Fotos que dicen/25

Afiches

(Foto: Ana Luz Sanz)

 

Cruel en el cartel,
la propaganda manda cruel en el cartel,
y en el fetiche de un afiche de papel
se vende la ilusión,
se rifa el corazón…
Y apareces tú
vendiendo el último jirón de juventud,
cargándome otra vez la cruz.
¡Cruel en el cartel, te ríes, corazón!
¡Dan ganas de balearse en un rincón!

Ya da la noche a la cancel
su piel de ojera…
Ya moja el aire su pincel
y hace con él la primavera…
¿Pero qué?
si están tus cosas pero tú no estás,
porque eres algo para todos,
como un desnudo de vidriera…
¡Luché a tu lado, para ti,
por Dios, y te perdí!

Yo te di un hogar…
¡Siempre fui pobre, pero yo te di un hogar!
Se me gastaron las sonrisas de luchar,
luchando para ti,
sangrando para ti…
Luego la verdad,
que es restregarse con arena el paladar
y ahogarse sin poder gritar.
Yo te di un hogar…
-¡fue culpa del amor!-
¡Dan ganas de balearse en un rincón!

 

Afiches (Homero Expósito, 1956)

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El Tránsito

Dice la definición de Boliche: 

Lunfardo (Argentina)
(pop.) Casa donde se venden comestibles. Casa de negocio al menudeo. Establecimiento comercial o industrial de poca importancia, especialmente el que se dedica a la venta y consumo de bebidas y comestibles, almacén y despacho de bebidas.
La geografía Argentina es pródiga en este tipo de establecimientos. Uno se los imagina y los ha visto. Si les cuento que existe uno que se llama «El Tránsito» fácilmente sus mentes lo ubicarán en un imaginario cruce de rutas de la provincia de Buenos Aires narrado como nadie por Osvaldo Soriano. Pero si  les digo que está sólo a 30 cuadras de Plaza de Mayo me creerían?

OchavaEl Tránsito es un boliche que se encuentra en la esquina de Constitución y Urquiza. En San Cristóbal, barrio que no figura dentro de los «paquetes turísticos» ni de la consideración masiva, pero que, quizá, posea la reserva de cafés, bares y boliches en estado original más rica de toda la ciudad de Buenos Aires (los que iré contando). Su nombre no tiene nada que ver con el intenso ir y venir de colectivos que circulan por ambas calles. Me cuenta Marta, sobrina de los propietarios, que la denominación recuerda al pueblo «Balde de tránsito» cerca de Villa Dolores, Córdoba, de donde proviene la familia. Sigue leyendo

Fotos que dicen/17

luz

(Foto: Ana Luz Sanz)

Cafetín,
donde lloran los hombres
que saben el gusto
que dejan los mares…
Cafetín
y esa pena que amarga
mirando los barcos
volver a sus lares…
Yo esperaba,
porque siempre soñaba
la paz de una aldea
sin hambre y sin balas…
¡Cafetín,
ya no tengo esperanzas
ni sueño ni aldea
para regresar!

Por los viejos cafetines
siempre rondan los recuerdos
y un compás de tango de antes
va a poner color
al dolor del emigrante…
Allí florece el vino,
la aldea del recuerdo
y el humo del tabaco.
¡Por los viejos cafetines
siempre rondan los recuerdos
de un país y de un amor!

Bajo el gris
de la luna madura
se pierde la oscura
figura de un barco.
Y al matiz
de un farol escarlata
las aguas del Plata
parecen un charco.
¡ Qué amargura
la de estar de este lado
sabiendo que enfrente
nos llama el pasado!…
Cafetín,
en tu vaso de vino
disuelvo el destino
que olvido por ti…

Cafetín (Homero Expósito, 1946)

De la pulpería al almacén y despacho de bebidas

Puente AlsinaAnda el cronista, en sus últimos callejeos, recorriendo el linaje de los cafés de Buenos Aires y, como no podía ser de otra forma, en la entrega de abril mencionó las pulperías haciendo especial mención a varias ubicadas en los barrios del Sur: Barracas, Pompeya, Parque Patricios… Como suele suceder, no faltó un buey corneta que saliera a reprocharle que se ciñera a ese espacio geográfico, con el irrebatible argumento de que pulperías hubo por los cuatro rumbos de la ciudad y sus aledaños. Y no deja de tener cierta razón, porque por el viejo Camino Real (hoy Rivadavia), por el camino a los Montes Grandes (hoy Cabildo-Maipú-Centenario), y por otros accesos a la entonces Gran Aldea existieron estos comercios. Pero el cronista percibe que las que dejaron mayor memoria fueron las que estuvieron camino a los sucesivos mataderos de la ciudad, quizá por haber perdurado más cerca de nuestro tiempo. Primero en las inmediaciones de Constitución, más o menos en la manzana truncada por la autopista que enfrenta a la Casa Cuna; más tarde en la actual Plaza España y, entre 1871 y 1901, en Parque Patricios, el ganado llegaba al matadero desde el sur por los puentes de Barracas y Alsina y, desde el oeste, por la hoy avenida Cruz en arreos de larguísimas jornadas, tanto como las de las tropas de carretas que llegaban hasta Miserere, el Alto de San Pedro o la misma Plaza Constitución. Los hombres que desempeñaban estos duros oficios buscaban descanso y solaz antes de regresar a sus pagos y allí estaba la pulpería para tomar unas ginebras, comprar algún regalo para la “prenda” o la familia o perder lo ganado jugando al monte criollo o haciendo unos tiritos de taba.

corrales-viejos-parque-patrCon el tiempo, este grupo humano de origen rural y estadía eventual fue sobrepasado en número por una población estable que se fue generando alrededor del matadero, conchabado en el mismo o en las empresas subsidiarias: seberías, tenerías, molinos de huesos, triperías, etc. Parque Patricios fue en sus comienzos sólo un par de cuadras de la calle Rioja, y –como alguna vez el cronista ha comentado– Pompeya es hija de la curtiembre de Abraham Luppi, que primero estuvo frente a la Plaza España y, al mudarse los corrales, los acompañó unas cuadras al sur. Lo mismo puede decirse de Mataderos, cuyo florecimiento empezó en 1901 con el nuevo traslado y la consecuente mudanza de las empresas satélite. Así, la ciudad fue avanzando sobre sus orillas y desplazando al elemento rural, el ahora vecino se fue “urbanizando” y gran parte de sus hábitos y costumbres se fueron modificando. Los palenques fueron poco a poco desapareciendo, primero del Centro y luego de los barrios, y las antiguas pulperías dejaron de tener en sus inventarios monturas, arreos y multitud de efectos vinculados a la vida ecuestre. Algunas desaparecieron, otras se transformaron –muy poco, en realidad– en almacén y despacho de bebidas como La Banderita de Barracas, o la de los hermanos Brenta situada en la esquina noroeste de México y Boedo, que por muchos años mantuvo las riñas de gallos y las frecuentes reuniones de guitarreros y cantores. En el mismo extremo de Almagro, en la esquina nordeste de Artes y Oficios (actual Quintino Bocayuva) y Venezuela, persistía hasta bien entrado el Centenario el almacén, bar y cancha de bochas El Pasatiempo, otro punto de reunión de payadores donde jugaba como local José Bettinoti, quien vivía apenas a media cuadra.

El “almacén y bar” fue entonces, y por muchos años, el centro de sociabilidad de los pueblos y barrios hasta el advenimiento del “café” a secas –el “cafetín” de Discépolo u Homero Expósito– en sus múltiples variantes, pero algunos perduraron en la zona céntrica, quizá como resto de la primitiva pulpería. El cronista sólo quiere citar aquellos que conoció personalmente y, seguramente, también el lector: 20130920_160515La Embajada, hoy bar notable, abrió hasta no hace muchos años la persiana de su “almacén de ultramarinos” en la esquina noreste de Santiago del Estero e Hipólito Yrigoyen; lo mismo puede decirse del Almacén y Bar de Piaggio, famoso por su jamón crudo y serrano, situado en el ángulo noroeste de Esmeralda y Sarmiento, éste con el plus de que en su “borrachería”, sobre Esmeralda hacia Corrientes, sentaba sus reales hacia el Centenario José González Castillo como cabeza de una peña de gente de teatro que historió Arturo Lagorio en su Cronicón de un almacén literario.

Un caso tristísimo para el cronista es el de un almacén que frecuentaba y cuyo nombre, si es que lo tenía, no puede recordar. Ubicado en la esquina noroeste de Caseros y Perú, con el despacho de bebidas sobre la primera, sus muros de una vara de ancho traslucían una antigüedad que el arquitecto Peña dató alrededor de 1840, y en el patio interno que era necesario cruzar para usar los –digámoslo con piedad– sanitarios, aún se podían apreciar las ruinas de una cancha de bochas. Era propiedad de un matrimonio muy anciano que a fines de la década de 1990, seguramente ya cansado y sin hijos que quisieran seguir con el sufrido negocio, decidió vender. Ubicado a tan sólo una cuadra del Área de Protección Histórica, fue barrido por la piqueta y en su lugar se alza un edificio de propiedad horizontal de incomparable fealdad, más en una avenida como Caseros que a esa altura se destaca por la homogeneidad de sus antiguas y nobles construcciones que algunas empresas con más aprecio al patrimonio, o sentido comercial, están restaurando y revalorizando.

viva boedoAl cronista se le pianta un lagrimón, pero no puede cerrar esta nota sin referirse al barrio que da nombre al pasquín en que escribe. Boedo se pobló recién a fines del siglo XIX, en un avance lento pero seguro desde Almagro y San Cristóbal y, a pesar de haber sido la avenida epónima camino de tropas, tanto como la avenida La Plata, no parece haber registrado la evolución de la pulpería en almacén–bar, salvo en los mencionados casos de El Pasatiempo o de Brenta. El progreso llegó impetuoso, entre 1890 y 1910 la edificación ya cubría prácticamente la totalidad de su perímetro y sus zonas comerciales ya se habían establecido con su configuración actual, por lo que Boedo tuvo bares, cafés, fondas y pizzerías desde sus orígenes. Quizá el almacén de José Arata, que aparece en la Guía Kraft de 1895 en la esquina con Europa (Carlos Calvo), haya contado con despacho de bebidas; más seguro es el caso del Almacén de Pérez y Posse, luego Rotisería y Bar El Sol, luego Sol Di Napoli, luego Malevo y actualmente Miño de San Juan 3594, con su extensa fachada sobre Boedo. También es muy posible que el almacén y fonda de Los Vascos, en el ángulo sudoeste de Independencia y Boedo donde luego se establecieron las tiendas Dell’Acqua, fungiese como despacho de bebidas dado que tenía canchas de bochas y paleta, para no mencionar la legendaria afición y resistencia de los hijos de Euzkadi con respecto a las bebidas espirituosas…

Pero al hablar de Boedo el cronista no puede olvidar un almacén y bar cuyo nombre se ha perdido, ubicado en San Juan y Loria y enfrentado con el Café del carpintero que cobijó los sueños juveniles de tres muchachos del barrio que darían forma a su leyenda –Homero Manzi, Cátulo Castillo y Julián Centeya– y vivirían la época dorada de los cafés porteños. Pero ese… será otro callejeo.

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 130, mayo de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/05/n-130-mayo-2013.html