Llegaba el cronista callejero, la semana pasada, al moderno y lujoso edificio donde se encuentra la redacción de Desde Boedo cuando, al doblar la esquina, vio frente al mismo una vociferante turbamulta que parecía bastante enojada. Como en estas circunstancias toda prudencia es poca, el cronista se levantó las solapas del sobretodo y se caló bien el sombrero mientras se acercaba al epicentro de la manifestación. Y lo bien que hizo, a la luz de los sucesos que iban a desencadenarse. Sobre una vereda un enorme cartel rezaba “andá a estudiar Historia, chichipío”, sostenido por unos robustos morochos entre los que se destacaba, por su tamaño y su facha lombrosiana, uno que tocaba con fervor el bombo. Mientras tanto, sobre el otro lado de la calle una horda de elegantes señoras –entre las que le pareció divisar a la misma señora esposa del Director del periódico– portaba pancartas con leyendas tales como “¿Y la París, qué?”, “El Molino no se rinde”, “No discriminen a la Richmond” y lindezas semejantes. Como el cronista ya está ducho en estas lides, hábilmente se infiltró en el primer cotarro y entabló conversación con el morocho del bombo que, entre mazazo y mazazo, mordisqueaba un enorme choripán: “— ¿Qué pasa, jefe, les adeudan salarios?—” le preguntó el cronista, haciéndose el desentendido. “— ¡Má qué salario ni salario!—” le replicó el energúmeno, “— Lo que pasa es que en este pasquín escribe un salame que cree que puede poner cualquier cosa y que lo letore somo tarado—”. “— Pero mire usted—” siguió, ya inquieto, el cronista. “— ¿Y se puede saber qué escribió?—”. “—¡Sí señó! Mire si será bestia que puso que enfrente del café La Sonámbula estaba el antiguo Teatro Colón, cuando todo el mundo sabe que en 1889 el edificio se reformó y pasó a ser ocupado por el Banco Nacional, mientras que el Hotel de Londres, donde funcionaba el café, se construyó en 1896…—”. “ ¡Uy Dió, la cosa va conmigo!” se dijo el cronista contagiado de la verba popular y, pensando en su integridad física, prefirió no acercarse al grupo de señoras elegantes –que se veían aún más peligrosas– emprendiendo una sigilosa pero veloz retirada.
Ya a salvo en un café cercano el cronista pidió un café y el último número del periódico al mozo y, al leer su última crónica, comprobó que el del bombo tenía razón: llevado por el entusiasmo y su enfebrecida pluma, se le había escapado el gazapo… “Bueno, saco una fe de erratas y listo”, se tranquilizó a sí mismo. “Pero ¿y esas señoras a las que sólo les faltaban las cacerolas?” se preguntó, sintiendo la fría hiel de la incomprensión del público lector, “¿no sabían acaso que el espacio de la columna es limitado y que se las veía en figurillas para hacer entrar en la pauta todo lo posible?”. En fin, valga la aclaración para el señor del bombo –al que le parece haber visto por el Bajo Flores– y para las empingorotadas señoras va lo que sigue.
En realidad el cronista registra un Café de París y una Confitería de París, sin haber podido averiguar si existe continuidad entre ambas. El primero se levantó en el último tercio del siglo XIX en Perón entre San Martín y Florida. Su salón presenció saraos y banquetes como uno celebrado el 1º de mayo de 1889, con motivo del tercer aniversario de la Revista Nacional, donde su joven Director Adolfo P. Carranza planteó a los brindis la necesidad de fundar un Museo Histórico. La idea fue bien recibida y seguramente encarnaba un espíritu de época, pues el siguiente 24 de mayo el intendente Francisco Seeber creaba una Comisión de Notables para que “proyecten la organización del Museo Histórico de la Capital y lo instalen provisoriamente”. En cuanto a la segunda, en 1916 Pedro Vercesi encomendó al arquitecto Francisco Gianotti la construcción de un local en la esquina noroeste de Libertad y Marcelo T. de Alvear, que al siguiente año fue inaugurado como “Confitería París” y que, si bien fue demolida, es la que recuerdan aún muchos porteños. A tal punto era bacana en sus primeros tiempos que la inauguración según cuenta Jorge Bossio– contó con el auspicio de la Sociedad del Divino Rostro, que presidía Angiolina Astengo de Mitre, consistiendo en una cena a beneficio de dicha institución. Sin embargo el cronista cree que dicha Confitería era más antigua, dado que existe registro gráfico de la misma en 1906, por lo que presume que lo que hizo Vercesi en 1916 fue construir un nuevo local, a todo trapo, en el mismo predio del antiguo.
Ahora bien, los porteños tenemos una importante deuda con este arquitecto cuyo nombre completo era Francesco Teresio Gianotti. Nacido en un pueblo cercano a Turín en 1881, arribó a nuestro país en 1909, donde colaboró con Mario Palanti en el diseño del Pabellón de Italia para la Exposición Internacional del Centenario y en 1915 realizó una de sus mayores obras, la Galería Güemes hoy restaurada en su esplendor original. Pero entre su abundante y larga obra (falleció en 1967) nos interesa, para esta evocación cafeteril, otro local que si bien subsiste como edificio está cerrado desde 1997: la Confitería del Molino. A mediados del siglo XIX, cuando la actual Plaza de los Dos Congresos era todavía un lugar medio despoblado, Constantino Rossi y Cayetano Brenna instalaron la Confitería del Centro, con especialidad en pan dulce, en las actuales Rivadavia y Rodríguez Peña, negocio que al instalarse en las cercanías un molino harinero –el Lorea– cambió su denominación por la de Antigua Confitería del Molino. En 1905 la firma se trasladó a un local frente al Congreso Nacional entonces en construcción y, tras la remodelación de la Plaza y su entorno, los propietarios decidieron erigir un nuevo edificio en sociedad con la familia Rocatagliatta unificando dos propiedades, una sobre Callao 32, adquirida en 1909, y la otra en Rivadavia 1815, comprada en 1911. La primera constaba de planta baja y cinco pisos, que Gianotti remodeló y unificó con un nuevo edificio construido en el segundo solar, configurándose así la Nueva Confitería del Molino que, con su característica torre, fue inaugurada en 1917 y pronto se convirtió en la preferida de los parlamentarios, del ambiente artístico y de las personalidades que visitaban nuestro país. Durante el golpe de estado de 1930 sufrió un incendio, debiendo ser reconstruida, y en 1978 el entonces propietario vendió el fondo de comercio y la marca a un grupo que al poco tiempo se declaró en quiebra. Los descendientes de Cayetano Brenna compraron el negocio y pudieron mantenerlo hasta el 24 de enero de 1997 cuando cerró sus puertas, al menos hasta hoy día…
El cronista callejero, a esta altura, se siente un poco más tranquilo en cuanto al reclamo de las enfervorecidas señoras que reclamaban frente al periódico: por lo menos ya pueden bajar dos pancartas. En cuanto a la Richmond, tengan paciencia, porque en la próxima entrega comenzará a reseñar aquellos cafés que fueron sede de la bohemia literaria y teatral. Como el cronista siempre dice: “ese… será otro callejeo”.
por Diego Ruiz (museólogo y cronista callejero)
mandinga.ruiz@gmail.com
Publicado en el periódico Desde Boedo, Año XII, Nº 132, julio de 2013
http://www.desdeboedo.blogspot.com.ar/#!http://desdeboedo.blogspot.com/2013/07/132-julio-2013.html
En la esquina de Marcelo T. de Alvear (exCharcas) y Libertad, funciona hoy una confitería que se llama Torre París, en los bajos del edificio que se construyó donde estaba la Confitería París.
Qué gran aporte Julio! Mil gracias, se lo voy a transmitir a Diego Ruiz, el autor de la crónica. Si queres vos también podés hacerlo, su mail está en la publicación, le encantará saber que le suman info. Tenes un café pago!
Me agradó sobremanera el artículo acerca del Hotel de Londres y su Restaurant/Café.


Como aporte te envío estas dos imágenes de un folleto (2 caras) de la época en donde figura el nombre del dueño (mi bisabuelo): Enrique Carrá, un italiano nacido en Castel San Giovanni (cerca de Milan) en el año 1842.
Un saludo cordial
Hola Jorge! Que gran aporte!!! Mil gracias!!! Lo postearé próximamente. Todo suma para rescatar de nuestra memoria colectiva tantos lindos lugares. Un abrazo!
Jorge serías tan amable de decirme de qué año es el folleto. Y también tu apellido que me gustaría publicarlo. O no, vos me dirás. Saludos.
Hola Diego,
Te pido disculpas por la demora.
En el folleto no figura el año pero estimo, por otras postales del hotel enviadas por Enrique Carrá a sus hijos (mis bisabuelos) que es de alrededor de 1906. Una de ellas, por ejemplo, es un envío de felicidades con la foto institucional del hotel, para el año nuevo de 1906. Si la deseas, la digitalizo y te la envío de igual manera que el folleto.
Mi nombre es Jorge Carlos Carrá, soy ingeniero, vivo en Bariloche y pertenezco a la cuarta generación a partir de Enrique Carrá. Con todo gusto podés publicar mis datos.
Si deseas contactarme en forma directa, te envío este correo: jorge@gennara.net
Un cordial saludo.
Muy interesante el artículo acerca del «Hotel de Londres» y su Café/Restaurant «La Sonámbula».


Como aporte te envío dos imágenes, anverso y reverso de un folleto en donde figura el nombre del dueño (mi bisabuelo), Enrique Carrá, un italiano nacido en Castel San Giovanni (50 km de Milán) en el año 1842.
Muchas gracias!!! Invalorable aporte!!!
Mis disculpas a los dueños del blog.
Pero yo tambien soy bisnieto de Enrique Carrá y me gustaria ponerme en contacto con quien aporto estas fotos escribir a ajcarra@yahoo.com.ar
Agradezco la sugerencia de solicitarle a Jorge la publicacion de su email, porque de esta manera pude ponerme en contacto con él, quiero comentarles que nos conocimos hace muchos años y perdimos el contacto, nuestros abuelos eran hermanos.
Muchas gracias y muy interesante el blog
Hola Amilcar, perdón pero no entendí. El contacto ya lo hicieron? Tengo que hacer algo de mi parte? Saludos.
Exvoto
A las chicas de Flores
Por Oliverio Girondo
Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como
las almendras azucaradas de la Confitería del Molino,
y usan moños de seda que les liban las nalgas
en un aleteo de mariposa.
Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los
brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y
si alguien las mira en las pupilas, aprietan las
piernas,de miedo de que el sexo se les caiga en la
vereda.
Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin
madurar del ramaje de hierro de los balcones, para
que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas,
y de noche, al remolque de sus mamás -empavesadas
como fragatas- van a pasearse por la plaza, para
que los hombres les eyaculen palabras al
oído y sus pezones fosforescentes, se enciendan
y se apaguen como luciérnagas.
Las chicas de Flores, viven en la angustia de
que las nalgas se pudran, como manzanas que
se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las
sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse
de él como un corsé, ya que no tienen el
coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y
arrojárselo, a todos los que le pasan la vereda.
Gracias!! Ya lo postearé! Abrazo!
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