Buenos Aires tiene un listado de 73 cafés Notables. Sin embargo, la tradición de ir al café lo excede largamente. Ocupa todo el territorio de la ciudad. Se expande por todos sus barrios. Para los porteños el café es un templo. Y cumple las funciones de tal. Se ingresa al templo para adorar a los dioses, meditar, confesarse; o para marcar una distinción entre el exterior superficial, capitalista e insensible, con el interior: profundo, humano e íntimo.
Los templos (de la religión que sea) se construyen con imágenes que se veneran. Materiales reconocibles. En el café también. El piso en damero, las mesas de madera con sus sillas thonet, la barra de estaño, los banderines, un ventilador y las estampitas paganas.
Y así como para un creyente da igual la Capilla Sixtina que un altarcito en la ruta, igual sucede con los porteños y su café. Que puede no disponer de los materiales mencionados. No importa. Lo tenemos en nuestro imaginario y así lo vemos. Y puede ser un Notable como que apenas se note. Un café del bajofondo. Un tugurio.
El vínculo entre Buenos Aires y sus cafés es fanáticamente religioso. Tanto que lo reconocieron con un Oscar en Hollywood. ¿Acaso no te acordás del «Secreto de tus ojos» cuando Francella explica la pasión por los comulgues cotidianos en su café preferido?