Hace un par de semanas me estaba preguntando cuándo había surgido mi pasión por el café, cuál había sido el hito iniciático. Mi mente buscó y recordó un momento fugaz, fuerte y sentido. Justo ayer, en una entrevista radial, me hicieron la misma pregunta y volví a narrarlo. Cuando esta mañana me desperté tuve la necesidad de escribirlo. Y aunque la anécdota se trate de un instante breve, carente de desarrollo y colorido, me dispuse a hacerlo. Al terminar registré que hoy, 11 de Septiembre, es el Día del Maestro. El cerebro realiza funciones inexplicables.
Por ese entonces yo era un mocozo de Banfield que venía a diario a Capital para cursar mi primer año de Facultad. Luis, porteño, hombre de café (supe después) era diez años mayor. Nos había relacionado el deporte. Era mi DT. Un auténtico maestro. Al poco tiempo las afinidades tendieron puentes que estrecharon la diferencia generacional y nos hicimos grandes amigos. La anécdota menor, el hito fugaz, el instante descolorido, pero determinante en mi historia personal, sucedió una media mañana muy calurosa de Buenos Aires. Los datos precisos los tengo borrados. Y en verdad son prescindibles. No sé porqué estábamos juntos ni hacia dónde íbamos. Sospecho que estaríamos camino a Banfield. Algunas veces Luis, que trabajaba en colegios y clubes de la zona sur, me pasaba a buscar por la Facultad y me llevaba de vuelta a casa.
El asunto es que entramos a un café. Repito, no recuerdo cuál. Porque de pronto el recuerdo se convierte en un primer plano de una barra. Todo lo demás, mesas, sillas, espejos, artefactos de iluminación, quedan fuera de cuadro. El cuento trasciende al café, el barrio o su estilo. Sí recuerdo un detalle indispensable en el guión: el sofocante calor húmedo porteño. Acción. Entonces estábamos parados en la barra. Seguramente para pedir algo rápido, al paso. El mozo nos pregunta qué tomamos, Coca, dije yo, café, dijo Luis trazando con una tiza imaginaria una línea que dividió al pizarrón en dos mundos. Cuando el mozo nos deja solos le pregunto, con mi inconsciente juventud a cuestas, cómo podés pedir un café con el calor que hace? . Luis me observó en silencio por varios segundos, con esa mirada que los buenos docentes sostienen para darse a entender… y comprendí todo.
A mi querido amigo y maestro Luis Ciancia