El Bar Antonio no queda en Buenos Aires, pero, vamos, que tampoco me voy a reducir a un territorio determinado a la hora de contar tesoros encontrados. Una jornada cultural me llevó hasta Curuzú Cuatiá. Llegué de madrugada y a un horario prudente me largué por el pueblo en busca de un café. Ardua tarea. A la Plaza Central sólo mira una heladería-café con la falta de identidad propia de un sitio globalizado que puede replicarse por igual en cualquier sitio. Fui y vine por la calle principal y por su paralela (también comercial) sin éxito (no cuento pizzerías, no califican, y sólo observé una). Curuzú es una ciudad que, por su tamaño, la gente vuelve a sus casas y los puntos de encuentro son las plazas y parques.
Las vueltas me llevaron a la Terminal de Ómnibus. La misma de mi arribo horas antes. Y allí estaba. En la vereda de enfrente. Pura lógica. (Bien temprano, cuando llegué, estaba cerrado). El sitio donde recaen los que no tienen dónde ir. El Bar Antonio. Sigue leyendo