Antes de enviar un nuevo whatsapp la ví cruzar la avenida rumbo al café. Pidió un té. No quiso que la cafeína entrara en combinación con su estresante jornada laboral provocándole una inapropiada vigilia nocturna. “Está en producción” respondió la recepcionista a mi llamado cuando la llamé al trabajo. Su celular apagado confirmaba el frío parte. Ahora, mientras sumerge en forma psicótica el saquito de té en el agua, detalla obsesiva la tarea “especial” que provocó la demora hasta bien entrada la noche. “Producir” no se ajusta a la pasión con que emprende su tarea. Le parece una palabra fabril. En verdad, agrega fastidiosa, no produce a sus clientes, los potencia, resalta características propias, embellece rasgos, sensualiza durezas. Como que, latiguilla, les doy vida. Quizá fue por esa reconocida capacidad que esa tarde llegó a sus manos un personaje público mayúsculo. Futura página de nuestra historia. Potencial mito. Desde un principio la tarea la asumió como sencilla. Por sus manos habían pasado personalidades en mucho peor estado. Páginas a las que no se les podía leer una frase, una línea, una palabra. Pero, este trabajo exigía otro tipo de atención. No bastaba con mejorar lo recibido. Esta página sería reeditada en todo tipo de soportes gráficos. Volveré y seré hasta imanes de heladera.
Mientras avanza y retrocede contando su infatigable historia de vida, la de corregir lo incorregible, observo por el televisor del café cómo lentamente el hall preparado para las grandes ocasiones comienza a llenarse de público. La soledad de los artistas, pienso cuando la veo sentada, anónima, frente a mí. Satisfecha me cuenta cuando golpearon a su puerta preguntando por la bonita página. “Todavía faltan unos minutos, que la gente espere” dice que dijo. Mentira. Estaba lista hace rato. Es que, de pronto, se sintió un par del personaje que tenía en sus manos. Entonces, cual estrella poderosa, esperó su momento. Su demora. Provocando ansiedad en el público para que el impacto visual fuera mayor. Ese que ahora, volviéndose hacia el monitor, confirmaba en la cara de la gente que completaba el hall de las grandes ocasiones. Fue, entonces, que abrió la puerta del camarín para entregar su obra terminada hacia rato. El personal de la casa de sepelios ya podía retirar el cadáver para colocarlo dentro del cajón y dar comienzo al velorio de una nueva página de nuestra historia.