milonga y el club donde conoció y cultivó la amistad con amigos. Esta tradición se mantuvo inalterable durante las décadas de las grandes inmigraciones permitiendo la integración social de los recién llegados. El tango como producto emergente de esta nueva realidad realizó un aporte de invalorable significación en favor de la reconstitución de las distintas versiones de mundos que traían consigo los inmigrantes. carlos mina tangoEn Tango. La mezcla milagrosa (1917-1956), Premio de Ensayo La Nación-Sudamericana 2006-2007, Carlos Mina, el autor, aborda este tema y dice: El tango, al cumplir la función de elaborar las oposiciones en el proceso de integración de la sociedad post-inmigratoria, se constituyó en una instancia social igualitaria e igualadora, democrática y democratizadora dentro de un país autoritario, verticalista y con el poder centralizado. […] El tango no ha sido funcional a ningún poder. […] El tango no ha sido de nadie, por eso pudo llegar a ser de todos.

La Poesía

Café La Poesía, San Telmo.

Esta estrecha relación cultivada por varias décadas, la de ir al café (el GCBA lo propuso como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y aún está pendiente su definición), construyó una liturgia religiosa. Un acto sagrado. Teoría que adhiero, ejerzo y doy fe. Y la mejor comparación que encontré leyendo material para lo que fue mi Tesis de Maestría la encontré en Rodolfo Kusch que lo compara con las ruinas de Tiahuanacu y las concepciones de las culturas prehispánicas: […] Toda esta penosa lucha por entrar en el café y llegar a la mesa ¿no parece como si uno ingresara en un recinto sagrado? […] ¿y para qué serviría un templo? El hombre lo construye casi por la misma razón por la cual hace una brujería. Para adorar a los dioses o conjurar las fuerzas de la magia hay que trazar un círculo o un cuadrado. ¿Para qué? Pues para separar el espacio que usamos todos los días donde comemos, trabajamos o amamos, del otro espacio, el sagrado, reservado a los dioses y a las fuerzas mágicas. De esta manera dentro del cuadrado se habla con los dioses y afuera con los hombres. Y es más. Adentro uno libera su angustia y afuera trata de ocultarla. […] Pero [para] qué vamos a trazar círculos, si todo está trazado: las cuatro paredes del café, la mesa, la silla, el ventanal. ¿Qué más? Entramos en el café como si saliéramos de un mundo de cosas donde siempre hay que ser alguien, e ingresamos en otro mundo de semillas y posibilidades, del lado de acá del ventanal, donde uno mismo crece como un inmenso árbol, lentamente, mientras se deja estar a través de cada sorbo de café. Y hacer eso ya es sagrado.

Creo que estas reflexiones y aportes de diferentes autores son una buena base para dar inicio a estas hipótesis y seguir pensando a nuestros amados cafés. Habrá mucho más.

 

Más info:
https://cafecontado.com/2013/11/03/los-cafes-y-el-tango/
https://cafecontado.com/2013/11/06/los-cafes-y-el-tango2/
https://cafecontado.com/2014/05/10/otros-cafes-de-tango/

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Los cafés «elegantes»

Cafe siglo XIX Museo de BilbaoAndaba el cronista, en su último callejeo, rememorando la transformación de las antiguas pulperías urbanas y suburbanas en el “almacén y despacho de bebidas” que por muchos años fue el arquetipo de nuestros cafés de barrio: centro de sociabilidad masculina donde las copas alternaban con el juego más o menos clandestino mientras el cantor o el caudillo político locales desplegaban sus buenas o malas artes. Los hubo en el “Centro” de la aún pequeña Buenos Aires del siglo XIX y fueron acompañando su crecimiento hacia las extensas zonas de quintas que después de 1880 comenzaron a lotearse y dieron nacimiento a los barrios porteños. Pero conviviendo con estos establecimientos si se quiere “populares”, también existieron otros negocios con más pretensiones, destinados a un público de mayor poder adquisitivo. El cronista ya ha mencionado, en su callejeo de marzo, aquellos que presenciaron la Revolución de Mayo como el Café de Marco, el De la Comedia, o la Fonda de los Tres Reyes, a los que se fueron sumando a lo largo de los años otros de variada categoría como el Café de Monserrat en la calle Buen Orden 152 (actual Bernardo de Irigoyen 292), que perduró hasta fin de siglo; o el llamado De las Cuatro Naciones de Perú y Alsina, fundado por José Badaracco allá por 1836 y que desapareció al demolerse el antiguo Mercado del Centro que abarcaba la manzana de Alsina, Perú, Moreno y Chacabuco.

av.santafe9Pero fue tras la caída de Rosas, con los consecuentes cambios políticos y sociales, cuando comenzó el establecimiento de locales con mayor influencia europea, seguramente por ser fundamentalmente inmigrantes sus propietarios, y tan sólo en la década de 1850 surgieron cuatro comercios de primer nivel que compitieron por el favor de la sociedad porteña. Según el historiador Ricardo Llanes el primero habría sido la Confitería del Águila, fundada por el ligur Vicente Costa el 1º de enero de 1852 en Florida 102 (actual 178–180) esquina Perón. Al fallecer Costa dejó como sucesor a uno de sus empleados, Jerónimo Canale, quien construyó un edificio de tal lujo que al visitar Buenos Aires el presidente brasileño Campos Salles, en 1900, la recepción oficial se realizó en sus salones. Con los años Canale traspasó la propiedad a sus hermanos Ángel y Agustín, que a su vez lo hicieron con su hermano menor, Santiago, quien a principios del siglo XX protagonizó la mudanza de la confitería a Callao y Santa Fe.

Hacia 1857 –algunos autores sostienen que unos años antes– Pascual Roverano fundaba, en la vereda de la iglesia San Miguel sobre la calle Suipacha, la Confitería del Gas que pronto trasladó a la esquina noroeste de la anterior y Rivadavia. Según Juan José Cresto, historiador del barrio de San Nicolás, el nombre se debió “a un adorno de dos faroles, con picos de gas, en la puerta de entrada”, y el cronista se imagina la sensación de progreso que deben haber causado en aquella Buenos Aires que en su mayor parte aún se iluminaba con faroles de aceite. Lo cierto es que éste fue el primer barrio alumbrado a gas dado que en 1855 se había establecido la Compañía de Gas de Buenos Aires, construyendo un gasógeno en Retiro y comenzando el servicio en enero de 1856. La Confitería del Gas se convirtió en una de las más selectas, rivalizando con la del Molino a la hora del té con masas suizas, pero no escapó de la piqueta que tanto se ha ensañado con el patrimonio de nuestra ciudad. El cronista entiende que cerró sus puertas en la década de 1940.

Otro fue el destino del Café Tortoni, el más antiguo con que cuenta Buenos Aires. Fundado por monsieur Touan en 1858 en la esquina de Rivadavia y Esmeralda, en la década de 1880 se mudó a Rivadavia 826. Al abrirse la Avenida de Mayo y acortarse el lote se encontró –como sucedió con el primitivo Pasaje Roverano, de los mismos dueños de la Confitería del Gas– con que sus fondos daban a la misma por lo que su dueño de entonces, Celestino Curutchet, le encomendó una fachada al arquitecto Alejandro Christophersen, inaugurada en 1894. Fue su sucesor, Pedro Curutchet, quien invitó a Quinquela Martín a instalar en su bodega la Peña que había fundado en 1926 en La Cosechera, café de Avenida de Mayo y Perú, peña que perduraría hasta 1947 y haría historia en la cultura porteña.

la helveticaPor su parte, el bar La Helvética fue fundado allá en 1860 en Corrientes 502, por los señores Poirier y Morini. La cercanía del diario La Nación, a unos pocos metros por San Martín, convirtió a este establecimiento en una sucursal de la redacción, y en muchas oportunidades era posible ver al propio general Mitre acercarse, en las tardes, a tomarse un guindado mientras fumaba uno de sus célebres –por lo pestilentes– “charutos”. Mucho más que un guindado solía tomar Rubén Darío cuando reinaba sobre estas mesas, durante su estadía en Buenos Aires desde 1893 a 1898. A su alrededor, mucho antes de que se concentrara en el café de “Los Inmortales”, pululaba la vida literaria e intelectual del Buenos Aires de fin de siglo y era posible encontrarse con Roberto J. Payró, Emilio Becher, Bartolito Mitre, José de Maturana, Joaquín de Vedia, Charles de Soussens, José Ingenieros y tantos otros. La Helvética perduró por casi un siglo pero no cayó víctima de la piqueta, sino… de varios cañonazos. En la década de 1950 se había instalado en su piso superior la Alianza Libertadora Nacionalista que lideraron Juan Queraltó y más tarde el inclasificable Guillermo Patricio Kelly. Al producirse la llamada “revolución libertadora” (el cronista se niega a escribirlo con mayúsculas) en septiembre de 1955, el Ejército intimó a la Alianza a desalojar el edificio y, ante su negativa, en la noche del 18 de septiembre un tanque apostado en la esquina de enfrente cañoneó el edificio, que quedó semidestruido. El viejo y glorioso bar quedó varios años inutilizado y sus dueños imposibilitados de ingresar al local hasta que finalmente el conjunto fue demolido.

Otro de los establecimientos preferidos por la sociedad porteña de fines del siglo XIX fue el café y restaurante La Sonámbula, en la esquina sureste de Hipólito Yrigoyen y Defensa. Allí había construido la compañía de seguros La Previsora un edificio para sus oficinas al que, por razones económicas, destinó en parte para el Hotel de Londres. El edificio, diseñado por el arquitecto Pedro Coni en estilo academicista, tenía una importante cúpula en símil piedra que coronaba un grupo alegórico, creación de Luis Trinchero, y los coloridos toldos de los niveles bajos le conferían una atractiva vista a la esquina. El cronista no sabe de cierto de qué nacionalidad era el dueño o los dueños, pero todo le hace suponer un origen itálico porque si bien el hotel era “de Londres”, el curioso nombre de La sonámbula sólo lo remite a la famosa ópera de Vincenzo Bellini… y no nos olvidemos que Plaza de Mayo por medio se encontraba todavía el viejo Teatro de Colón. Al hotel y a la confitería se los llevó puestos el “progreso” en la década de 1940, cuando el estado nacional expropió o adquirió todos los lotes de la manzana –salvo el del antiguo Congreso Nacional de Yrigoyen y Balcarce– para construir el Banco Hipotecario. Quedó como recuerdo un tango de Pascual Cardarópoli, titulado precisamente La sonámbula, que Pacho Maglio grabó en el sello Columbia allá por 1912 o 1913, en solo de bandoneón. Pero la relación del naciente tango con los cafés de Buenos Aires… será otro callejeo.

sonambula

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 131, junio de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/06/n-131-junio-de-2013-el-futbol-y-la.html

El coleccionista de cafés

Se lamentaba el cronista, en el callejeo del mes pasado, de la desaparición de tantos cafés de Buenos Aires. La cosa había empezado a raíz de la consulta de un amigo en cuanto a la posibilidad de probar “documentalmente” ciertos aspectos de la historia popular, como la concurrencia de tal o cual personalidad a alguno de esos locales más allá de la tradición oral… Y el cronista pensaba en voz alta que con la piqueta, el cambio de firma o de ramo, seguramente se perdieron muchos testimonios que no fueron apreciados en su valor por los demoledores o los nuevos dueños y terminaron en la basura: fotografías, dedicatorias, los propios libros comerciales de los cafés con orquesta, donde deberían haber constado los pagos a los músicos… En muchos casos se trató de una doble pérdida, ya que a los personajes y hechos que en ellos habían sido (lo que se llama patrimonio inmaterial o intangible) se añadían valores materiales. El viejo Café de los Angelitos era prácticamente un galpón, cuatro paredes con un techo de chapas, como lo han sido tantos, pero la confitería Richmond, centro de peñas literarias de la década de 1920 y del grupo de Florida, sumaba su arquitectura, su decoración, su mobiliario, todo lo que constituía su “espíritu”. Lo mismo podríamos decir de las confiterías del Águila, del Molino o de la París de Libertad y Marcelo T. de Alvear, para hablar de las más “paquetas”. confiteria paris 1906Un progreso mal entendido, intereses inmobiliarios o comerciales o simplemente eso que se llama “la moda” los fueron arrasando, o modificándolos hasta hacerlos irreconocibles. El cronista frecuentó durante años el bar Gardel de Independencia y Entre Ríos, viejo reducto de puesteros del Mercado San Cristóbal convertido en uno de esos cafés hechos en serie, con los mismos dorados, revestimientos y helechos, amén de una figura en cartapesta del Mudo que dan ganas de salir corriendo, y no puede menos de evocar el tango del “Cacho” Oscar Valles cuando decía: “y hasta el bodegón, bronca con razón,/ pues de restaurant lo han disfrazado…” (El Progreso, 1965).

Pero el cronista no se quiere poner “tanguero” porque piensa que al fin y al cabo la gastronómica es una actividad totalmente comercial y qué se puede esperar en cuanto a la preservación de los valores históricos y culturales que puede llevar aneja cuando en esta bendita ciudad se han demolido teatros de la noche a la mañana… Así que prefiere dedicarse al hobby que comparte con destacadas personalidades como Adolfo Bioy Casares: coleccionar cafés. ¿Que cómo es esto? Pues muy simple, se basa en una impenitente frecuentación de bares, estaños, borracherías, almacenes–bar y otros peringundines a lo largo de la vida. El coleccionista de cafés, a diferencia de tantos otros, no desea la propiedad del objeto coleccionado ni su exclusividad; le basta con poseer su conocimiento o su recuerdo, con visitarlo o haberlo visitado, con poseer su secreto o compartirlo. Si usted escucha a dos parroquianos una conversación más o menos como ésta: “—En Belgrano y Alsina de Avellaneda, al lado del comité radical, había un almacén y bar que se llamaba La Facultad, que hacía unos sánguches de cantimpalo que se la debo. —Ah, sí, el de los gallegos… Tenían un cuartito sobre Belgrano donde guardaban las cajas de bebidas que se convertía en ‘reservado’ para los amigos, y en mesa de juego por las noches—”, pues no lo dude, está en presencia de dos “coleccionistas de cafés”.

etiopia¿Y de dónde y cuándo nos vienen el café y los cafés? Más allá de las leyendas, más o menos coherentes y más o menos poéticas, se sabe que su origen es Etiopía y que, a través de los árabes primero y de los turcos luego, llegó a Europa a principios del siglo XVII, donde comenzó a ser consumido como medicina por las clases altas. Pero pronto se popularizó y a mediados del mismo siglo era vendido en las calles de Italia por los vendedores ambulantes de limonada, chocolate y licores, en 1683 se abrió la primera cafetería en Venecia y en 1686 el siciliano Francesco Procopio Dei Coltelli abrió el Café que aún lleva su nombre afrancesado –Procope– frente a la Comedia Francesa, en el corazón de París; allí la bebida se suavizó, en lugar de hervirlo “a la turca” comenzó a prepararse en infusión y luego se le agregó leche. La costumbre se extendió a Londres y a toda Europa y las cafeterías rivalizaron con las tabernas, con el beneficio de una disminución en el consumo de alcohol y, quizá por primera vez, permitiendo el acceso de mujeres en condiciones de igualdad con los demás parroquianos. cafe-marcos-ilustracion-morenoEstos establecimientos se convirtieron en nuevos ámbitos de sociabilidad, más refinados y propensos a la actividad intelectual de ese Siglo de las Luces, y en sus salones se incubó la Revolución Francesa tanto como la de Mayo fue gestada en el Café de Marco de Bolívar y Alsina (denominaciones actuales), o el Café de la Comedia de Reconquista y Cangallo, donde los jóvenes patriotas alternaban las arengas revolucionarias con las partidas de billar mientras en la Fonda de los Tres Reyes (25 de Mayo entre Rivadavia y Bartolomé Mitre) rumiaban su bronca los realistas.

Pero los actuales cafés de Buenos Aires agregan a esta genealogía otra vertiente que se explica en su proceso de crecimiento de aldea a gran ciudad, una rama más popular que frecuentaban los grupos sociales a medio camino entre lo urbano y lo rural: las pulperías y almacenes. Porque no se crea que las pulperías eran establecimientos propios solamente de campo afuera o de localidades del Interior: las actas del Cabildo y la legislación de época dan cuenta de su existencia desde principios del siglo XVIII, con múltiples advertencias para los propietarios, desde qué géneros podían vender y a qué precios hasta la prohibición ser atendidas por negros o negras o la reglamentación de juegos de naipes o dados. Su condición de punto de reunión popular las convertían en objeto de cuidadosa atención policial, de lo cual dan testimonio los archivos judiciales que constituyen una fuente maravillosa de información para los actuales historiadores que estudian las formas de sociabilidad de las clases subalternas, esas olvidadas por la “gran Historia”, con lo que volvemos al origen de estas notas, en cuanto a si la historia popular puede ser basada en documentos. Y sí, documentos existen, pero gran parte de ellos está basada en la óptica de las clases propietarias; si nos pusiéramos foucaultianos, podríamos decir que esos papeles reflejan la mirada del Poder.

Pero volviendo a lo nuestro, de esas pulperías urbanas descienden los almacenes con despacho de bebidas que fueron acompañando a la ciudad en su crecimiento, desde el antiguo casco fundacional hacia las chacras,  potreros y bañados que fueron convirtiéndose en los modernos barrios porteños hasta llegar al día de hoy, donde prácticamente cada cuadra de Buenos Aires cuenta con un café o bar, algo que maravilla a los turistas y a lo que nosotros, los porteños, no damos la debida importancia porque es nuestro paisaje cotidiano. Pero esa evolución, desde la pulpería hasta el café de esquina… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 128, marzo de 2013:

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/03/n128-marzode-2013-marzoel-otono-y-los.html