El sonido de la chapita rodando por el piso me reanimó. Después de la visita al desalmado 36 Billares en la Avenida de Mayo, la protección buscada en La Embajada, sobre la calle Santiago del Estero, me puso nuevamente en eje.La salida de la Estación Sáenz Peña de la Línea A de Subte (la que corre en sentido Flores/Pza. de Mayo) tiene uno de las mejores ascensos a la superficie del mundo. Sólo mirar hacia arriba y gozar. Caminé por la Avenida rumbo a Los 36 Billares. El impacto no fue el mejor. No todas las remodelaciones resultan mejoramientos. Éste es un caso. La “limpieza” realizada se llevó fantasmas, espíritu y esencia. Dos extranjeros sentados contra la vidriera bebían dos baldes blancos que serían licuados de banana. Más adentro otros dos degustaban enormes ensaladas de atún. Toda la escena transcurría a las 11.15 hs de un lunes. Más al fondo se hacían notar un grupo de mujeres pertenecientes a alguna salida turística local. Todo en un clima inconexo y distante. Mientras tomaba mi café, a las 11.30, el numeroso personal se ocupó de colocar manteles y copas en todas las mesas (que son muchas) dando por comenzado el horario de almuerzo mientras el olor a muzzarela quemada invadía el local. Me sentí ajeno y huí hacia mi Embajada aliada.
Desde hace muchos años cada vez que tengo una reunión me programo llegar con suficiente anticipación para entrar a un café. En este caso un turno con mi médica de cabecera a las 13 me permitía manejarme con margen. Entré en La Embajada y me recibió el canto familiar de la chapita. Un parroquiano leyendo el diario sentado en una mesa del fondo y mirando hacia la pared me recordó al mito de la caverna de Platón.
Pedí un sanguche de crudo y queso. La barra de La Embajada funciona como un mercado. El movimiento de clientes, proveedores, vendedores ambulantes, amigos que se asoman y dejan un comentario flotando en el aire es incesante.
“Qué hacés papá”, recita dogmáticamente un parroquiano al dueño mientras gira sobre su eje para mirar hacia la tele que transmite Crónica TV. Hay cinco mesas ocupadas. Todas de gente sola. En La Embajada se comparte la barra. Otro habitué de traje deja apoyado el maletín y sigue viaje al baño. Sobre el largo estaño (que luce el cisne original) se acumulan cinzanos y sifones de gente con corbata, o que viste camisa sport de manga corta, uno se pasea orgulloso con sus tiradores y funyi. El tránsito de transeúntes por Santiago del Estero es incesante. La vereda es angosta y desde los ventanales del Café se produce un efímero vínculo con la gente desde el momento que se los ve venir hasta que desaparecen a la distancia. Me entretengo inventándoles historias. Ya es la hora de mi sesión de acupuntura. Salgo a la calle y Buenos Aires vuelve a ser mi casa. La que muchos turistas desinformados desconocen. Me pregunto cómo será el choque del prisionero de la caverna cuando lel sol lo deslumbre y no distinga entre la realidad y lo que dicen los diarios. O quizás, es uno de los prisioneros perpetuos de los medios que no conoce la luz.
Buenísimo. Saludable. Tengo que ir por La Embajada, que me despidió antes de mi marcha a Barcelona.
Espero encontrarme, con esto que bien describís.
Me acuerdo siempre la frase del asturiano que me atendía: Y, nooo… allá esperan gente preparada! Y yo, recorriendo los cafés, me estaba preparando.
Un abrazo!
Los cafés, los mejores claustros.
ANTES DE Q CAMBIE VISITE LOS 36 BILLARES Y ERA UN LUGAR INCREÍBLEMENTE MAGICO , CON LO QUE DECÍS EN LA CRONICA CALCULO QUE NO VOLVERÉ
Y ME QUEDARE CON ESA HERMOSA IMAGEN…….
Lo dejaron sin alma…
Mezcla de sorpresa y tristeza me generó tu referencia al remodelado 36 Billares; precisamente tenía pendiente hacerle una visita para ver cómo había quedado.
Pero por otro lado, me gustó mucho que hayas encontrado refugio en La Embajada.
Abrazo.