Los cafés de La Boca/2 y algunos de Barracas

arolasEstaba el cronista, en su último callejeo, recordando una noche de 1909 en el Café Royal, de Necochea y Suárez. Allí actuaba con gran éxito un trío integrado por Francisco Canaro, Saúl Castriota y Vicente Loduca que, al finalizar una entrada, se dirigió a la mesa de un joven de atuendo cajetilla que portaba una jaula de bandoneón. Tras varias copas y amena charla, el pibe fue invitado a mostrar sus habilidades y se despachó con un tanguito medio amilongado que pronto sería sensación en Buenos Aires: Una noche de garufa. Como el lector ya habrá adivinado, aunque no sea habitué de esta columna, el bandoneonista de marras era Eduardo Arolas que con sólo diecisiete años comenzaba su ascensión al Olimpo tanguero.

Arolas era más o menos del barrio, ya que había nacido en un hogar proletario de Vieytes 1048, y lo había recorrido ejerciendo su oficio de letrista y dibujante que años después le valdría para ilustrar numerosas partituras como la de Tinta verde, de su amigo Agustín Bardi. Pero, hablando de partituras, en esa primera época era un “orejero” como tantos otros músicos de su generación y Una noche de garufa debió ser transcripta por el propio Canaro y Carlos “Hernani” Macchi; Arolas, que primeramente había tocado la guitarra junto al bandoneonista Ricardo “Muchila” González, recién en 1911 concurrió al conservatorio del maestro José Bombich, director de la banda de la Penitenciaría Nacional, a estudiar teoría, solfeo y armonía durante tres años. Aquella primera composición habría nacido, según Francisco García Jiménez y otros autores, en un café homónimo que se alzaba en Montes de Oca 1681, aunque pasado un siglo sea imposible saber si el establecimiento dio su nombre al tango o, cuando éste se popularizó, ocurrió a la inversa.

avellanedaA escasos cien metros del café mencionado, en el 1786 y casi esquina Iriarte, existía por los mismos años el legendario TVO, en cuyo palco actuaba Agustín Bardi con el bandoneonista Graciano de Leone (el de El pillete y Tierra negra) y el violinista Ernesto “el pibe” Ponzio, local al que también concurría Arolas y donde es posible que haya forjado su relación con Ponzio, con el que en 1911 formaría un trío completado por el guitarrista Leopoldo Thompson que tendría gran éxito en Montevideo. Mientras tanto Arolas despuntó el vicio en La Buseca, un café en la calle Montes de Oca de Avellaneda, acompañado por Eduardo Monelos en violín y Emilio “el gallego” Fernández en guitarra.

Siempre en Barracas y allá por el Centenario, debemos agregar el recuerdo del café El León, donde también actuó Arolas y dejó como sucesor a un fuellero llamado El Quija, cuyo nombre del Registro Civil se ha perdido con los años pero que Enrique Cadícamo rescató en un poema: “En el año doce, tocó en El León/ Un café famoso que había en Montes de Oca/ Casi esquina Australia. Y su bandoneón/ a muchos incrédulos les tapó la boca.” (Poemas del bajo fondo. Viento que lleva y trae. Buenos Aires, Peña Lillo, 1964). Pero otros nombres perduraron, ¡y qué nombres! En El León actuaron entre la primera y segunda década del siglo XX los hermanos Greco, Augusto Berto, Leopoldo Thompson, Domingo Santa Cruz, Juan Maglio “Pacho”, Roberto Firpo, Francisco Canaro, el propio Arolas y el bandoneonista José María Bianchi, conocido por “el Yepi”. Éste último también solía presentarse en La Fratinola, otro café frecuentado por un ambiente poco recomendable ubicado en la esquina de Patricios y Martín García, a pocos metros del domicilio de Ángel Villoldo. Jorge Bossio y otros historiadores de los cafés porteños evocan las formidables trifulcas protagonizadas por los parroquianos, vecinos de los tres barrios bravos que allí confluían: La Boca, Barracas y San Telmo.

LustrabotasYa que andamos por la avenida Patricios, el cronista no puede dejar de mencionar un café sin nombre que se alzaba en el cruce con Olavarría. Según Juan Silbido (Evocación del tango. Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 1964), allá por el Centenario actuaba un trío que dirigía Juan de Dios Filiberto, a cuyo padre hemos mencionado por su vinculación con el “bailetín de Tancredi” y otros peringundines boquenses. De ser correcta la versión, en ese momento Filiberto recién había comenzado sus estudios musicales, con 24 o 25 años, en el conservatorio Pezzini-Statessi que luego completaría, gracias a una beca, en el de Alberto Williams. Su infancia había sido difícil en un medio difícil, y a los nueve años tuvo que dejar la escuela por su mala conducta y salir a trabajar; fue aprendiz de varios oficios, estibador y… lustrabotas en la vereda de ese café de Patricios y Olavarría. Anarquista y compadrito con fama de pesado en el barrio, mostró sin embargo desde muy joven su afición a la música, rascando la guitarra e integrando un orfeón llamado Los del Futuro. La Boca, por su composición étnica abrumadoramente italiana, era un barrio filarmónico en el que florecían los coros, orfeones, asociaciones líricas, etc., cada verdulero se sentía un Caruso y cada vendedor callejero de fainá un Tamagno, pero las serenatas de Los del Futuro eran famosas y de gran repercusión -según los viejos memoriosos- no por sus méritos musicales, sino por las bajas que sufrían los gallineros a su paso.

El cronista debe volver ahora sobre sus pasos hacia La Boca, por Olavarría, porque se ha dejado en el tintero otro café que hizo época. Por esta calle, que entonces era la “Florida” barrial, existían dos cines en los números 631 y 635, el Marconi y el Olavarría, y a metros del primero abría sus puertas un establecimiento que también llevaba el nombre del ilustre científico italiano. Allí tocaban, según el recuerdo ya citado de Cadícamo, Ernesto Ponzio y los hermanos Paulos: Roque, Peregrino (ambos violinistas) y Niels Jorge, cuyo nombre fue argentinizado Nelson (pianista). Sin poderlo asegurar, es posible que la remembranza del poeta nos remita a un cuarteto que, precisamente en esos años, formaban Ponzio y Tito Roccatagliata en violines, Manuel Pizarro en bandoneón y Nelson Paulos en el piano. Lo cierto es que casi no ha quedado ningún dato biográfico de estos tres hermanos, salvo que eran de padre español y madre dinamarquesa -lo que explicaría el nombre del pianista- y que Peregrino falleció muy joven en 1921, suponemos que de tuberculosis, tras una larga internación. Éste integró en algún momento un cuarteto dirigido por el bandoneonista Augusto Berto junto a Horacio Gomila en violín y Domingo Fortunato al piano y nos dejó dos tangos, El distinguido ciudadano, rescatado por Carlos Di Sarli en 1946, e Inspiración, llevado por primera vez al disco por Roberto Firpo en 1922 y popularizado en 1931 por Agustín Magaldi en una versión con letra de Luis Rubinstein.

Existieron, es verdad, muchísimos más cafés por Barracas y La Boca, pero el cronista avisó oportunamente -por lo cual no es traidor- que sólo se iba a referir a aquellos en los que se hubiera tocado tango o estuviesen relacionados con la historia del género, por lo cual ya es hora de dirigirse a otros barrios del sur porteño, como Parque Patricios. Pero ese… será otro callejeo.

 

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

Publicado en el periódico Desde Boedo, N° 136, noviembre de 2013

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Los cafés de La Boca

Andaba el cronista, en su último callejeo, recorriendo los cafés de San Cristóbal en los que floreció el tango en la primera década del siglo XX y comentaba que, simultáneamente, se había formado otro polo en La Boca alrededor del cruce de Suárez y Necochea. El sufrido lector que frecuenta esta columna recordará que en 2010 el cronista ya anduvo glosando la vida de este último barrio en los días del Centenario, pero para aquellos que han tenido la suerte de no conocerla pero que han caído en las garras de este pasquín, se hace necesario un pequeño racconto:

Horacio Coppola: Buenos Aires (1936) Vuelta de RochaEl Riachuelo fue el puerto natural de Buenos Aires desde los tiempos fundacionales, cuando los indios tenían la mala costumbre de pretender, vuelta a vuelta, almorzarse a algún conquistador. Pero su época de oro comenzó a partir de 1857, cuando se empezó a dragar sistemáticamente, y especialmente en los años en que el ingeniero Luis Huergo dirigió las “Obras del Riachuelo”, ampliando la Vuelta de Rocha hasta sus orillas actuales. Entre 1880 y la inauguración del Puerto Nuevo La Boca fue el “barrio marinero” de Buenos Aires, con un movimiento anual de miles de barcos mercantes y de pasajeros, poblado de astilleros, carpinterías y almacenes navales y, lo más importante, de gente de mar y río que allí se afincaron. Al comenzar el siglo XX era uno de los barrios más dinámicos y pujantes de la ciudad, con un movimiento comercial, bancario, cultural y social que, unido a su homogénea demografía -una abrumadora mayoría de italianos, mayoritariamente ligures- le daban una identidad única. Pero precisamente por su condición portuaria era frecuentado por personas de paso: marineros que permanecían ociosos mientras sus naves cargaban y descargaban o simplemente hombres solos que buscaban diversión o compañía femenina. Como decía el cronista en aquellos artículos, Buenos Aires registraba una gran desproporción entre ambos sexos debido a la inmigración. Los hombres solían viajar solos a probar fortuna hasta que más o menos se establecían y podían llamar a su familia, lo que favoreció el auge de la prostitución en la ciudad y sus alrededores, tanto en lenocinios declarados como, más discreta o encubiertamente, en otros lugares de esparcimiento como los cafés-concert y los cabarets.

Así pues no puede extrañarnos que ya por 1878 haya memoria del “bailetín del Palomar”, conocido también como “el baile de Tancredi” que abría sus puertas en la esquina sudeste de Suárez y Necochea, donde le sucedió el café El Molino. Cuenta el historiador Jorge Bossio en Los cafés de Buenos Aires: Reportaje a la nostalgia (Buenos Aires, Plus Ultra, 1995) que “… El ingreso al salón era gratuito, pero el derecho al baile era cobrado a razón de cinco centavos la pieza, cobranza que ejecutaba el propio Tancredi, acompañado de un ostentoso trabuco, por si el bailarín se volvía remiso en el pago”. Bossio, siguiendo los dichos de Juan de Dios Filiberto a Antonio J. Bucich -el historiador por antonomasia del barrio- comenta que José Tancredi era un toscano proveniente de Ensenada que luego le compró a su padre una propiedad en Olavarría 287, adonde trasladó el bailongo, versión que sería coherente con otra que asegura que el padre de Filiberto fue largos años “regente” de dicho establecimiento. Juan de Dios FilibertoAcotemos que don Filiberti, que así era el apellido original, era conocido por el alias de Figurita -según algunos historiadores- por su habilidad en el baile, y por Mascarilla o Mascarita -según otros-, que el cronista supone debido a marcas de viruela, tal como medio siglo antes fue llamado el gobernador de Santa Fe, Juan Pablo López, por dicha razón.

Pero, como vemos, “lo de Tancredi” no era específicamente un café, sino un salón de baile en el que seguramente se expendían bebidas. Al filo del cambio de siglo le sucedieron, en esa esquina de Suárez y Necochea, verdaderos cafés con número musical como el Café La Marina de Suárez 275, donde actuaba en 1907 “el alemán” Arturo Bernstein con un trío improvisado. En 1908 le sucedió el legendario “tano” Genaro Espósito acompañado por “el tuerto” José Camarano en guitarra y Agustín Bardi en violín (sí señor, el primer instrumento de Bardi fue el violín, que luego cambió por el piano); tras un paso por un boliche de San Telmo, su barrio natal, Espósito volvió a La Marina en 1912 con Alcides Palavecino en violín y “el negro” Harold Phillips en el piano. El abrojitoCon respecto a Bernstein, al que no hay que confundir con su  hermano Luis, el autor de El abrojito y de Don Goyo, refiere Juan Silbido que fue uno de los primeros músicos en tocar con partitura, en una época de orejeros, y cita una anécdota recordada por Carlos de la Púa: en cierta ocasión se trabó una calurosa polémica, en un grupo de músicos, sobre qué orquesta habían escuchado la noche anterior, si la de Bernstein o la de Spósito; Ernesto Ponzio, que escuchaba la discusión, falló con autoridad “Si los cosos tocaban con el papelito al frente, era la del Alemán; si se mandaban el repertorio al aire libre, era la del Tano”. Allá por el Centenario Bardi volvió a La Marina, ya al frente del piano, en un cuarteto que lideraba el bandoneonista Graciano De Leone (el de Tierra negra y El pillete) y completaban “el francés” Julio Doutry en violín e Ignacio Fuster en ¡violoncello!

Frente a La Marina, según Bossio, se alzaban el Café Edén -llamado también Café de la Turca-, donde actuaban los hermanos Vicente y Domingo Greco con Ricardo Gaudencio (el de El chupete) y el Café de Teodoro, donde habría actuado un joven Roberto Firpo. Es conocida la anécdota de que fue en un cafetín de La Boca donde, por un quítame allá esas pajas, Firpo fue marcado con un feite en la cara por su violinista, “el rengo” Ernesto Zambonini. Éste, que era de muy malas pulgas y peor bebida, no contento con el tajo se fue a su casa y escribió un tango, Recuerdos de Zambonini, al que Firpo contestó, con bastante sentido del humor y argumentando que había sido a traición, con otro: Mal pegador.

cafe royalPor Necochea, por su parte, se alzaba el Café Concert  de Benito Priano en el número 1224, mientras a su frente, en el 1221, estaba el Café Royal, más conocido por Café del Griego, donde debutó en 1908 Francisco Canaro aunque, en realidad, su primera actuación había sido en el pueblo de Ranchos, como parte de la gira obligada por pueblos del interior que hacían los músicos noveles en esos tiempos. En el Royal actuaba en un trío integrado por Samuel Castriota (Lita, o sea Mi noche triste) al piano y Vicente Loduca en bandoneón. Por allí se apareció una noche de 1909 un muchachito de Barracas, de sólo 17 años, que llamó la atención de la concurrencia por su pinta de cajetilla: pantalón bombilla de fantasía, traje a cuadritos de ribetes claros, sombrero requintado y guantes con los anillos puestos por encima. También portaba una jaula, como aún se llama al estuche del bandoneón y, al finalizar la actuación del trío, los músicos se acercaron a su mesa a conversar. Palabra va, palabra viene, alguien mencionó que el pibe había compuesto un tango, por lo que fue invitado a pelar el instrumento e interpretarlo; era Una noche de garufa y el éxito fue instantáneo entre la concurrencia, que lo obligó a repetirlo varias veces. Pronto el autor y su tango ocuparían su propio lugar -¡y qué lugar!- en los cafés con orquesta, pero ese… será otro callejeo.

 

por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)

mandinga.ruiz@gmail.com

 

Publicado en el periódico Desde Boedo, Nº 135, octubre de 2013

http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/10/135-septiembre-2013.html

La Chirilísima – Café + helado en La Boca

fachadaLa Chirilísima tiene una rica historia en La Boca. En la primera mitad del siglo XX funcionó como tambo y como proveeduría de barcos. Un gallego, Cosme, la compró en el ’40 y regenteó hasta el ’83 cuando la familia Cirilli se hizo cargo del lugar. Por esos años estaban de moda las «lecherísimas» entonces juntaron ambos nombres y quedó La Chirilísima.

La Chirilísima queda en calle Olavarría, casi esquina Del Valle Iberlucea. O sea, para los que no se ubican en el barrio, a 200 mts de la Bombonera y a 200 mts de Caminito. Puro corazón boquense. En épocas de iced coffee o café frappé, La Chirilísima hace la doble función: Cafetería y heladería. Se planta orgullosa defendiendo la identidad local a través del castellano. Abre de lunes a sábado de 7 a 19 hs. Sus mediodías son muy curiosos. La Chirilísima sirve de salón comedor de buzos. Leyó bien, buzos de buceo. Pertenecen a la empresa Almirón (aprox. unos 20) que almuerzan a diario en el local. ¿En cuántos sitios de Buenos Aires pueden encontrarse con buzos compartiendo anécdotas y experiencias a su alrededor? La Chirilísima le recuerda a uno que Buenos Aires es un puerto. Sigue leyendo

El Café de la Esquina

El Progreso

El Progreso, Montes de Oca y California, Barracas

Buenos Aires es una ciudad de Cafés. El bien merecido título podría ser discutido en cafeterías de Praga, Viena, París o Madrid. Sin embargo, ninguna de éstas acredita el vínculo entre el Café y el Tango. La tradición por el Café en nuestra ciudad viene desde la Colonia, pero fue cuando irrumpió nuestra máxima y más original creación que se constituyó un maridaje perfecto. La inmigración de la primera mitad del siglo XX también supo agregarle a nuestros Cafés un tinte distintivo que los distingue. Sirvieron como espacio de contención espiritual y salida laboral a miles de recién llegados que dejaban mujeres e hijos al otro lado del océano. Poetas, escritores, compositores, sentados a sus mesas encontraron la musa inspiradora que le puso letra y música a Buenos Aires. El tango con su profundidad, capacidad de decir y corajuda autocrítica, convirtió a los Cafés en Aulas Magnas. La escuela de todas las cosas (Cafetín de Buenos Aires, E. S. Discépolo). Para el porteño el Café es religión y su templo, el Café de la Esquina.

Así como otras ciudades se vanaglorian de que cada 400 mts. hay una parada de subtes, Buenos Aires lo hace con sus cafés. Están los que alcanzaron la jerarquía oficial de Notables y los que apenas se notan. Todos aportan a la construcción de nuestra identidad. El Café de la Esquina es un faro, atalaya de historias de barrio. Es el mojón a partir de  cual se trazan distancias o tejen redes borgeanas de vínculos. Funciona tanto de punto de encuentro entre parroquianos amigos como rincón para la soledad reflexiva. En su interior se medita, escribe, lee, espera, sufre, conversa, discute, acuerda, ama, escucha, aprende. El Café de la Esquina, en estado puro, está conformado por un código genético que puede ser reconstruido en el imaginario de todo porteño. Hoy, son pocos los que mantienen esa estructura matricial. La que genera que al atravesar el umbral de la ochava se experimente la sensación de armonía, serenidad y paz que transmite la naturaleza. Sin embargo, luzcan como luzcan, lo que no se ha modificado es la devoción por visitarlos. El fiel no se detiene en el cumplimiento irrestricto de la liturgia local (que incluye: piso en forma de damero, mostrador de estaño, grifo con forma de cisne, espejos bicelados, sillas y mesas de madera, ventilador de pared, imágenes de grandes campeones de box, estrellas del espectáculo, santos populares, banderines de fútbol, etc.). Sin medir riqueza ni mobiliario, el porteño sostiene su diálogo íntimo y cotidiano tanto en grandes cafés que parecen catedrales o en propuestas más sencillas similares a iglesitas de pueblos de provincia.imágenes paganas

La Chirilísima, Olavarría y Del Valle Iberlucea, La Boca

El Café de la Esquina es un espacio común del gran condominio que es Buenos Aires. Está cargado de información que nos resulta familiar y contiene. Todos somos sus hijos adoptivos y volvemos cotidianamente a entablar ese vínculo íntimo con los sentimientos más puros y profundos.

Diez ejemplos n(N)otables

1. Varela Varelita, Scalabrini Ortíz y Paraguay, Palermo

1.Varela VarelitaSu nombre viene de su dueño, Varela, y de su hijo, Varelita. Fue bunker del Frepaso cuando la fuerza empezaba a trazar sus primeras líneas de acción. El Chacho Álvarez, vecino, lo transformó en su “despacho” vicepresidencial. Y siguió frecuentándolo a diario hasta que lo destinaron en Montevideo. Adoptado por directores de cine, gente de TV y escritores. Cuentan que fue Héctor Libertella quien les hizo creer a los dueños que el whisky JB se llamaba así por José Bianco. Por eso cuando se pide una medida la orden que llega a la barra: «Marche un Pepe Bianco!»

2. El Banderín, Guardia Vieja y Billinghurst, Almagro

El BanderínComenzó siendo, por la década del ’20, un almacén-bar llamado “El Asturiano”. El nuevo nombre viene a partir de su actual dueño, Mario, “El Alemán”, quien comenzó a juntar banderines para exhibirlos. Hoy, la colección, también incluye camisetas como la del gol a Nigeria de Caniggia en EEUU ’94. Dos incunables: un cuadro del equipo del River del ’36, el del debut de Pedernera y Labruna, hecho con papeles de marquillas de cigarrillos y cocido por los presos de Devoto como regalo a la visita que les hiciera Troilo a la cárcel. Fallecido Pichuco, su sobrino, se lo regala a Mario. El otro, un banderín del C. S. y D. El Tábano, club del célebre “Polaco” Goyeneche, está cocido con hilos de oro y existen sólo 20 ejemplares.

3. Florencio Sánchez, Deán Funes y Chiclana, Parque Patricios

20130701_131343El Florencio Sánchez es un café que data de 1929. Está en el límite entre Parque Patricios y Boedo. En una de las siete esquinas que traza la diagonal Chiclana cuando atraviesa la Av. Garay. La esquina correcta es Deán Funes y Chiclana. El sitio transpira fútbol de dos cuadros con anclaje barrial: Huracán y San Lorenzo. Sin embargo, sus actuales dueños son fanáticos del Deportivo La Coruña. Y con este dato es innecesario agregar el origen. Café que cobijó de niño al Bambino Veira y le dio letra a muchas de sus reconocidas frases. Supo funcionar como cueva de quinieleros que se escondían en el baño cuando husmeaban a la policía. Y hablando de baño, los caballeros no se equivoquen, está señalado como viorsi.

4. El Progreso, Montes de Oca y California, Barracas

El ProgresoEl noble edificio fue construido en 1911 y resulta fácil imaginar el carácter referencial que habrá adquirido a principios del siglo XX cuando al cruzar el Riachuelo desde Barracas al Sud (Avellaneda) se tomaba por la Calle Larga (Montes de Oca) rumbo al centro de la ciudad. El Progreso ya funcionaba cuando María y su marido se hicieron cargo del Café hace poco más de 50 años. Que Barracas fue una de las cunas del tango lo certifica en El Progreso de los tangueros Ángel Vargas, Ángel D’Agostino y Juan D’Arienzo. Sus amplias dimensiones sirvieron de escenario a varias películas. El Diario Clarín lo utilizó para su campaña de promoción de su 60° Aniversario.

5. Margot, Boedo y San Ignacio, Boedo

MargotEn la década de los 40, el matrimonio Torres, dueños en la misma esquina del entonces reconocido Trianon, inventaron el sándwich de pavita cuyo secreto era que estaba elaborada al escabeche. En la actualidad se sigue vendiendo con la misma calidad original. Algunos de sus célebres consumidores fueron: el diputado socialista Alfredo Palacios, el presidente Perón que mandaba a su chofer a buscar el pedido, el poeta Julián Centeya y Ringo Bonavena.

 

6. Bar de Cao, Independencia y Matheu, San Cristóbal

Bar de Cao

Foto: Hans W. Muller

Los hermanos Cao dieron forma a esta esquina del barrio de San Cristóbal en 1930 (aunque el bodegón, como tal, data de 1915) y durante 70 años estuvieron al frente del establecimiento que nació, con ellos, como almacén con despacho de bebidas. Con los años, el juego de naipes por dinero fue una constante. En el fondo se juntaba gente de prontuario con parroquianos y transeúntes ocasionales. La vieja máquina de hacer café, que aun se conserva como pieza de museo, jamás les funcionó a los hermanos Cao, el café servido era de filtro. Los Cao siempre decían: «la máquina se nos descompuso ayer».

7. El Federal, Perú y Carlos Calvo, San Telmo

El FederalSin lugar a dudas integra el podio de los mejores Cafés de Buenos Aires. El edificio data de mediados del siglo XIX y allí funcionó una pulpería y una casa de citas o de «tolerancia», o sea, un prostíbulo. En los años ’50 (del siglo XX) se perpetró un crimen pasional. La agraciada hija del entonces dueño noviaba con un individuo que descubrió la traición de la joven y la mató en el lugar. La leyenda cuenta que el fantasma de ella aun ronda las viejas mesas de El Federal.

 

8. Los Galgos, Callao y Lavalle, San Nicolás

20130628_151328La casa de dos plantas fue residencia de la familia Lezama y data de 1880. En 1920 fue alquilada a la empresa Singer que instaló un local de venta de máquinas de coser. En 1930, un asturiano, amante de las carreras de galgos, lo convirtió en bar almacén. Don José Ramos lo compró en 1948, hoy lo atienden sus hijos. Entre los ’50 y los ’70 Los Galgos abría las 24 hs. Era el Café de Discépolo y Troilo. Y una vez al mes, también de Pugliese que tenía a su médico a media cuadra. Los políticos radicales lo tomaron como “Ateneo”, tres presidentes: Frondizi, Alfonsín y De la Rúa fueron sus clientes.

9. Roma, Anchorena y San Luis, Balvanera

RomaAsí como Eduardo Galeano afirma que en el Café Brasilero de Montevideo todos los días toma un café con Dios (es el apellido de la moza), en el Roma se puede hacerlo con Jesús. Don Jesús y su primo Laudino lo atienden desde 1951, pero el Café funciona desde 1927. Por sus mesas desfilaron Norma Aleandro, María Vaner, Leonardo Favio, que se cruzaban de la Escuela de Teatro de don Pedro Aleandro. A sólo dos cuadras está la casa de Carlos Gardel. No existen testimonios comprobables, pero alguien puede afirmar que el Zorzal nunca entró a este templo que queda a sólo 200 mts de su casa y a 150 del Mercado de Abasto?

10. Oviedo, Lisandro de la Torre y Av. de los Corrales, Mataderos

OviedoSu fachada testimonia que abrió sus puertas en 1900 aunque algunos sostienen que funcionaba desde antes, incluso  antes de que se colocara en 1898 la piedra fundamental del Matadero Municipal. Los palenques por sobre Tellier (hoy Lisandro de la Torre) y Nueva Chicago (hoy Avenida de los Corrales) ya no están, pero entrar al Oviedo es hacerlo a un bar pulpería de la llanura pampeana. Un habitué era Ángel Riverol, guitarrista de Gardel y vecino del barrio. Los cantantes Ignacio Corsini y Alberto Castillo conocieron de su ginebra, y Virulazo, bailarín de tango como pocos, también compartió tertulias y tardes de billar.

Café PROA (La Boca). Café + Arte

Buenos Aires dispone de un innumerable cantidad de cafés que ofrecen arte. Los cafés de los museos son el ejemplo más típico. Dentro de éstos, la Fundación PROA ofrece una vista única en La Boca: observar al Riachuelo, la Vuelta de Rocha, el Puente Trasbordador, El Museo Quinquela Martín, desde la terraza del edificio.

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La Fundación se dedica a muestras temporarias de artistas del siglo XX, fotografía, videos, música. También invita a artistas para intervenir los espacios y recrear los individuales del café. El Café de PROA es ideal para leer un libro, escribir, sacar fotos o perderse en algún pensamiento. Sigue leyendo